CAPITULO 11: Lazos familiares

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No sabía en qué momento había terminado dentro del auto de Guido, mientras él manejaba en un silencio absoluto. El único sonido que rompía la quietud del interior era el constante golpeteo de la lluvia sobre el parabrisas y el leve zumbido de la calefacción, que intentaba, sin mucho éxito, contrarrestar el frío que aún me envolvía.

Sentada en el asiento del copiloto, sentía como si una ola de emociones estuviera a punto de arrasarme. La lluvia y el frío se mezclaban con el desasosiego que me provocaba el enfrentamiento que acababa de presenciar. El miedo, la confusión y la incertidumbre eran tan palpables como el agua que empapaba mi ropa. El peso de la situación se asentaba en mi pecho, haciéndome respirar con dificultad.

Las palabras de Patricio resonaban en mi mente como un eco interminable. "Mira cómo te tiene esta piba... Sabía que te gustaba pero no pensé que te iba a poner en idiota." Cada una de esas frases se repetía en mi cabeza, como un mantra inquietante. Me encontraba atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones que no podía controlar.

Me preguntaba si realmente había provocado algo en Guido. ¿Era posible que Patricio hubiera tocado una verdad incómoda, o era todo parte de su juego para desafiar a su hermano? La insinuación de que yo le provocaba algo a Guido se instaló en mi mente con una intensidad perturbadora. La idea de que mi presencia podría tener un impacto tan significativo en él, de alguna manera, me resultaba tanto halagadora como aterradora.

El silencio en el auto me permitía repasar cada palabra de Patricio con un detalle minucioso. Intentaba analizar su tono, sus gestos, y cómo sus palabras se habían dirigido a Guido, como si intentara ponerlo en evidencia frente a mí. El desafío implícito en sus palabras y la forma en que parecía disfrutar de la incomodidad que había creado no hacían más que intensificar mi confusión.

Mi mente pasaba de un pensamiento a otro, tratando de entender si había alguna verdad en las palabras de Patricio o si simplemente había sido una táctica para provocar. El impacto emocional de la confrontación había sido tan fuerte que me resultaba difícil pensar con claridad. Cada vez que miraba a Guido, su expresión dura y su silencio me recordaban el tumulto que acababa de experimentar.

Me encontraba más perdida que nunca. La confusión que sentía era un laberinto sin salida, y cada momento a su lado parecía agregar más capas a la enigmática vida de Guido. La intensidad del enfrentamiento con su hermano, Patricio, solo había profundizado mi desconcierto sobre la relación entre ellos.

No podía dejar de preguntarme qué había llevado a Guido a ese punto de odio absoluto con su propio hermano. ¿Qué tipo de historia había entre ellos para que la animosidad y la tensión llegaran a ese extremo? Las palabras de Patricio resonaban en mi mente, pero no ofrecían respuestas claras, solo insinuaciones que dejaban mucho a la interpretación. Su manera de hablar y el desafío implícito en sus comentarios me hacían cuestionar cuánto más estaba dispuesto a revelar Guido sobre su vida personal.

Cada día que pasaba a su lado, la sensación de estar al borde de un gran descubrimiento se mezclaba con la sensación de que la verdad se me escapaba cada vez más. Había algo en su comportamiento, en sus reacciones y en su historia no contada que me mantenía en vilo, sin poder obtener una visión completa de quién era realmente. Cada nueva capa que se desvelaba solo parecía añadir más misterio a la ecuación.

La intensidad del enfrentamiento con Patricio había sido una clara demostración de que había un profundo conflicto subyacente, uno que Guido había preferido mantener oculto. La frialdad y el desafío entre los hermanos sugerían que había más en juego, pero las piezas del rompecabezas seguían sin encajar.

El hecho de que cada día a su lado revelara nuevas incógnitas solo aumentaba mi frustración. Parecía que cada vez que intentaba comprenderlo mejor, me encontraba con más preguntas sin respuesta. La vida de Guido era un enigma en constante evolución, y mi intento de descifrarlo solo me hacía sentir más desorientada. La tormenta que había experimentado esa noche era solo un reflejo de la tormenta interna que me atormentaba, y el silencio del auto solo subrayaba mi creciente desesperación por encontrar claridad en medio del caos.
Guido estaba tenso al volante, su cuerpo rígido y sus manos firmemente agarrando el volante. Cada vez que una ráfaga de viento azotaba el auto, los mechones de su pelo rubio mojado caían desordenadamente sobre su frente, empapándose aún más con la lluvia que caía sin cesar. Sus ojos, al mirar fijamente a través del parabrisas, reflejaban una determinación que contrastaba con la angustia evidente en su rostro.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora