El sol caía lentamente detrás de los muros del centro penitenciario, proyectando sombras largas y melancólicas sobre el suelo. Me detuve frente a las puertas metálicas, sintiendo el peso de la situación sobre mis hombros. El lugar era imponente, con un diseño gris y frío que contrastaba con la cálida luz del atardecer. El ambiente era opresivo, lleno de un silencio sepulcral interrumpido solo por el ocasional eco de pasos lejanos.
Respiré hondo, intentando calmar los nervios que me recorrían el cuerpo. Había pasado semanas tratando de encontrar la forma de enfrentar este momento, pero ahora que estaba aquí, sentía una mezcla de ansiedad y determinación. La verdad sobre el accidente había cambiado todo, y me encontraba en el umbral de una nueva realidad que me había sido revelada.
Una guardia de seguridad se acercó al control de acceso, su mirada implacable y profesional mientras revisaba mis documentos. El proceso de verificación fue meticuloso, cada pregunta y cada respuesta aumentaban la tensión que sentía. Finalmente, me dieron un pase temporal y me indicaron el camino hacia la sala de visitas.
Mientras caminaba por el pasillo interior, las paredes de concreto parecían cerrarse a mi alrededor, y el aire se sentía más denso con cada paso. El sonido de las puertas automáticas al abrirse y cerrarse me seguía, creando un ritmo constante que acompañaba mis pensamientos. La sensación de estar en un lugar que había estado alejado de mi mundo cotidiano me hacía sentir aún más desconectada.
Llegué a la sala de visitas, una habitación austera con mesas de metal y sillas duras. Los visitantes y los internos intercambiaban miradas cautelosas mientras esperaban su turno.
Finalmente, me condujeron a una mesa en la que Gastón se sentaría al otro lado del vidrio acrílico, un recordatorio constante de la separación entre nosotros. Me senté y esperé, sintiendo una mezcla de nervios y determinación.
Cuando Gastón apareció, lo vi por primera vez. Era un hombre de complexión promedio y estatura media, con una presencia que inmediatamente llenó la sala. Su cabello, aunque cortado al ras, mostraba signos de haber sido descuidado, y su rostro estaba marcado por el tiempo y la experiencia. Había una tristeza en sus ojos que reflejaba tanto su situación actual como las cicatrices emocionales de su pasado.
Pero a pesar de llevar años en esta situación, increíblemente se podía notar lo imponente que era al igual que sus hermanos.
Gastón se sentó frente a mí, su mirada era directa pero cargada de una profunda tristeza. Había algo en su postura que indicaba tanto resignación como una fortaleza interior, un hombre que había aceptado su destino pero que no había perdido del todo la esperanza. Sus manos, aunque grandes y fuertes, estaban temblando ligeramente cuando las colocó sobre la mesa.
Me preparé para hablar, pero cuando nuestras miradas se encontraron, me sentí abrumada por la intensidad de sus ojos. Gastón tenía una mirada cansada, como si hubiera llevado una carga demasiado pesada durante demasiado tiempo. La profundidad de su mirada era una ventana a su sufrimiento y arrepentimiento, una mirada que hablaba de un pasado lleno de decisiones difíciles y dolorosas.
—Hola, Gastón —dije con voz temblorosa, intentando mantener la calma.
Él asintió lentamente, y por un momento, hubo un silencio pesado entre nosotros. Parecía estar evaluando mi presencia, preguntándose qué esperaba obtener de esta conversación. Su expresión era una mezcla de curiosidad y cautela, como si estuviera tratando de leer mis intenciones y averiguar por qué había venido.
—Soy Meret—dije, tratando de mantener la voz firme.
Gastón me observó atentamente, sus ojos cargados de una mezcla de sorpresa y reconocimiento. Su rostro, al principio reservado, se relajó ligeramente.
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Cicatrices en el pentagrama (GUIDO SARDELLI)
RomanceMeret, de 25 años, está decidida a hacer una tesis que marque la diferencia en su carrera universitaria en artes musicales. Su idea de grandeza surge cuando decide investigar a Guido, un músico retirado que fue acusado de asesinato y cuya carrera se...