CAPITULO 22: Elegir la direccion correcta

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Salí de la facultad con la asignación de mi tesis resonando en mi cabeza. "Alicia Colmares", había dicho la profesora. No me sonaba su nombre, pero la idea de tener que ir hasta las afueras de la ciudad para conocerla me dejaba un poco inquieta. Aún así, no tenía muchas opciones; si quería avanzar con mi tesis, tenía que seguir el plan. Mientras caminaba por los pasillos vacíos y finalmente salía del edificio, sentía cómo el calor del asfalto subía hasta mis piernas, pero mis pensamientos estaban en otra parte.

Todo lo que había pasado la noche anterior con Guido revoloteaba en mi mente. Su voz, su cuerpo, la intensidad de sus besos, y aquella mirada que me había desarmado. Fue algo que no esperaba, algo que aún no terminaba de procesar. Mi corazón latía más fuerte solo con recordar cómo me había hablado después de todo, con ese tono vulnerable que rara vez mostraba.

Agarré un colectivo y me senté junto a la ventana, mirando sin realmente entender. Pensaba en cómo esa conexión que habíamos tenido no era algo común, y cómo, en ese momento, me había dado cuenta de que estaba cruzando un umbral con él. Pero también me daba cuenta de lo difícil que sería, porque Guido seguía siendo alguien tan inaccesible. Su fortaleza y distancia contrastaban con los momentos en que se mostraba más humano, y no podía dejar de pensar si esa barrera se volvería a levantar.

El viaje fue largo, y a medida que el paisaje urbano se iba diluyendo en casas más espaciadas y caminos de tierra, sentí un nudo en el estómago. Las dudas sobre lo que significaba lo de la noche anterior se mezclaban con la incertidumbre de lo que me encontraría con Alicia. ¿Cómo sería ella? ¿Qué rol jugaría en esta etapa de mi vida? Me preguntaba si tendría la misma intensidad que había sentido con Guido en su música.

Finalmente, el colectivo me dejó en una parada a pocas cuadras de la casa. El sol ya estaba bajando, y el aire era más fresco, pero aún pesado por el día caluroso. Caminé lentamente por las calles tranquilas, sintiendo el crujir de la grava bajo mis zapatos. La casa de Alicia estaba aislada, rodeada de árboles grandes y frondosos. A medida que me acercaba, vi una construcción antigua pero bien cuidada, con un pequeño jardín al frente.

Paré frente a la puerta, respiré hondo, y toqué el timbre, con mis pensamientos aún enmarañados entre la música, Guido, y lo que vendría ahora con Alicia.

La puerta se abrió lentamente y me encontré frente a una mujer rubia, de rulos que caían de manera desordenada pero encantadora sobre sus hombros. Sus ojos marrones brillaban bajo la luz suave del atardecer, y lo primero que noté fue la sonrisa enorme que me ofrecía. Tenía esa cara amigable que te hacía sentir que no importaba cuántas veces la vieras, siempre te iba a recibir con calidez.

—¡Hola! Vos debés ser Meret, ¿no? —dijo con un tono vibrante que me hizo relajar un poco los hombros.

—Sí, soy yo... —respondí algo nerviosa, todavía intentando aterrizar mis pensamientos después del viaje.

—¡Qué lindo conocerte! Soy Alicia —dijo extendiendo su mano, que apreté con firmeza pero sin demasiada fuerza—. Pasá, por favor.

Entré a la casa, que era tan cálida como ella. El aroma a café y madera vieja me recibió mientras mis ojos se acostumbraban al interior, que estaba lleno de libros, plantas y un piano en el centro de la sala.

—Espero que no te hayas perdido mucho para llegar hasta acá. Viste que mi casa está medio lejos de todo —dijo mientras cerraba la puerta detrás de mí.

—No, por suerte el colectivo me dejó bastante cerca —respondí, agradecida de no haberme perdido.

—Me alegro —dijo con una sonrisa aún más amplia, como si fuera posible—. ¿Querés tomar algo? ¿Agua, café? Mirá que si te ofrecés a tocar el piano conmigo, hasta un vinito podemos abrir —soltó con una risa suave.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora