CAPITULO 35: Casualidad o causalidad

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Nicole se encontraba acariciándome el pelo con suavidad mientras yo tenía la cabeza al borde de la cama, las lágrimas cayendo sin control mientras observaba el techo con el corazón vacío. Cada sollozo parecía resonar en la habitación, mezclándose con el silencio abrumador.

—No sos una mala persona, Mery —repetía Nicole, su voz era un susurro calmante en medio del caos emocional que me envolvía.

—Soy una mala persona —corrigí, entre lágrimas, mi voz quebrada por la culpa y el dolor—. Me metí en su vida cuando él un millón de veces me pidió que no lo hiciera...

Nicole hizo una pausa antes de continuar, buscando las palabras adecuadas para consolarme.

—Él no tiene idea de todo lo que descubriste, amiga —dijo con firmeza—. Tiene que saberlo. Su hermano siempre supo lo que había hecho, mientras que él quiso cubrirlo, creyendo que Patricio no se la iba a bancar. No puede vivir toda la vida creyendo eso.

Yo seguía mirando el techo, el dolor y el peso de la verdad batallando dentro de mí. Sentía como si estuviera atrapada entre la realidad de lo que había descubierto y la desilusión de cómo había terminado todo.

—Y por otro lado, su mamá que se aprovechó de todo —continuó Nicole—. Los dos se aprovecharon de todo y siguieron con las cosas así, dejándolo a Gastón en la cárcel. Ellos son malas personas, Meret, no vos.

A pesar de que Nicole tenía razón, no podía sacarme de la cabeza la imagen de Guido diciéndome que no apareciera más, que no quería verme nunca más en su vida. Las lágrimas volvieron a fluir, acompañadas de sollozos incontrolables. El dolor de saber que tal vez no volvería a verlo me aterraba, me dejaba sin respiración. Era como si un peso invisible me aplastara el pecho, dificultando cada respiración.

Me preguntaba si había estado todo este tiempo enfocada en sanar un dolor ajeno, un dolor del pasado que, en mi afán por resolverlo, había terminado solo provocando más sufrimiento. Me había empeñado tanto en encontrar una respuesta coherente para Guido sobre algo que para él era un dolor inexpresable, que no me di cuenta de la magnitud de lo que estaba destapando. Lo que había querido desenterrar era una verdad tan profunda y dolorosa que, al hacerlo, solo logré empeorar las cosas.

Pensar en la posibilidad de no verlo nunca más me desolaba. El temor de perderlo para siempre, de que todo mi esfuerzo por descubrir la verdad y ayudarle hubiera sido en vano, me sumía en un mar de incertidumbre y angustia. Me preguntaba si realmente había hecho lo correcto, o si mi obsesión por desenterrar la verdad solo había llevado a más dolor y destrucción.

En medio de todo esto, la verdad se manifestaba no solo como un simple hecho del pasado, sino como una fuerza destructiva que había arrasado con todo lo que alguna vez creí que podía construir. Me había centrado en el deseo de solucionar algo que, en su esencia, estaba destinado a permanecer oculto, y ahora, el costo de mi empeño se reflejaba en el dolor y el rechazo de Guido, sumado a la cruda realidad de que mis esfuerzos habían hecho más daño que bien.

Por otro lado, al repasar todo lo que se había presentado en mi vida en este tiempo, no podía ignorar que todo parecía entrelazado de una manera que no podía ser meramente casual. El hermano de Lucas, la mamá de los chicos, y todos los eventos y personajes que se habían cruzado en mi camino parecían formar un entramado que iba más allá de simples coincidencias. Me preguntaba si había un propósito más profundo detrás de todo esto, una razón por la cual todo había llegado a mi vida de esta forma.

FLASHBACK

Giré mi mirada hacia él, sintiendo cómo sus ojos recorían cada centímetro de mi presencia. No era una mirada de deseo, sino una mirada de análisis, fría y calculadora. Parecía estar evaluando cada detalle de mi ser con una precisión casi clínica, y su intensidad me hizo sentir más vulnerable que nunca.

Cicatrices en el pentagrama (GUIDO SARDELLI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora