Reencuentro en el baile I

577 46 0
                                    

Cassandra despertó con una punzada de dolor recorriéndole la cabeza y el cuerpo. Al principio, sus recuerdos eran borrosos, pero poco a poco, la imagen de la noche anterior se aclaró en su mente. El grito de su madre, el impacto de los golpes y la oscuridad que había seguido. Estaba agotada, tanto física como emocionalmente, pero aun así se forzó a sentarse en la cama, ignorando el latido sordo en su sien.

La puerta de su habitación se abrió suavemente, y su madre entró con paso vacilante. El rostro de Lady Ravenwood estaba marcado por la angustia, y aunque trataba de esconderlo, Cassandra podía ver el dolor en sus ojos. Se detuvo al borde de la cama, observando a su hija con una tristeza profunda.

—Cassandra... —dijo su madre en un susurro—. Hija mía, lo siento tanto... No debiste interponerte.

Cassandra la miró, su expresión endurecida por la determinación.

—¿Y qué debía hacer, madre? ¿Quedarme de brazos cruzados mientras te golpeaba de nuevo? No. No puedo hacerlo, no puedo fingir que esto está bien.

Lady Ravenwood bajó la mirada, sus manos temblando mientras se las retorcía en un gesto nervioso.

—Por favor... Déjame manejarlo. Es mi carga, no la tuya. He vivido así durante tantos años... —La voz de su madre se quebró—. Es mi culpa, Cassandra. Siempre ha sido mi culpa.

Cassandra sintió una oleada de ira mezclada con tristeza al escuchar esas palabras. Se levantó con esfuerzo de la cama, avanzando hacia su madre con una expresión desafiante.

—No. No es tu culpa, madre. Nunca lo ha sido. Él es el responsable de todo esto, no tú. Y deberías dejarlo. No tienes por qué seguir sufriendo de esta manera.

Lady Ravenwood la miró con una mezcla de desesperación y resignación, como si esas palabras fueran las más imposibles que pudiera imaginar.

—¿Y cómo viviríamos, Cassandra? —preguntó en un susurro lleno de miedo—. ¿A dónde iríamos? Todo lo que tenemos, lo que sois tú y tus hermanos... todo depende de él. Nuestra posición en la sociedad, nuestra seguridad... No podemos simplemente alejarnos.

Cassandra sintió un nudo formarse en su garganta. Sabía que las palabras de su madre eran una verdad dolorosa. En su mundo, en su sociedad, el poder de los hombres lo era todo. Y las mujeres como su madre, atrapadas en matrimonios con hombres crueles, a menudo no tenían salida.

—Pero no debería ser así —insistió Cassandra, aunque su voz ya no era tan firme—. No debería depender de él... de nadie. Deberías poder ser libre, ser feliz.

Su madre la miró con tristeza y cariño, como si sus palabras fueran un sueño lejano, algo que ella había dejado de creer hacía mucho tiempo.

—No vivimos en un mundo donde esa libertad sea posible, hija mía. No para nosotras. Y lo único que puedo hacer ahora es intentar protegeros a ti y a tus hermanos, de la manera que pueda.

Cassandra bajó la mirada, sintiéndose impotente. Sabía que su madre tenía razón, pero aceptar esa realidad era como tragar vidrio. Ella no quería resignarse, no quería aceptar que esa era la única vida posible para ellas. Pero ¿qué podía hacer? ¿Cómo podía luchar contra algo tan grande, tan arraigado?

Su madre se acercó, acariciando suavemente su mejilla con una ternura que contrastaba con la dureza de sus palabras.

—¿Crees que podrás asistir al baile esta noche? —preguntó, con un tono que intentaba ser ligero, pero que no lograba ocultar la preocupación.

Cassandra asintió lentamente. Sabía lo importante que era para su madre mantener las apariencias, salir de esa casa aunque fuera solo por unas horas, escapar de la realidad.

Solo una Ravenwood (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora