CAPITULO 9: Parte de su vida

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Pasó una semana entera sin ninguna señal de Guido. Después de esos encuentros tan seguidos, de esa tensión que casi se había vuelto rutina, el silencio me descolocó. Al principio me lo tomé como un respiro necesario, como si mi mente me agradeciera la pausa. Me repetía a mí misma que era lo mejor, que ya me había involucrado demasiado con él y que lo que necesitaba era enfocarme en lo que realmente importaba: mi tesis.

Sin embargo, a pesar de esa calma aparente, la lucha interna seguía. Cada vez que me sentaba a trabajar en la tesis, su imagen, sus palabras, sus gestos, volvían a mi cabeza como un eco que no podía acallar. Mi progreso era lento, la concentración me escapaba entre los dedos, pero por lo menos el torbellino de emociones parecía haber amainado.

—"Mejor así"— me decía, mientras intentaba volcar toda mi energía en esos interminables escritos. Dejé de repasar mentalmente nuestros encuentros, y poco a poco, el ruido se fue apagando. O al menos eso creía.

Hasta que, por supuesto, algo tenía que volver a romper esa calma.

Me encontraba sumergida en una intensa sesión de composición, mis dedos volaban sobre las teclas del piano, exprimiendo cada emoción que tenía acumulada. El ritmo era frenético, una danza de frustración y angustia que se desbordaba en cada acorde. Sentía que mi alma se liberaba con cada nota que tocaba, un grito de desahogo en medio del caos que me rodeaba.

De repente, mientras presionaba con más fuerza de lo habitual un acorde particularmente fuerte, escuché un crujido agudo seguido de un "clic" metálico. Mi corazón se hundió al ver cómo una de las teclas, justo en el centro de la melodía, se hundía por completo, quedando atrapada en una posición que la hacía imposible de tocar. El sonido desafinado que comenzó a emitir el piano fue como un grito de dolor que resonaba en la habitación.

Intenté seguir tocando, pero el piano estaba claramente dañado. La tecla rota estaba atascada, y el mecanismo interno parecía desajustado. Miré el piano con incredulidad, sintiendo una ola de desesperación y frustración. Había perdido una parte esencial de mi instrumento en medio de mi tormenta emocional. La realidad de lo que había hecho me golpeó con fuerza, y mi mente no dejaba de repetir el error que acababa de cometer.

Intenté mantener la calma, pero la realidad del daño era más abrumadora de lo que había anticipado. A pesar de mis esfuerzos por tranquilizarme, no pude evitar sentir cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de mí. La idea de no poder tocar mi piano durante días me hacía sentir más ansiosa.

Me levanté rápidamente, sin dejar de mirar el teclado roto. Sabía que no podía arreglarlo por mi cuenta. Recordé la tienda de música en el centro de la ciudad, un lugar al que había ido antes y que solía tener una buena reputación en reparaciones. Sin pensarlo dos veces, metí el teclado en su funda, me coloqué un abrigo sobre mi ropa de casa y salí disparada hacia la tienda.

Las calles estaban mojadas por la lluvia que había caído durante la noche. Mientras caminaba con paso apresurado, trataba de controlar mi respiración, intentando no pensar en las posibles consecuencias de no poder tener mi piano en condiciones.

Cuando entré a la tienda, el aire estaba impregnado con el aroma característico de madera y cuero, mezclado con el toque metálico de las cuerdas y los teclados. La tienda era un santuario para los amantes de la música, llena de instrumentos en exhibición: pianos antiguos, guitarras brillantes, y tambores que parecían tener historias propias. Los estantes estaban repletos de instrumentos nuevos y usados, cada uno con su propio encanto y misterio.

En el mostrador, un hombre de avanzada edad, con el cabello canoso y una mirada sabia, estaba atendiendo a un cliente. Al verme entrar, su atención se dirigió hacia mí, y su expresión cambió a una de preocupación al notar el teclado en mi mano.

Cicatrices en el pentagrama (GUIDO SARDELLI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora