CAPITULO 30: Todo es verdad

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El café estaba tranquilo aquella tarde, con el sonido de la lluvia golpeteando contra las ventanas. Alicia y yo nos habíamos instalado en una mesa, rodeadas de papeles y tazas de café humeante. Ella había venido preparada con un cuaderno lleno de notas y un par de libros que me había recomendado para ayudarme con mi tesis.

Alicia, con su característica actitud desenfadada, se acomodó en su silla y, después de un sorbo a su café, me miró con curiosidad.

—Che, ¿cómo va todo con tu chico?—me preguntó, con un tono casual pero atento.

Su pregunta me tomó por sorpresa, y me encontré un poco desorientada. Miré el contenido de mi taza mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.

—Mmm... va bien, creo—dije, tratando de ordenar mis pensamientos—. Hay momentos que son geniales, pero también tenemos nuestras complicaciones. A veces tengo dudas de si estamos en la misma sintonía.

Alicia se inclinó hacia adelante, interesada.

—¿En serio? Contame un poco más. ¿Qué es lo que te preocupa?

Resoplé y me acomodé en la silla. Mi mente comenzó a ordenar los fragmentos de lo que había estado viviendo.

—Bueno, últimamente siento que estamos como en una montaña rusa—comencé—. Hay momentos en que todo parece ir de diez, y luego los momentos tensos.

—¿Y por qué se generan esos momentos tensos?—preguntó Alicia, mostrando interés genuino.

—Él tiene un pasado bastante complicado—dije, dudando en cómo profundizar—. Hace un tiempo estuvo involucrado en un accidente que alteró bastante su vida. La relación con sus hermanos está deteriorada, y eso afecta todo lo demás.

Noté cómo Alicia se tensaba. Dejó la taza de café en el plato con un sonido sordo y sus ojos se clavaron en mí, como si intentara absorber cada palabra.

—¿Qué accidente?—inquirió, su voz cargada de curiosidad y preocupación.

—No quiero entrar en detalles—respondí, sintiendo que era un tema delicado—. Fue hace unos años, y no quiero pensar en eso ahora.

Alicia asintió lentamente, pero su mano tembló ligeramente al apoyar la taza en la mesa. Su rostro se tornó serio, y pude ver que estaba claramente afectada.

—¿Cómo se llama él?—preguntó, con un tono que mezclaba cautela y expectación.

Nuestras miradas se encontraron y, con una mezcla de duda y resignación, respondí—: Guido.

Al escuchar el nombre, la expresión de Alicia cambió drásticamente. Sus facciones se endurecieron y su cuerpo se tensó, como si acabara de recibir una sacudida inesperada. Era la primera vez que la veía así, con una mezcla de sorpresa y preocupación en sus ojos.

—¿Estás bien?—pregunté, notando el cambio en su expresión. Sus ojos se oscurecieron y reconocí esa mirada, aunque no podía ubicar de dónde.

—Sí, solo que me acabo de acordar que hoy quedé con una amiga por su cumpleaños. Tengo que irme—dijo Alicia rápidamente, con un tono que intentaba sonar casual pero que no podía ocultar su incomodidad.

Su reacción me hizo dudar, sabiendo que Alicia era extremadamente puntual y minuciosa. Jamás se le olvidaba nada, y estaba segura de que me estaba mintiendo. Su repentina urgencia por irse no parecía coincidir con su carácter.

Ambas nos levantamos rápidamente. La incomodidad se hacía palpable entre nosotras mientras nos dirigíamos hacia la puerta. Me despedí de Alicia antes de lo que había planeado, sabiendo que algo no estaba bien, pero sin poder hacer más que retirarme de la casa antes de lo previsto.
El trayecto hacia la casa de Guido se sintió sorprendentemente breve, a pesar del tráfico y la distancia. Mi mente no dejaba de darle vueltas a lo que acababa de suceder.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora