CAPITULO 12: Estrellada

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Me observé una vez más en el espejo, dudando si lo que me había puesto era acorde al evento. El remerón con letras rojas y amarillas me parecía una elección arriesgada, pero decidí que reflejaba lo que quería transmitir: un toque despreocupado pero con estilo. Me ajusté las botas de caña alta y jugué con mi pelo, asegurándome de que el maquillaje estuviera impecable. Tomé aire, me eché un último vistazo, y me convencí de que estaba lista.

Nicole, al lado mío, se echaba perfume con elegancia, como si no tuviera una sola duda sobre su look.

—¿Lista? —preguntó mientras guardaba el frasco en su bolso.

—Creo que sí —dije, aunque todavía sentía ese pequeño nudo de inseguridad.

Tomé mi bolso, tratando de convencerme de que la confianza viene con el porte y no solo con la ropa.

Hacía meses que veníamos esperando esta noche. La lluvia de estrellas prometía ser uno de esos espectáculos que no se repiten seguido, y sabíamos que no nos lo podíamos perder. Desde que se había anunciado, había sido tema de conversación constante. Todos querían estar allí para presenciar algo tan único, pero nosotras nos habíamos asegurado de conseguir las entradas con mucha anticipación. El planetario había organizado un evento exclusivo, con cupos limitados, lo que lo hacía aún más especial.

Cada detalle estaba pensado para que la experiencia fuera inolvidable. Al llegar, habría telescopios de alta tecnología y guías astronómicas para ayudarnos a entender mejor lo que estábamos a punto de ver. Además, el techo del planetario se abriría durante la lluvia de estrellas para permitir una vista despejada del cielo nocturno. Había zonas para relajarse, mantas para los que quisieran acostarse a ver el cielo, y la promesa de una noche inolvidable bajo un manto estrellado.

Era un evento que no solo atraía a aficionados de la astronomía, sino también a aquellos que buscaban algo especial, casi mágico. Había algo en la idea de estar todos juntos, en la oscuridad, mirando el cielo con asombro, que hacía que se sintiera como si estuviéramos a punto de ser testigos de algo extraordinario.

Para nuestra suerte, Nicole había convencido a sus viejos de prestarle el auto para que pudiéramos llegar al planetario. No estaba cerca ni ahí; el lugar quedaba bastante alejado de la ciudad, en una zona de campo abierto y a la altura de un cerro, lo que lo hacía ideal para ver las estrellas sin la interferencia de las luces urbanas. Habíamos planificado salir temprano para no correr riesgos, así que ya estábamos en el auto, yendo por la ruta oscura, con el sonido del motor y nuestros pensamientos haciendo eco en el silencio.

—Che, ¿todo bien vos? —me preguntó Nicole mientras ajustaba el espejo retrovisor, sus ojos mirándome de reojo.

—Más o menos, me pasó algo muy raro el otro día —murmuré, mirando por la ventana, viendo cómo las luces de la ciudad se iban apagando a medida que avanzábamos. No había contado mucho, pero con ella siempre era difícil esconder algo.

—¿Tiene que ver con Guido? —disparó, porque me conocía demasiado bien.

Suspiré, apoyando la cabeza contra el vidrio frío del auto.

—Sí, más o menos. Es que... no sé, lo de Guido y su hermano me dejaron re mal. Estaban a punto de cagarse a trompadas delante mío. Fue demasiado.

Nicole frunció el ceño, concentrada en la ruta pero claramente interesada en lo que decía.

—¿Qué pasó exactamente?

Le conté todo. Cómo Patricio apareció de la nada, cómo se habían sacado, las cosas que se dijeron. Me detuve en esa frase de Patricio que me había dejado pensando: "Sabía que te gustaba, pero no pensé que te iba a poner en idiota."

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora