CAPITULO 17: La guerra que habita en mi mente

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El color pálido de mis zapatos, que contrastaba con la blusa azul que había elegido para esa noche, parecía destacar aún más bajo la luz tenue del espejo. Mis labios, pintados de rojo brillante, creaban un fuerte contraste con el resto de mi atuendo, añadiendo un toque audaz a mi look. Me observé por enésima vez, buscando alguna señal de que todo estaba en su lugar, pero había algo en mi interior que susurraba un simple "quédate".

Sin embargo, como solía suceder, ignoré esa voz interna y decidí seguir adelante. Caminé hacia la puerta con determinación, aunque mi mente estaba llena de dudas y expectativas. El bar al que me dirigía era un lugar que conocía bien, un rincón que había visto muchas veces en compañía de Guido. Era el mismo bar en el que había tenido tantas interacciones, esperando que nada cambiara esa noche.

La brisa fresca de la noche me recibió al salir, y el sonido del tráfico y la vida nocturna de la ciudad llenaron el aire. El bar, con su fachada conocida y las luces parpadeantes, me esperaba como un viejo amigo que no sabía lo que le esperaba. Mi corazón latía con anticipación mientras me acercaba, un cóctel de nervios y esperanza en cada paso.

Pedí el clásico mojito, su sabor fresco y mentolado me ayudaba a sobrellevar la espera. Me acomodé en una esquina del bar, rodeada por el bullicio habitual, pero mi mente estaba lejos de aquí, enfocada en la esperanza de que esta noche sería igual a las anteriores.

Las horas pasaban lentamente, cada minuto estirándose como un chicle. El bar, con su ambiente cálido y su música de fondo, parecía no tener respuestas para mí. Mi paciencia se agotó, y con un suspiro de desesperanza, decidí que era hora de irme.

Salí del bar y, al dar la vuelta en la esquina, me encontré con una escena que definitivamente no encajaba en la rutina: Guido, con su cabello rubio brillando bajo la luz de la calle, estaba besándose apasionadamente con la misma rubia con la que lo había visto antes. La escena se desarrollaba contra una pared cercana, y el contraste entre la intensidad del momento y la frialdad de la noche me golpeó de lleno. Mi corazón se hundió mientras observaba, la sensación de traición y desilusión se mezclaban en un cóctel amar

Sentí cómo todo lo que había construido en mi mente, todas las defensas que había levantado en su nombre, las veces que lo había defendido contra su hermano, Nicole e incluso contra mis propias dudas, se desmoronaban como un papel arrugado que se tiraba a la basura en cuestión de segundos. Cada instante de duda que había ignorado, cada momento de inseguridad que había dejado pasar, se hacía evidente en ese instante.

Guido, al darse cuenta de mi presencia, se separó rápidamente de la rubia, que, sin duda, parecía tener algunos años más que él. Sus ojos se encontraron con los míos, y su sonrisa se desvaneció al instante, como si hubiera sido atrapado en un acto deshonesto.

Presioné mis labios con fuerza, mi corazón palpitando en mi pecho como si estuviera en un ritmo frenético. Con una sensación de traición y dolor, pasé junto a ellos, mis pasos resonando en el asfalto frío de la noche. Mi corazón estaba en la mano, expuesto y herido, mientras me alejaba de la escena que había revelado una verdad devastadora.

Guido no estaba tan "enganchado" como yo lo había estado, y en ese momento, dos realidades se enfrentaban con crudeza. Mientras yo me ilusionaba como una chica de 25 años, pensando que lo que compartíamos tenía un significado profundo y especial, él parecía verlo simplemente como una serie de encuentros momentáneos, impulsivos.

Para mí, esos momentos habían significado mucho más, pero no estaba lista para aceptar la verdad: mi cabeza había creado una realidad diferente, una versión idealizada que se desmoronó con la misma rapidez con la que había sido construida. La diferencia entre nuestras percepciones de lo que habíamos vivido me golpeó con fuerza.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora