CAPITULO 27: Querer y que me quieran

171 27 1
                                    

No había pegado un ojo en toda la noche, y cada vez que me venían a la mente las palabras que había dicho, sentía que mi estómago se retorcía. La inquietud de haber cruzado una línea y haber ido demasiado lejos me atormentaba, como un peso que no podía soltar. Mientras yo daba vueltas en la cama, inquieta y llena de dudas, Guido a mi lado parecía dormir como si nada raro hubiera pasado, ajeno a la tormenta interna que me consumía.

La serenidad con la que respiraba solo intensificaba mi desasosiego. Cada vez que lo miraba, sumido en un sueño tranquilo, me sentía aún más atrapada en mis pensamientos, preguntándome si había sido una tonta por dejarme llevar de esa manera. La culpa y el arrepentimiento se mezclaban con la incertidumbre de cómo seguir adelante, y el contraste entre su calma y mi inquietud solo acentuaba el caos emocional que experimentaba.

FLASHBACKS

Nuestros gemidos chocaron, se fundieron en una melodía compartida, mientras me dejaba llevar completamente por el momento. Sus movimientos eran firmes, decididos, llevando la situación a un punto culminante donde el mundo exterior parecía desvanecerse.

Finalmente, en un instante de pura entrega, ambos nos sumergimos en el clímax, fusionándonos en una sensación que nos envolvía por completo. Cada latido, cada respiración se sincronizaba en un acto que hablaba de una conexión profunda y visceral, dejándonos a ambos exhaustos pero satisfechos, atrapados en el remanente calor de nuestra pasión.

Mi cabeza se apoyó en su pecho, y nuestros corazones latieron casi al unísono, un nudo se formó en mi garganta al sentir tanto en ese momento. Un miedo profundo me recorrió la espina dorsal, y mi mano yacía en su brazo, temblando levemente. Analicé miles de veces si debía decir lo que sentía, pero el miedo era demasiado grande. Finalmente, cuando no pude contenerme más, levanté mi cabeza y lo miré directamente a los ojos.

—Guido —llamé su atención, con una mezcla de vulnerabilidad y desesperación.

Él levantó levemente su cabeza, mirándome con una expresión suave y sus ojos rasposos aún llenos de calma.

—¿Qué pasa? —preguntó con un tono suave que contrastaba con el tumulto en mi interior.

—Me gustas —dije, con un atisbo de miedo en mi mirada, mi voz temblando ligeramente.

Guido sonrió levemente, y asintió con una expresión que mostraba que estaba consciente de lo que sentía. Pero, sin darme tiempo para procesar sus gestos, añadí con el corazón en un puño:

—No... creo que estoy enamorada de vos.

Toda su expresión cambió de repente, como si una verdad que parecía evidente para mí no lo fuera tanto para él. La presión de mis labios y el peso de todos mis arrepentimientos se clavaron en mi frente al no recibir una respuesta clara. En lugar de eso, él simplemente me sonrió levemente y volvió a recostar su cabeza, cerrando los ojos en paz. Yo, en cambio, sentía todo lo contrario a la paz. La incertidumbre y el temor se enredaban en mis pensamientos, y el silencio que siguió me envolvió en un doloroso vacío.

FIN DEL FLASHBACK

Me levanté de la cama con cuidado, consciente de que el amanecer estaba a punto de desvelar el mundo exterior. La luz se filtraba apenas por las ventanas, y me vestí rápidamente con la camiseta negra que estaba tirada cerca de la cama. Cada movimiento era silencioso, para no despertar a Guido, que aún permanecía inmóvil, con una expresión de paz que me resultaba a la vez reconfortante y dolorosa.

Con el corazón aún acelerado y la mente en tumulto, me dirigí al rincón de la sala donde mi único amigo capaz de distraerme de cualquier guerra interna esperaba: el piano. Me acerqué al instrumento con una mezcla de resignación y esperanza, sabiendo que las notas de un piano podrían ofrecerme un respiro de la confusión emocional que me envolvía.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora