CAPITULO 14: La Cripta

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Nicole y yo nos dirigíamos hacia La Cripta, el lugar que había suscitado una mezcla de emoción y duda en nosotras. El ambiente nocturno estaba cargado de una atmósfera intrigante, a medida que nos acercábamos al lugar.

Llevaba una pollera negra entablada con cadenas metálicas que caía a media pierna, dándole un toque atrevido y edgy al conjunto. La pollera estaba combinada con un top negro ajustado y ofrecía un contraste audaz con la falda. Encima, llevaba una campera de cuero negra que aportaba un aire rebelde y sofisticado, perfecta para la ocasión. En mis pies, unos borcegos negros completaban el look, aportando un estilo roquero y práctico para caminar durante la noche.

Nicole también se había vestido para impresionar, con un estilo que complementaba el mío sin dejar de tener su propio carácter. El maquillaje que elegí estaba en sintonía con la oscuridad del lugar: ojos marcados con sombra negra y labios en un tono nude que equilibraba el conjunto. Mi pelo, suelto y con ondas sutiles, enmarcaba mi cara, añadiendo un toque casual al outfit.

La Cripta era un lugar que parecía salido de una novela gótica, y su aspecto no decepcionó. Al ingresar, el primer impacto fue una mezcla de asombro y misterio. La entrada estaba flanqueada por columnas de piedra y una puerta de hierro forjado, que crujía al abrirse, dejando escapar un resplandor de luces tenues que se reflejaban en las paredes.

El interior era un laberinto de ambientes oscuros y envolventes. El techo, alto y con vigas expuestas, estaba adornado con luces de neón rojas y azules que se movían lentamente, creando un efecto de luz dinámica sobre las paredes de ladrillo expuesto. Los contrastes entre las sombras y las luces daban al lugar una atmósfera de profundidad y misterio, como si cada rincón escondiera secretos.

Las paredes estaban decoradas con arte oscuro y abstracto: figuras enigmáticas y grafitis con un estilo neogótico se mezclaban con elementos decorativos que parecían sacados de una antigua catedral en ruinas. Había una serie de cortinas pesadas y terciopelo negro colgando en algunas áreas, que separaban distintos espacios y creaban una sensación de privacidad y exclusividad.

El suelo, de un color grisáceo y algo desgastado, estaba cubierto en su mayor parte por alfombras persas oscuras y alfombras de terciopelo que amortiguaban el ruido de los pasos. La música, una mezcla de electrónica y sonidos oscuros, resonaba a través del sistema de altavoces, creando un ambiente envolvente que se sentía tanto en el pecho como en los huesos.

En el centro del espacio, una pista de baile iluminada por luces estroboscópicas pulsaba con un ritmo constante.

La multitud en La Cripta era tan intrigante como el entorno mismo. La mayoría eran adultos de mediana edad y mayores, sus edades reflejadas en la forma en que se movían con una mezcla de autocomplacencia y desinterés. La mayoría parecía haber abandonado la frescura de la juventud, reemplazada por una actitud de desdén elegante y una vibra que se sentía densa y casi palpable.

Algunos se habían vestido con elegancia gótica: hombres con trajes de terciopelo negro, chalecos de cuero y camisas de seda con cuellos altos; mujeres con vestidos largos de encaje y terciopelo, con corsets ajustados y capas que arrastraban tras de sí. Sus rostros, pintados con maquillaje dramático — ojos ahumados, labios oscuros y piel pálida — acentuaban su apariencia y contribuían a la atmósfera general del lugar.

Otros asistían con un aire más informal pero igualmente distintivo. Llevaron camisas con diseños abstractos, chaquetas de cuero con tachuelas y pantalones rasgados. Las botas altas y los zapatos de charol brillaban bajo las luces intermitentes. Aunque su estilo era menos elaborado, la actitud que proyectaban era igualmente intensa y, a menudo, desafiante.

La vibra del lugar era pesada, cargada de un sentimiento de superioridad que flotaba en el aire. Las conversaciones se llevaban a cabo en murmullos conspirativos, y las risas eran cortas y secas, como si se tratara de un rito de camaradería entre personas que compartían un entendimiento implícito de la oscuridad que los unía. Los grupos se formaban y reformaban con una fluidez enigmática, como si estuvieran moviéndose en un ciclo constante de atracción y rechazo.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora