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El silencio envolvía la pequeña iglesia mientras Cassandra Ravenwood, siempre tan resuelta, se encontraba arrodillada frente al altar. Sus manos descansaban sobre el banco, su mente sumida en un mar de pensamientos. El eco de sus suspiros parecía rebotar en las paredes de piedra, resonando como un lamento que no podía expresar en palabras. Lucy y su madre habían salido hacía unos minutos, dejándola sola en aquel lugar donde, por primera vez en mucho tiempo, se permitía bajar la guardia. Sus ojos, llenos de una melancolía que nunca antes había mostrado, se posaban en la figura de Cristo crucificado.

—Dame fuerzas, por favor —susurró en voz baja, sintiendo una presión en el pecho que parecía ahogarla. La idea de una vida con Stanton, de una existencia vacía y controlada por las expectativas de los demás, la aterrorizaba. Su rebeldía de antaño parecía tan lejana ahora.

Unos pasos suaves la sacaron de sus pensamientos, y una figura se colocó a su lado. El inconfundible aroma a menta y madera de sándalo llegó hasta ella antes de que siquiera lo mirara. No necesitaba girarse para saber quién era.

—¿Cassandra Ravenwood rezando? No puede ser —la voz de Anthony Bridgerton tenía un matiz entre burlón y nostálgico, pero también lleno de un pesar que solo ella podía entender.

Cassandra levantó la vista lentamente, girándose hacia él con una leve sonrisa amarga.

—No sé si rezando o suplicando. Creo que necesito un milagro —susurró, fijando sus ojos en los de Anthony. La tristeza en sus palabras le rompió algo dentro. Él, que estaba acostumbrado a verla desafiante, segura de sí misma, no podía soportar verla así.

Anthony dejó escapar una leve sonrisa, pero su tristeza era palpable. Se inclinó un poco hacia ella, con las manos en los bolsillos.

—Un milagro... o algo más fuerte —dijo, y por un momento ambos se quedaron en silencio, sumidos en la gravedad de la situación.

—¿Qué haces aquí, Anthony? —preguntó finalmente Cassandra, su voz un eco suave en la iglesia vacía. Sabía que su presencia allí no era casualidad.

Anthony desvió la mirada hacia el altar, como si buscara respuestas que no podía encontrar en sí mismo.

—Ayer le pedí matrimonio a Edwina —confesó, su voz apenas un susurro, como si el peso de esas palabras fuera demasiado para él.

Cassandra asintió lentamente. La noticia no la sorprendía, pero eso no hacía que doliera menos. Sintió una punzada en el pecho y una mezcla de emociones que no podía procesar.

—Entonces... Felicidades, supongo —murmuró, intentando mantener la compostura.

Anthony soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza.

—No hay nada que celebrar, Cassandra. No puedo vivir con la culpa... Con lo que siento por ti —admitió, y por primera vez desde que había llegado, la miró directamente a los ojos, permitiéndole ver el torbellino de emociones que había estado conteniendo.

Cassandra tragó saliva, sintiendo que la atmósfera se volvía más densa. Mencionó las cartas, buscando algo a lo que aferrarse, pero Anthony negó con la cabeza, cerrando los ojos como si intentara mantener el control de sí mismo.

—Si sigues hablando de esas cartas, Cassandra, voy a querer hacer cosas que no debería... y mucho menos aquí, en una iglesia —susurró, acercándose un poco más. Su voz estaba cargada de deseo, de un anhelo que no podía ocultar.

La temperatura entre ambos subió de inmediato. Cassandra sintió su cuerpo tensarse, el aire parecía haberse vuelto más espeso. Pero el dolor de la realidad se sobrepuso al deseo.

Solo una Ravenwood (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora