Capítulo 48

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La noticia del despertar de Hermes se extendió como un reguero de pólvora por todo el reino del Inframundo, llevando consigo una oleada de alivio y felicidad, desde las profundidades más oscuras hasta los rincones más remotos, los habitantes del Inframundo celebraban el milagro que había devuelto a su querida reina y madre a la vida.

En el palacio de Hades, la alegría era palpable. Hermes había vuelto, y con ella, la esperanza y la vitalidad que habían estado ausentes durante tanto tiempo. Los cuatrillizos, Angélica, Penacea, Hermafrodito y Pan, reían y jugaban alrededor de su madre, llenando el aire con risas y canciones que resonaban en los corazones de todos los presentes.

Hades observaba la escena con una sonrisa radiante, su corazón rebosante de gratitud y amor. "Nuestra familia está completa de nuevo", dijo con emoción, rodeando a Hermes y a los niños con sus brazos protectores.

Hermes miró a su alrededor, sintiendo la cálida presencia de su familia y su pueblo a su lado. "Estamos juntos de nuevo, gracias a todos ustedes", dijo con voz emocionada, sus ojos brillando con felicidad.

En medio de la celebración, los curanderos del Inframundo fueron honrados y reconocidos por su valiente trabajo y dedicación. Con lágrimas en los ojos y sonrisas en los labios, recibieron el agradecimiento y el aprecio de aquellos a quienes habían servido con tanta devoción.

Mientras Hermes abrazaba a sus hijos y se maravillaba de la alegría que los rodeaba, comenzó a sentir una fuerza renovada pulsando en su interior. Poco a poco, se dio cuenta de que había recuperado toda su fuerza divina, cada fibra de su ser irradiando con el poder que una vez había sido suyo.

Con una sonrisa de asombro, Hermes se volvió hacia Hades, su mirada llena de gratitud y admiración. "¿Cómo... cómo ha sido posible?", preguntó, asombrado por la magnitud del milagro que había ocurrido.

Hades colocó una mano en el hombro de Hermes con ternura. "Tanto yo como los seres del Inframundo hemos trabajado incansablemente para mantener la armonía entre los tres reinos", explicó con seriedad. "Nuestro objetivo siempre fue asegurarnos de que tu despertar no causara caos ni discordia en el mundo de los dioses, los humanos o el Inframundo".

Hermes asintió, conmovido por el sacrificio y la dedicación de todos aquellos que habían trabajado para su bienestar y el equilibrio de los reinos. Se volvió hacia sus hijos, cuyas mentes curiosas estaban llenas de preguntas y ansias de conocer más sobre su madre.

Los cuatrillizos rodearon a Hermes, sus ojos brillando con entusiasmo. "Mamá, ¿cómo era el Inframundo cuando estabas aquí?", preguntó Angélica con curiosidad, mientras sus hermanos asentían con emoción.

Hermes se sumergió en la conversación con sus hijos, compartiendo historias de sus días en el Inframundo y respondiendo a cada una de sus preguntas con amor y paciencia. Angélica, Penacea, Hermafrodito y Pan escuchaban con atención, absorbidos por los relatos de su madre sobre las maravillas y los desafíos de su reino.

Mientras tanto, Hades observaba la escena con una sonrisa, su corazón rebosante de felicidad al ver a su amada Hermes compartiendo momentos especiales con sus hijos. "Es como si el tiempo se hubiera detenido", murmuró para sí mismo, maravillado por la magia del amor y la familia.

Los pequeños cuatrillizos miraron a su madre con seriedad, sus ojos llenos de determinación y lealtad. "Mamá, hemos oído que fueron los Olímpicos quienes te hicieron daño", dijo Penacea con voz firme, sus hermanos asintieron en acuerdo. "No queremos conocerlos", agregó Hermafrodito con decisión, mientras Angélica y Pan asentían en silencio.

Hermes se sintió abrumada por la mezcla de emociones que inundaron su corazón., por un lado, sintió gratitud y orgullo por el amor y la protección que sus hijos mostraban hacia ella y por otro lado, un dolor antiguo y profundo se agitó en su interior al recordar las acciones despiadadas de los Olímpicos.

Con los corazones rebosantes de felicidad y alivio, Hermes y Hades condujeron a los cuatrillizos hacia el gran salón del palacio, donde las criaturas del Inframundo los recibieron con alegría y reverencia. Las Furias, con sus ojos centelleantes y sus túnicas oscuras, se inclinaron ante la familia real, su lealtad eterna reflejada en cada gesto.

"¡Hermes ha regresado!", exclamaron las Furias con voces llenas de emoción, sus rostros iluminados por sonrisas de genuina alegría. "Nuestra reina ha vuelto a nosotros".

Cerbero, el leal guardián de las puertas del Inframundo, ladró con entusiasmo mientras agitaba sus múltiples colas. Se acercó corriendo hacia la familia real, sus ojos brillando con afecto mientras daba saltos de alegría a su alrededor.

Hermes se sintió abrumada por la calidez y la hospitalidad de sus súbditos. "Gracias a todos por vuestra bienvenida", dijo con gratitud, devolviendo los gestos de cariño con una sonrisa radiante.

Hades se puso de pie junto a su esposa, su mirada recorriendo el salón con orgullo. "Somos bendecidos de tener a Hermes de vuelta entre nosotros", proclamó con voz resonante, su presencia imponente llenando la sala con una sensación de seguridad y autoridad.

Con un suspiro, Hermes rodeó a sus hijos con sus brazos, sintiendo el peso de la responsabilidad maternal sobre sus hombros. "Mis queridos hijos, os agradezco vuestro amor y vuestra lealtad", comenzó con voz suave, acariciando sus cabezas con ternura. "No os obligaré a conocer a aquellos que os han hecho daño. Vuestra seguridad y felicidad son lo más importante para mí".

Hades se acercó a ellos, su rostro reflejando comprensión y apoyo. "Estoy de acuerdo con Hermes", dijo con voz firme. "Los Olímpicos han demostrado su desprecio por nuestra familia y nuestro reino. No permitiré que pongan en peligro a ninguno de vosotros".

Los cuatrillizos asintieron con gratitud, sintiéndose protegidos y amados en los brazos de sus padres. 

Amor en las profundidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora