CAPITULO 21: Empezar a sentir

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Los besos se volvieron más intensos, como si cada uno de ellos fuera un escape para todo lo que él había guardado en su interior. Pude sentir el latido de su corazón, tan rápido como el mío, y en ese momento supe que ya no había vuelta atrás. Todo lo que me había mostrado a través de su música estaba ahora frente a mí: cada cicatriz, cada herida abierta, cada duda que lo había atormentado durante años.

Sus ojos me decían lo que las palabras no podían, llenos de una mezcla de dolor y deseo que me atravesó por completo. Era como si, después de haber tocado y cantado, hubiera dejado caer la última barrera que lo mantenía a salvo. Y yo, sabiendo el peso de lo que significaba, sólo conocía una manera de devolverle lo que él me había dado: demostrándoselo.

Quise decirle tantas cosas, pero ninguna palabra parecía estar a la altura de lo que había sentido cuando lo escuché tocar. Había sido un momento tan íntimo, tan revelador, que era como si por primera vez lo entendiera en su totalidad. No necesitábamos hablar, porque todo estaba ahí, en el aire entre nosotros. Su música me había permitido ver lo más profundo de él, esa parte que siempre había mantenido oculta.

Me aferré a él, sintiendo su respiración entrecortada contra mi piel, y en ese momento todo lo demás desapareció. No había pasado ni futuro, solo ese instante. Todo tenía sentido, como si a través de su música hubiera desvelado la verdad que siempre había estado buscando.

Sentí como sus manos, firmes pero cuidadosas, comenzaron a deslizarse por mi cuerpo, arrancando cada prenda con una calma desesperada, dejándolas caer en algún rincón perdido de la habitación. Era como si el aire se volviera más espeso a cada segundo, más cargado de esa tensión que nos envolvía, y sus besos... sus besos ardían sobre mi piel, dejando un rastro que parecía quemar de la mejor manera. Empezó por mis hombros, sus labios descendiendo lentamente por mis brazos, mi panza... cada roce era como una promesa no dicha, un deseo encendido que no podía ser contenido.

Sin pensarlo, repetí su acción. Sentía la necesidad de devolverle cada una de esas caricias, de marcarlas en su piel como él lo hacía conmigo. Mis labios encontraron su cuello, suaves al principio, pero luego más atrevidos, mordiendo ligeramente, reclamando ese espacio como mío. El sonido de su respiración acelerada y la forma en que sus manos se tensaban en mi espalda me decían que él lo estaba sintiendo tanto como yo. Mis dedos, algo torpes por la adrenalina del momento, encontraron el borde de su camiseta, y con un solo movimiento se la quité, dejando al descubierto lo que hasta ese momento solo había imaginado.

Por primera vez lo vi realmente, desnudo frente a mí, no solo de ropa, sino también de esa coraza que siempre llevaba consigo. Su cuerpo, con sus cicatrices invisibles y su piel suave, era una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que me conmovió más de lo que podía expresar. Mis manos recorrieron su pecho, sintiendo cómo se estremecía bajo mi tacto, y fue en ese momento que supe que ya no había vuelta atrás. Él estaba tan expuesto ante mí como yo ante él.

Su mirada, intensa y oscura, me atravesaba, como si estuviera buscando algo en lo profundo de mí, algo que solo él sabía que estaba ahí. Y entonces, sus manos me envolvieron con más fuerza, presionando mi espalda para acercarme aún más. Sus labios volvieron a encontrar los míos con urgencia, y yo no podía hacer otra cosa que perderme en él. Mis piernas, casi por instinto, se envolvieron alrededor de sus caderas, como si no quisiera que se separara de mí ni por un segundo. La conexión entre nosotros era abrumadora, tanto física como emocional. Era más que deseo, más que simple atracción. Era una especie de alivio, como si después de tanto tiempo de buscar respuestas, de estar perdidos, finalmente nos hubiéramos encontrado.

Mi mente estaba dividida entre el placer que sus caricias provocaban y la intensidad del momento, una mezcla de sentimientos que me atravesaba sin piedad. El miedo de estar entregándome por completo, de exponerme tanto como lo había hecho él al tocar y cantar... pero al mismo tiempo, la certeza de que este era el único lugar donde quería estar, en sus brazos, rodeada por su calor, por la intensidad de lo que compartíamos.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora