Cruel destino

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Cassandra no dejaba de llorar. En el carruaje, con el corazón hecho un nudo y las manos temblorosas, sentía que el peso de sus decisiones le aplastaba el pecho. Anthony era un vizconde, un hombre de honor con una familia influyente. Edwina era el diamante de la temporada, la perfecta combinación de belleza, gracia y obediencia, todo lo que ella nunca había sido. Cassandra siempre había querido huir, dejar atrás a su familia, a su padre violento, a los recuerdos oscuros que la asfixiaban. Pero... ¿casarse con Anthony? ¿Exponerlo al caos que la seguía a todas partes? No podía. Había tomado la decisión más dolorosa, pero también la más lógica. O eso quería creer.

Las lágrimas no paraban de caer por sus mejillas mientras las palabras de Anthony resonaban en su cabeza. "Te amo", había dicho. "Te elegiría a ti una y otra vez". Pero esa elección venía con un precio, un escándalo que destruiría a los Bridgerton y pondría a su padre, Richard, en una furia incontrolable. No podía arrastrar a Anthony a eso, a una vida de miedo y peligro constante. Él tenía todo un legado que proteger. ¿Había tomado la peor decisión de su vida?

El carruaje avanzaba, y con cada metro recorrido, Cassandra sentía que se alejaba no solo de la ciudad, sino de la única persona que la había amado de verdad. "Anthony, cásate. No destruyas tu honor ni tu familia por mí." Las palabras que había pronunciado antes de irse aún la desgarraban. Sabía que él no la entendería, pero no podía permitir que su vida quedara marcada por los Ravenwood.


En la iglesia, la tensión era palpable. Edwina ya estaba en el altar, esperando con una expresión algo forzada, sabiendo que la situación debería ser al revés: Anthony esperándola a ella. Los susurros y miradas nerviosas recorrían la iglesia. Los Bridgerton, siempre tan perfectos, ahora se encontraban en un aire de expectativa incómoda. ¿Dónde estaba Anthony?

Finalmente, las puertas se abrieron y Anthony apareció. Su rostro era una mezcla de tormento y determinación, algo que solo su familia más cercana pudo notar. Caminó hasta el altar, inclinando ligeramente la cabeza para disculparse en silencio con Edwina, quien, pese a los nervios, sonrió aliviada. Por fin se casaría, pensó ella, todo este caos llegaría a su fin.

Por un momento, Anthony miró a su alrededor. La iglesia estaba llena, todos los ojos puestos en él, esperando que cumpliera con lo que debía ser el día más importante de su vida. Pero no lo sentía así. Violet, su madre, lo observaba con una mezcla de orgullo y preocupación, y más allá de ella, Daphne le sonreía cálidamente, como si todo estuviera bajo control. Lady Danbury, con su inquebrantable postura, lo evaluaba con sus ojos afilados, esperando que diera el paso que cambiaría todo para su familia.

Edwina, de pie frente a él, era una visión de perfección, tan serena y hermosa como siempre. Parecía hecha para ser una vizcondesa. Ella creía que finalmente estaban a punto de cumplir con el destino que todos esperaban para ellos. Anthony tragó saliva mientras su mente regresaba a Cassandra.

"Anthony, cásate. No destruyas tu honor, la idea de tu familia por mí."

Esas palabras aún resonaban en su cabeza. Cassandra le había pedido algo que sabía que rompería su corazón. Había visto el miedo en sus ojos, no por ella misma, sino por él. No quería arrastrarlo a su tormento, a las sombras de su vida. Sin embargo, le había pedido que siguiera adelante, que cumpliera con lo que todos esperaban de él. Y allí estaba, frente a Edwina, a punto de prometerle algo que no sentía.

La voz del cura lo sacó de sus pensamientos.

—Lord Anthony Bridgerton, ¿acepta usted a Edwina Sharma como su legítima esposa...?

Anthony se quedó en silencio, mirando el rostro radiante de Edwina. Su mirada no mostraba duda alguna. Ella esperaba un "sí". Todos lo hacían. Y él estaba allí, casi obligado a cumplir con su deber, a seguir el plan que todos habían trazado para él.

Pero no podía hacerlo. No podía ser deshonesto con ella. No podía ser deshonesto consigo mismo. El peso de lo que estaba a punto de decir lo aplastaba, pero también lo liberaba. Cassandra. Todo lo que había pasado entre ellos le volvía en un torrente de recuerdos y sentimientos. El niño que había sido, y el hombre que era ahora, se encontraban en conflicto.

Anthony tomó aire, intentando calmar la marea de emociones que lo consumía. Odiaba a Cassandra por esto. Odiaba cómo lo hacía sentir, cómo siempre lo empujaba más allá de los límites de lo que creía posible. Durante años, había sido esa espina en su costado, tan testaruda y desafiante, obligándolo a cuestionarse, a replantearse todo lo que pensaba que era correcto. Y ahora, incluso en ese momento, ella lo había desafiado una vez más, pero esta vez para cumplir un destino que ni siquiera deseaba.

"¿Por qué ella siempre se sale con la suya?" pensó, con una amargura que casi lo hizo reír.

El cura repitió la pregunta, pero Anthony apenas lo escuchaba. Su mente vagaba entre el deber y el deseo. Entre lo que debía hacer y lo que quería hacer. No quería ser un hombre deshonesto. No quería herir a Edwina. No quería traicionar a su familia. Pero tampoco quería traicionarse a sí mismo. Y, sobre todo, no quería perder a Cassandra.

Finalmente, cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera encontrar claridad en medio del caos que se desarrollaba dentro de él. El cura le hizo la pregunta una vez más, y Anthony abrió los ojos lentamente, su mirada recorriendo la iglesia, deteniéndose en cada uno de los rostros que lo miraban con expectación.

Y entonces, la verdad emergió, imposible de contener.

—No puedo hacerlo.

Un suspiro colectivo recorrió la iglesia como una corriente de aire. Los murmullos empezaron a extenderse entre los invitados, y Anthony sintió el peso de todas esas miradas. Edwina lo miraba, desconcertada, su rostro mostrando una mezcla de incredulidad y confusión.

—Lo siento —susurró Anthony, apenas capaz de encontrar su voz.

Edwina abrió la boca, pero no encontró palabras. Anthony ya no podía sostener su mirada. Se giró hacia la multitud, viendo los rostros de su familia, aquellos que más amaba y respetaba. La decepción en sus ojos lo golpeó como un puñetazo, pero la necesidad de ser honesto consigo mismo fue más fuerte.

No podía seguir con la boda. No podía ignorar lo que realmente sentía.

Con un último vistazo a su madre y a Edwina, Anthony dio media vuelta y salió corriendo de la iglesia, su corazón latiendo desbocado. Mientras corría, solo un pensamiento lo consumía: ¿Cómo pudo haber dejado que Cassandra se fuera?

Tenía que encontrarla. De nuevo.

Solo una Ravenwood (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora