—Decime la verdad—le imploré, tratando de mantener la voz firme pero temblando—. ¿Vos ibas manejando cuando chocaste a Lucas Antonelli?
Mi corazón latía con fuerza, cada pulso era una mezcla de miedo y esperanza, y el silencio que siguió a mi pregunta se hizo denso. Su mirada se desplazó entre mi rostro angustiado y el espacio vacío alrededor, y su respiración se hizo más profunda y pesada. Sabía que esa pregunta abría una puerta que tal vez él no estaba listo para cerrar, pero necesitaba saber la verdad.
El cuerpo de Guido se apartó, dejándome pasar, y no dudé ni un segundo en avanzar hacia el interior. En silencio, nos dirigimos al living. Él se dejó caer sobre el sillón, como si el peso de la conversación que estaba a punto de empezar le resultara demasiado para soportar.
—¿Qué tengo que hacer para que dejes de darle vueltas a esto?—preguntó, con un tono que intentaba ser relajado, pero que estaba cargado de tensión.
—Patricio apareció—respondí de repente, quitándole cualquier duda de que este asunto era meramente personal. Mi voz sonó firme a pesar de la incertidumbre que me recorría—. Y me dijo cosas, cosas horribles que necesito que me confirmes o me niegues.
Noté cómo todo el cuerpo de Guido se tensó al escuchar mi relato, pero no era solo por lo que le estaba contando; era evidente que el nombre de Patricio había causado un impacto. Su reacción fue visceral, un movimiento involuntario que delataba su incomodidad y la angustia que le provocaba que su hermano fuera mencionado.
Guido se reclinó hacia atrás en el sillón, sus manos se entrelazaron y sus dedos comenzaron a tamborilear sobre el acolchado. La habitación, antes un espacio neutral, se cargó de una pesada atmósfera de desconfianza y ansiedad. Cada segundo que pasaba parecía alargarse interminablemente, como si el tiempo se hubiera detenido para esperar su respuesta.
—Decime —le exigí, mi voz quebrándose con cada palabra—. ¿Es verdad? ¿O que tengo que hacer yo para que deje de pensar en todo esto? Porque yo quiero, pero tu hermano aparece cada vez que algo el intento.
El silencio se volvió ensordecedor mientras Guido procesaba la pregunta. Sus ojos se llenaron de una mezcla de dolor y resignación, y su mandíbula se apretó con fuerza. Podía ver cómo la realidad de la situación se iba manifestando en su expresión, la lucha interna entre su deseo de protegerme y la necesidad de ser honesto.
Finalmente, sus palabras salieron en un susurro pesado, cargado de arrepentimiento.
—Sí, yo era el que estaba manejando.
El impacto de sus palabras fue como un golpe seco en el estómago, dejándome sin aliento. Las lágrimas que había contenido durante tanto tiempo comenzaron a brotar de nuevo, esta vez con una fuerza renovada. La verdad, por dolorosa que fuera, había llegado, y con ella, la certeza de que mi mundo se había tambaleado una vez más.
En cuanto Guido confirmó mi sospecha, una oleada de angustia me envolvió. Mi corazón empezó a latir desbocado, el sonido en mis oídos se volvió un zumbido constante, y sentí que el aire se me escapaba de los pulmones. Cada palabra que Guido había dicho se repitió en mi mente como un eco doloroso, cada una era un recordatorio de la verdad cruda y desoladora que acababa de salir a la luz.
La realidad de la situación era abrumadora: había pasado tanto tiempo tratando de entender los fragmentos de una historia, y ahora todo encajaba, pero el costo emocional era devastador. Las lágrimas comenzaron a fluir sin control, y aunque traté de contenerlas, no pude evitar que corrieran libremente por mi rostro. Mi cuerpo estaba temblando, no solo por el frío, sino por la tormenta emocional que me azotaba. Mi mente estaba llena de un torbellino de pensamientos confusos y dolorosos.
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Cicatrices en el pentagrama (GUIDO SARDELLI)
RomantikMeret, de 25 años, está decidida a hacer una tesis que marque la diferencia en su carrera universitaria en artes musicales. Su idea de grandeza surge cuando decide investigar a Guido, un músico retirado que fue acusado de asesinato y cuya carrera se...