26 ; s l e e p i n g w i t h a s l y t h e r i n

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Lo último que Cassie esperaba al volver a su habitación era encontrarse con Theodore Nott. No solo estaba allí, sino que se había acomodado con total descaro en su cama, hojeando uno de los tantos libros que solía dejar tirados por el escritorio. Parecía haberse tomado la libertad de escogerlo como si el espacio fuera suyo, con esa confianza que tanto le molestaba y fascinaba al mismo tiempo.
Dadas las circunstancias, si un profesor o prefecto descubría a Theodore ahí, ella sería quien cargara con la mayor parte del castigo. La sola idea de enfrentar otro problema le provocaba un dolor de cabeza, pero a él parecía importarle muy poco.

No esperó respuesta. En cambio, se dirigió al baño mientras soltaba algún comentario sobre las maravillas de un baño caliente antes de dormir. Antes de cerrar la puerta detrás de él, le dedicó una sonrisa maliciosa y lanzó una broma descarada:

—Si quieres comprobarlo por ti misma, estás invitada.

Cassie no tuvo tiempo de replicar; Theodore ya se había escabullido, dejando a la joven con un nudo en el estómago y una creciente frustración. El sonido del agua al caer llenó la habitación, y aunque intentó ignorarlo, su mente traicionera empezó a divagar. La idea de Theodore a solo unos pasos, desnudo en su ducha, era... perturbadora, por decir lo menos. Sacudiendo la cabeza, decidió ocupar su mente en algo útil. Caminó hacia su escritorio y abrió un libro al azar, esperando que las palabras impresas le ayudaran a recuperar el control de sus pensamientos.

Pero no era tarea fácil concentrarse con él tan cerca. El sonido de la ducha seguía retumbando en sus oídos, y su imaginación, traicionera como siempre, recreaba con demasiada claridad la escena: el agua deslizándose por su piel, su cabello castaño empapado, gotas resbalando lentamente por su espalda.
Cassie cerró los ojos con fuerza, tratando de borrar esas imágenes. "Ridículo", pensó, culpándose por dejar que Theodore la desquiciara de esa forma.

Entonces el ruido del agua cesó, seguido del leve crujir de la puerta al abrirse. Se tensó al escuchar sus pasos sobre el suelo de madera y, aunque intentó no mirar, su curiosidad fue más fuerte. Al voltear, lo vio de espaldas, con el cabello aún goteando y una toalla blanca atada alrededor de la cintura. Tragó saliva, pero desvió la mirada antes de que él pudiera notarlo, fingiendo un interés absoluto en el libro que tenía frente a ella.

—¿Estudiando a medianoche? —preguntó Theodore con un tono burlón. Aunque no lo veía, estaba segura de que sonreía de esa forma arrogante tan suya.

—Me ayuda a dormir —respondió sin levantar la vista, pasando una página con fingida indiferencia.

Él soltó una risa baja, esa que siempre lograba ponerla nerviosa. Unos segundos después, sintió su cercanía. Theodore se inclinó sobre ella, apoyando ambos brazos en el escritorio y rodeándola con su presencia. El calor que emanaba y el aroma fresco de su cabello recién lavado la envolvieron por completo.

—¿Necesitas ayuda? —murmuró, su voz ronca vibrando en su oído mientras sus ojos escaneaban el libro.

—No, gracias —contestó rápidamente, intentando mantener la compostura.

—Qué maleducada —se burló antes de alejarse con una sonrisa, caminando por la habitación con la misma tranquilidad que si estuviera en su propia casa—. Leí hace como dos años. Interesante, aunque algo sobrevalorado.

—Siempre alardeando —replicó ella, rodando los ojos mientras lo observaba.

Sin embargo, su mirada se detuvo un segundo más de lo debido. Theodore seguía sin camisa, su torso tonificado aún húmedo. Algunas gotas rebeldes se deslizaban por su piel, atrayendo su atención como imanes. Pero lo que realmente captó su interés fue un hematoma oscuro que se asomaba justo debajo de sus costillas. La curiosidad la invadió por completo.

𝑴𝑰𝑨 𝑹𝑨𝑮𝑨𝒁𝒁𝑨  ──  ᴛʜᴇᴏᴅᴏʀᴇ ɴᴏᴛᴛDonde viven las historias. Descúbrelo ahora