—Ey, ey, ey, chiquita, concentrada acá —dijo Alicia, chasqueando sus dedos delante de mis ojos, intentando captar mi atención.
Negué con la cabeza, sacudiendo la confusión que me envolvía—. Perdón, estoy en una...
Había pasado más de dos semanas desde aquel día que había hecho tambalear mi mundo, y se sentía como una eternidad. Mi corazón todavía latía vivo por él, como si cada pulsación fuera un recordatorio constante de lo que había perdido. Mientras tanto, mi mente no dejaba de martillar una lista interminable de razones por las cuales debía alejarme, razones que se habían vuelto cada vez más pesadas y difíciles de ignorar.
—Te noto en las nubes desde hace días —continuó Alicia, con una mezcla de preocupación y impaciencia en su voz—. ¿Qué pasa?
Miré alrededor, tratando de ubicarme en la realidad. El estudio estaba calmo, pero yo me sentía aislada, atrapada en mi propia tormenta interior. Alicia estaba ahí, frente a mí, pero en mi mente, las imágenes de Guido y el quilombo emocional que había causado se entrelazaba con los recuerdos felices de lo que habíamos compartido.
—Sí, perdón —dije, tratando de recuperar mi compostura—. Tuve unos días de mierda.
Alicia asintió, su expresión suavizándose—. Entiendo, pero necesitamos que te enfoques. Estamos en medio de algo importante y no podemos permitirnos distracciones.
Respiré hondo, tratando de centrarme. Miré el proyecto frente a mí, un trabajo que requería toda mi atención. Sabía que debía dejar atrás el dolor y concentrarme en lo que tenía que hacer, pero cada vez que me distraía, el recuerdo de Guido volvía a golpearme con la misma intensidad.
—Perdon , realmente —repetí, mientras intentaba despejar mi mente y concentrarme en el presente. Aún me costaba aceptar que, a pesar de todo, las cosas no podían seguir como antes. Mi vida había cambiado de manera irrevocable, y ahora tenía que encontrar la manera de seguir adelante, a pesar del peso que llevaba en el corazón.
Ella me observó minuciosamente—. ¿Un chico?
Presioné mis labios y esbozé una sonrisa leve, asintiendo. Alicia me devolvió la sonrisa con una comprensión que parecía ir más allá de las palabras. Su mirada tenía una profundidad que me hizo sentir que, aunque no me conocía del todo, entendía lo suficiente para captar el contexto de mi dolor.
En los últimos meses, Alicia se había convertido en una figura similar a lo materno en mi vida. Su presencia era como un refugio en medio de la tormenta. Su habilidad para leer entre líneas y ofrecer una palabra de aliento o un consejo oportuno había creado un vínculo especial entre nosotras. Era como si me conociera de una manera que pocas personas podían, y esa conexión me había dado el coraje para abrirme an ella, compartiendo tanto mis conflictos como mis alegrías.
—Sí, un chico —confirmé, sintiendo un nudo en la garganta al pensar en Guido. A pesar de todo, aún no podía desprenderme completamente de él, ni de las emociones que había generado en mí.
Alicia asintió lentamente, su mirada transmitiendo empatía y paciencia. Sabía que el proceso de sanar y seguir adelante no era algo que pudiera apresurarse. No era solo el recuerdo de Guido lo que me afectaba, sino todo lo que había pasado: los momentos felices, las caricias, las promesas rotas y la verdad dolorosa que había salido a la luz.
—¿Vale la pena ponerse así? ¿Él lo vale? —cuestionó Alicia, dejando una nueva incógnita flotando en el aire.
La pregunta me golpeó como una ola helada. ¿Lo valía? Sentí mi corazón golpear mi pecho con una intensidad que nunca había experimentado antes. Me detuve a pensar en todo lo que había pasado, el tumulto de emociones que había estado tratando de procesar.
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Cicatrices en el pentagrama (GUIDO SARDELLI)
RomanceMeret, de 25 años, está decidida a hacer una tesis que marque la diferencia en su carrera universitaria en artes musicales. Su idea de grandeza surge cuando decide investigar a Guido, un músico retirado que fue acusado de asesinato y cuya carrera se...