La doncella

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Lucy abrió la puerta con suavidad y asomó la cabeza, observando la habitación de Cassandra con cierta inquietud. La maleta estaba sobre la cama, medio llena, y varias prendas aún quedaban esparcidas por el suelo. Cassandra estaba sentada junto a la ventana, mirando hacia el cielo oscuro, como si quisiera grabar cada detalle de esa noche en su memoria.

—¿Lo tiene todo listo, señorita? —preguntó Lucy con un tono suave, cerrando la puerta tras de sí.

Cassandra no se giró de inmediato. Su mirada permanecía fija en el horizonte, pero finalmente asintió, soltando un suspiro largo y pesado.

—Creo que sí —respondió Cassandra en voz baja, como si la confirmación de ese hecho hiciera aún más real lo que estaba a punto de suceder.

Lucy se acercó y empezó a recoger las prendas que quedaban por el suelo, colocándolas con cuidado en la maleta. Su corazón latía más rápido de lo habitual. Sabía lo que significaba aquella partida, lo que dejaban atrás, y aunque una parte de ella deseaba detenerla, otra comprendía que no había vuelta atrás.

—Nunca pensé que... —dudó un momento antes de continuar, pero sus emociones ganaron la batalla—. Nunca pensé que llegaría este día, señorita. Pero quiero que sepa que... que no podría haber tenido a una ama mejor. —Lucy sonrió tímidamente, sus ojos brillando con emoción contenida—. Siempre ha sido más que eso para mí. Como una amiga, una hermana incluso.

Cassandra, finalmente, apartó la mirada de la ventana y se encontró con los ojos de su doncella. Aquella declaración hizo que su pecho se llenara de una cálida gratitud que apenas podía expresar. Se levantó lentamente y se acercó a Lucy, tomando sus manos entre las suyas.

—Tú también eres como una hermana para mí, Lucy. No habría soportado todo esto sin ti a mi lado. Has sido mi única verdadera amiga en este lugar. —Cassandra sonrió, aunque sus ojos estaban llenos de tristeza—. Me duele dejarte, más de lo que podrías imaginar.

Lucy tragó saliva, intentando mantener la compostura, pero una lágrima traicionera se deslizó por su mejilla. Cassandra la abrazó con fuerza, un gesto que era más un adiós que cualquier palabra que pudieran intercambiar.

—Voy a extrañarla tanto, señorita Cassandra —dijo Lucy entre susurros—. Nadie la entiende como yo, y no sé cómo podré estar sin usted.

Cassandra se apartó ligeramente, mirándola con ternura, pero luego sus ojos se oscurecieron cuando el nombre que había estado evitando surgió de los labios de Lucy.

—¿Y qué hay de Anthony? —preguntó Lucy con cuidado, temiendo la reacción de su señora—. ¿Le ha dicho algo? ¿Sabe que va a marcharse mañana?

Cassandra apartó la mirada de inmediato, como si la mención de él fuera demasiado dolorosa. Se mordió el labio inferior, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar.

—No... no puedo arrastrarlo a esto, Lucy —dijo con voz quebrada—. Él tiene un deber, un legado que continuar. Mañana se casará, y no tiene sentido que yo me interponga en su camino. Yo soy... solo Cassandra Ravenwood, una mujer rota, sin futuro en este lugar. No puedo cargarle con el peso de mi vida.

Lucy negó con la cabeza, claramente frustrada pero al mismo tiempo comprensiva.

—Pero le quiere, ¿verdad? —insistió suavemente.

Cassandra cerró los ojos y asintió, con una pequeña lágrima escapando de sus pestañas.

—Le quiero, Lucy. Con todo mi ser. Pero precisamente por eso no puedo quedarme. No puedo obligarle a elegir entre su familia y... y una vida conmigo. Él es el vizconde Bridgerton, su destino es otro.

Solo una Ravenwood (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora