¿Un final feliz?

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Anthony salía de la iglesia como una tormenta, sus pasos resonando en el eco de su decisión. Violet, Daphne, incluso Colin, lo llamaban desde detrás, pero sus voces no eran más que un murmullo distante comparado con el latido acelerado de su corazón. Cuando alcanzó las puertas, giró bruscamente hacia su familia.

—¡Anthony Bridgerton! —gritó Violet, su voz una mezcla de frustración y preocupación.

Anthony se detuvo un momento, respirando entrecortadamente, y, sin darles la espalda, soltó con una determinación que vibraba en cada palabra:

—No puedo casarme con Edwina, madre. Lo siento. No porque no sea perfecta, sino porque mi corazón pertenece a Cassandra. Y aunque ella no lo vea, no lo acepte, no lo entienda... No me rendiré. No dejaré que huya de lo que ambos sentimos. Esta vez, no cederé.

Antes de que alguien pudiera responder, Anthony divisó a uno de los guardias que vigilaba las afueras de la iglesia. Sin dudarlo, se acercó, le quitó las riendas del caballo y, de un salto ágil, se subió al lomo. Un susurro de exclamaciones recorrió a la multitud que lo observaba, y Violet se llevó la mano al pecho, preocupada.

—¡Anthony, vuelve! —le gritó Daphne, pero él ya estaba decidido.

—La buscaré hasta el fin del mundo si es necesario, Daphne. Pero esta vez, no la dejaré ir.

Con esas palabras, Anthony tiró de las riendas y el caballo emprendió el galope, veloz como el viento, mientras la iglesia quedaba atrás y las voces de su familia se desvanecían. Sabía hacia dónde debía ir.

El aire golpeaba su rostro mientras cabalgaba, el estruendo de los cascos contra el camino era ensordecedor, pero en su mente solo había un nombre: Cassandra. No importaban los obstáculos, ni los límites que sus mundos sociales les imponían. No podía perderla. Se había pasado la vida persiguiendo deberes y obligaciones, ignorando lo que realmente deseaba. Pero ya no más. Esta vez, el amor ganaría.

Después de horas de cabalgar sin detenerse, exhausto y cubierto de polvo, divisó a lo lejos el carruaje de Cassandra. Su corazón dio un vuelco. Allí estaba. El fin de su búsqueda.


En el interior del carruaje, Cassandra observaba cómo el paisaje pasaba rápidamente frente a sus ojos. Estaba inmersa en una tormenta interna de emociones, lágrimas incesantes corrían por sus mejillas. Anthony era un vizconde, y Edwina... Edwina era el diamante de la temporada. Todo encajaba perfectamente, menos ella. ¿Había tomado la peor decisión de su vida? ¿Huir de todo, incluso de lo que su corazón le rogaba?

De repente, el estruendo de cascos la sacó de su ensimismamiento. Sorprendida, se asomó a la ventana del carruaje. Allí estaba él, Anthony Bridgerton, cubierto de polvo, pero con una mirada decidida. Cassandra sintió que el corazón le daba un vuelco. No podía ser real. ¿Por qué no estaba en su boda?

—¡Para el carruaje! —le ordenó al cochero con la voz temblorosa, sin apartar los ojos de Anthony.

El carruaje se detuvo en seco, y Anthony no perdió tiempo. Bajó del caballo y corrió hacia ella. Cassandra abrió la puerta, completamente confundida, y antes de que pudiera articular palabra, Anthony, con el pecho agitado, le lanzó las palabras que llevaba horas conteniendo, su voz entrecortada por la emoción:

—Cassandra... —empezó, su tono ahogado por el cansancio y el esfuerzo—. He estado buscándote por horas, sin detenerme ni un momento. No puedes irte, Cassandra. No después de todo lo que hemos pasado, no después de todo lo que hemos compartido. Te amo, más de lo que he amado a nadie en mi vida, y no me importa el qué dirán, ni los títulos, ni las expectativas de los demás. Lo único que quiero es a ti, y si eso significa desafiar a todo el mundo, lo haré. No te dejaré marchar, porque esta vez el testarudo soy yo.

Sus ojos la miraron con una mezcla de vulnerabilidad y determinación, como si cada palabra lo desnudara de cualquier fachada. Anthony respiró profundamente, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de decir.

—Quiero casarme contigo, Cassandra. No con Edwina, no con otra mujer que no seas tú. Si no quieres que lo haga, no me casaré. Romperé la tradición, haré lo que sea necesario. Solo quiero estar contigo. Te necesito... te he necesitado siempre, aunque no lo supiera. Y no me importa lo que pienses, no me importa si crees que esto es una locura. Te amo y me niego a dejarte ir.

Cassandra sintió su corazón detenerse por un segundo. Las palabras de Anthony la atravesaron como una ráfaga de viento, derrumbando cualquier barrera que ella misma había construido. Una sonrisa, tímida pero sincera, comenzó a formarse en su rostro. Bajó del carruaje lentamente, como si temiera que todo fuera un sueño, y se quedó frente a él, sin decir una palabra.

—Te lo digo una última vez... No dejaré que te marches. Cásate conmigo, Ravenwood—añadió Anthony, su voz ahora más baja, pero cargada de emoción.

Antes de que pudiera responder, Anthony la tomó por la cintura, atrayéndola hacia él con una pasión desbordada. Se besaron, y en ese momento, el mundo se desvaneció para ambos. El tiempo, las obligaciones, todo desapareció. El beso era la promesa que sus corazones habían estado esperando.

Solo una Ravenwood (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora