CAPITULO 18: Vos me importás

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—¿Qué haces acá? —cuestioné, intentando mantener la distancia en mi voz.

—Las preguntas las hago yo —su voz, fría y arrastrada, resonó en la puerta como un látigo invisible.

Tragué saliva, sintiendo de repente que estaba bajo el foco de un interrogatorio. Como si tuviera al FBI enfrente, cuestionándome por algo de lo que ni siquiera era consciente.

—Guido, ¿qué te pasa? —logré preguntar, pero mi voz salió más débil de lo que esperaba.

Sin esperar respuesta, entró en la casa con una familiaridad desconcertante, como si hubiera estado aquí mil veces, aunque era la primera. Lo observé avanzar hasta el centro de la sala, su espalda rígida, sus hombros tensos, y una distancia en su mirada que me hizo estremecer. Se dio la vuelta lentamente, sus ojos afilados como navajas antes de soltar la bomba.

—¿Qué hacías hablando con Antonelli?

En ese instante, todo dentro de mí se desmoronó. Un torbellino de pensamientos desbocados me golpeó. Mi mente empezó a girar a toda velocidad, repasando cada segundo de mi conversación con Antonelli, buscando desesperadamente alguna señal, algún detalle que hubiera pasado por alto. ¿Cómo lo sabía? ¿Qué le había dicho exactamente? ¿Por qué sonaba tan acusador? Intenté calmar el caos en mi cabeza, pero era inútil. Sentí cómo el pánico subía por mi garganta, esa sensación de estar al borde de un precipicio sin saber por qué, ni cómo, había llegado ahí. La angustia me envolvía, atrapándome en una maraña de pensamientos confusos y preguntas sin respuesta.

—Guido, pará un poco —dije, levantando las manos en señal de calma—. Lo de ese tal Antonelli fue pura casualidad. Nos encontramos en la cafetería, nada más. No tengo idea de cómo te enteraste, pero te juro que no fue lo que pensás.

Él me miró con esos ojos oscuros, llenos de desconfianza, como si cada palabra que decía lo irritara más. Se cruzó de brazos, tensando la mandíbula.

—Dejá de mentir —su voz salió cortante—. Sabés muy bien lo que estabas haciendo. Te la pasás buscando, metiéndote en cosas que no te corresponden. Siempre querés saber más, querés hurgar en mi pasado como si fueras una detective.

—¡No es así! —le contesté, sintiendo la frustración brotar—. ¡No estoy averiguando nada! ¡Fue una coincidencia! ¿Por qué pensás que estoy detrás de tu pasado? ¡Ni siquiera sabía quién era Antonelli hasta que apareció!

—¿Coincidencia? —soltó una risa amarga—. No te creo nada. No es la primera vez que te veo metida en donde no te llamaron. Siempre querés saber de más, Meret. Siempre. Y ahora con Antonelli, justo él... No me vengas con que fue casualidad.

Lo miré, incrédula, tratando de contener las ganas de gritarle. No entendía de dónde venía tanto veneno, tanta bronca.

—¿Qué pensás, entonces? —lo desafié—. ¿Que estoy haciendo una investigación sobre vos? ¿Para qué? ¡Yo no quiero meterme en lo que no querés contar! Pero si siempre me cerrás las puertas, si siempre estás a la defensiva, ¿qué querés que haga?

Guido sacudió la cabeza, dando un paso hacia mí.

—Lo que quiero —me dijo entre dientes— es que dejes de hacerte la inocente. Todo lo que pasa entre nosotros, vos lo enredás más porque no podés dejar de curiosear, porque querés meterte en todo. ¿Sabés lo que me rompe las pelotas? Que no puedas dejar mi pasado donde está. Es mío, no tuyo.

Sentí un nudo en la garganta, pero no me iba a quedar callada.

—¡Yo no estoy buscando nada! —exclamé, mi voz temblando de rabia—. ¡Si hay algo que me querés decir, decímelo! Pero no me acuses de cosas que no hice.

Cicatrices en el pentagrama | GUIDO SARDELLIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora