CAPITULO 1: Puerta a puerta

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Observé por unos segundos a mi amiga Nicole, su mirada fija en la profesora que nos explicaba por enésima vez las pautas de evaluación de la tesis, mientras mi mente deambulaba de acá para allá, intentando que alguna idea apareciera como arte de magia. La monotonía de las palabras de la profesora parecía desvanecerse en el fondo de mis pensamientos. Sabía que era crucial encontrar un tema que no solo cumpliera con los requisitos académicos, sino que también dejara una marca significativa.

La profesora hablaba sobre la importancia de elegir un tema innovador, uno que pudiera atraer tanto al jurado como a los lectores futuros. Pero a mí no me preocupaba tanto el impacto inmediato; lo que realmente deseaba era crear algo que resonara en mi interior, algo que pudiera conectar con mi propia pasión por la música y el arte.

Comencé a dibujar garabatos sobre el papel mientras contaba los segundos para que la clase terminara y dejara de robarme mi tiempo para pensar en alguna buena idea. Mi amiga a mi lado comenzaba a tensarse por el cansancio. Hacía dos horas que la estábamos escuchando sin hablar, pero parecían días.

Finalmente, cuando la profesora dio por finalizada la clase, ambas nos levantamos y caminamos a través de la universidad con nuestros libros contra nuestros pechos.

—Dios, no terminaba más de hablar... —murmuré con un suspiro de alivio.

—Se me hizo eterno —concordó Nicole mientras suspiraba—. Pero bueno, creo que ya sé qué voy a hacer para la tesis. ¿Y vos?

Me encontré esta vez un poco más sola de lo que me acostumbraba, teniendo a Nicole siempre en la misma página que yo. Ella ya sabía qué iba a hacer, mientras que yo no sabía ni por dónde empezar.

Frunci mis hombros y negué con la cabeza.

—Estoy muy perdida.

—¿Querés cafecito después de clases? —sugirió ella con una amplia sonrisa.

El cafecito después de clases se había convertido en una rutina cada vez que alguna tenía algún problema o necesitaba hablar. Ambas nos juntábamos en mi casa y hacíamos el mejor café que podíamos imaginar, cuidando cada detalle con esmero, mientras charlábamos de diversos temas. Hablábamos de qué chico nos gustaba, de por qué Matías de Sociales nos había mirado mal, de Julieta y su separación con Gastón, y, por supuesto, de qué haríamos cada una después de tener el título en mano.

Era nuestro pequeño refugio, un espacio donde las preocupaciones académicas y los dramas cotidianos se disolvían en el aroma del café y en las risas compartidas. Mientras las tazas de café se enfriaban, nuestros sueños y aspiraciones se calentaban, y nos ayudábamos mutuamente a encontrar claridad en medio del caos estudiantil.

El final del día en la universidad se acercaba rápidamente, y ni bien me di cuenta, ambas nos encontrábamos en el colectivo dirigiéndonos a mi casa. Conversábamos sobre lo mal que nos caía el profesor de Instrumentación, como si fuera una especie de ritual de desahogo. Nos quejábamos de cómo nunca nos dejaba hacer lo que mejor nos salía; siempre teníamos que seguir sus directrices y nunca había espacio para nuestra creatividad.

—Es como si nos estuviera bloqueando el camino —dijo Nicole, visiblemente frustrada—. Nunca nos deja explorar por nuestra cuenta, siempre tiene que ser a su manera.

—Exactamente —concordé, asintiendo—. Es un boludo...

Al llegar a casa, dejé mi bolso en el sofá y me saqué el abrigo mientras encendía la estufa. El día estaba helado; últimamente, el invierno era más crudo y seco de lo normal. En Don Torcuato, el invierno se sentía especialmente deprimente y poco acogedor. La atmósfera fría parecía calar hasta los huesos, y la sensación de aislamiento se hacía más fuerte a medida que caía la noche.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora