CAPITULO 10: Adrenalina

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La lluvia golpeaba con fuerza contra las ventanas, creando un sonido hipnótico que llenaba toda la casa. El cielo estaba cubierto por un manto gris, y las calles apenas visibles entre la cortina de agua que caía incesante. Sentada en la mesa del comedor, mi computadora portátil estaba abierta frente a mí mientras intentaba concentrarme en mi trabajo. La luz tenue del día se colaba a través de las cortinas, dándole a todo un aire tranquilo, casi melancólico.

El sonido constante de las gotas de lluvia me acompañaba mientras revisaba las reservas y respondía algunos correos electrónicos. La rutina me distraía de lo que en realidad quería hacer: escapar de la monotonía del día. Cerré un segundo los ojos, escuchando el agua correr por los techos, por las canaletas, y me dejé llevar por mis pensamientos. Era uno de esos días en los que la calma de la lluvia te daba ganas de hacer algo diferente, algo que rompiera con la sensación de encierro.

"¿Qué puedo hacer esta noche?" pensé, mientras el cursor parpadeaba en la pantalla, como si también estuviera esperando una respuesta. Tal vez una cena con amigos, o simplemente salir a caminar bajo la lluvia con un buen paraguas. Algo en mí quería aprovechar el día de alguna forma, aunque fuera simplemente salir y sentir el aire húmedo en mi rostro.

Volví la mirada hacia la ventana, viendo las gotas deslizarse con rapidez por el cristal, y me pregunté si habría algún lugar acogedor donde pudiera pasar la tarde. Un café, una librería... cualquier cosa que me sacara de la rutina. Las ideas revoloteaban en mi cabeza mientras el reloj seguía avanzando. Sabía que, a pesar del clima, el día no estaba perdido. Solo tenía que encontrar la manera de convertir esa lluvia en una excusa perfecta para disfrutar la noche.

De repente, como un destello en medio de la grisura del día, me acordé de la exposición de arte que tendría lugar esa noche en la zona oeste de la ciudad. Era un evento que llevaba semanas esperando, y aunque en ese momento no tenía un acompañante en mente, sabía que no podía perdérmelo. La idea de pasear entre obras llenas de colores y emociones, bajo la luz tenue de las lámparas y con el sonido de la lluvia como fondo, me llenó de energía.

El día parecía iluminarse dentro de mí, la monotonía de las reservas y correos quedó en segundo plano. No importaba la lluvia ni el hecho de que fuera sola, la exposición prometía ser fascinante. Sabía que sería un lugar donde podría perderme entre las pinturas, las esculturas, y tal vez encontrar algo nuevo, algo que me inspirara.

Me levanté de la mesa, con una nueva actitud, y miré por la ventana. La lluvia seguía cayendo, pero ya no la veía como un obstáculo, sino como el escenario perfecto para una noche distinta. Tal vez, incluso, la atmósfera lluviosa le agregaría un toque especial a la experiencia.

El día transcurrió entre una sucesión de pequeñas obligaciones que parecían no tener fin. Después de organizar las reservas y atender algunos correos, me sumergí en las tareas pendientes de la facultad. Los apuntes desordenados sobre la mesa y las páginas del libro de texto me absorbían, mientras intentaba mantener la concentración entre la rutina y las distracciones ocasionales.

El sonido de la lluvia, que había sido un constante susurro en el fondo, comenzaba a desaparecer, dejándome solo con el silencio de la casa y las tareas que, aunque necesarias, se sentían interminables. Cada tanto, mis pensamientos se escapaban hacia la noche que me esperaba. La idea de la exposición era como un faro que me mantenía motivada a lo largo del día.

Conforme las horas pasaban, la lluvia finalmente cedió. Miré por la ventana y vi que el cielo, aunque aún gris, estaba despejándose poco a poco. No más gotas resbalando por los vidrios, no más sensación de encierro. Sentí un alivio interno, como si el clima también se hubiera alineado con mis planes.

Cuando el reloj marcó la tarde avanzada, guardé los apuntes y me levanté de la silla. La noche estaba a la vuelta de la esquina, y el momento de prepararme había llegado. Con emoción contenida, fui al armario y comencé a buscar qué ponerme.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora