34 ; k i s s a n d h i d e

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El viento invernal azotaba las ventanas del castillo, haciéndolas resonar con un sonido sordo mientras el frío se colaba por las rendijas. A pesar de la gélida tormenta que rugía fuera, dentro de la habitación de Cassie, la temperatura parecía estar en aumento. Se encontraba encima de Theodore, con cada pierna a su lado y las manos de el en sus caderas, sus cuerpos tan cerca que cada respiración parecía fundirse en una sola. Los dedos de ambos se deslizaban suavemente por la piel del otro, en un juego delicado y peligroso, como si el más mínimo movimiento pudiera romper el frágil equilibrio que habían estado manteniendo durante toda la semana.

Se habían estado encontrando a escondidas, esquivando a todos en los pasillos, encontrando aulas abandonadas después de clases. Pero, siempre que parecían estar a punto de cruzar esa línea que no podían retroceder, algo o alguien los interrumpía. Como esa vez en que la sombra de un prefecto pasó justo cuando Cassie iba a desabrocharse la blusa, o la puerta que se abrió sin previo aviso mientras se besaban en una esquina apartada del castillo. Había algo en ese peligro, en esa constante amenaza de ser descubiertos, que solo hacía que la atracción fuera más fuerte, más irracional.

El roce de sus labios, suaves al principio, se convirtió en algo más urgente, como si ambos supieran que el tiempo estaba en su contra. Cassie, aún encima de él, dejó que su respiración se acelerara, mientras sus manos recorrían su espalda, apretando ligeramente. El castaño respondió con la misma intensidad, atrayéndola más cerca, como si quisieran fusionarse en ese momento.

— Pansy llegará en cualquier momento—, susurró Cassie, sus palabras temblorosas, como si se estuviera hablando a sí misma, buscando una excusa para detenerse. Pero no se detuvo. No aún.

—Lo sé— respondió Theodore, con la voz rasposa, sus manos deslizándose por sus costados, deteniéndose brevemente en su cintura antes de subir hacia su rostro, acariciando su mandíbula con dedos temblorosos. —Pero no quiero detenerme.

Y en ese momento, parecía que todo el castillo desaparecía. No había nada más que ellos dos, la cercanía de sus cuerpos, el calor compartido en el aire tenso. Pero justo cuando sus labios iban a encontrarse de nuevo, unos pequeños toques resonaron en la puerta, rompiendo la quietud del cuarto y, con ella, el calor del momento. la muchacha se tensó de inmediato, sus labios aún ardiendo tras el contacto reciente, mientras sus ojos se posaban alarmados en Theodore, quien permanecía sentado en la cama con una sonrisa divertida y despreocupada, aquello hizo que se separaran abruptamente, como si un hechizo los hubiera roto. El ambiente cambió al instante, la magia de lo prohibido se desvaneció. Ambos se miraron, con los corazones latiendo rápido, los ojos brillando con una mezcla de deseo frustrado y una silenciosa comprensión de lo que estaban a punto de perder.

—¡Debajo de la cama! —murmuró ella con urgencia, señalando con una mano el pequeño espacio mientras con la otra intentaba acomodar su cabello, despeinado tras sus caricias.

El castaño se recostó ligeramente sobre los codos, mirando a la chica con una ceja arqueada y una expresión llena de sarcasmo.

—¿Me ves cara de elfo doméstico?

—¿Porfavor? —replicó en un susurro apremiante, mientras lanzaba una rápida mirada a la puerta, donde los golpes se repetían con más insistencia.

—Relájate, no es como si fuera la primera vez que nos encuentran juntos.—murmuró, arrastrándose lentamente hacia el borde de la cama.

Cassie le lanzó una mirada fulminante, inclinándose hacia él para empujarlo con ambas manos, ya que podría ser cualquier persona, desde un prefecto hasta algún profesor.

—¡Debajo! —insistió con los dientes apretados.

Con un suspiro teatral y una sonrisa burlona, Theodore se dejó caer al suelo y se deslizó bajo la cama. Mientras se acomodaba, su voz llegó en un murmullo cargado de ironía.

𝑴𝑰𝑨 𝑹𝑨𝑮𝑨𝒁𝒁𝑨  ──  ᴛʜᴇᴏᴅᴏʀᴇ ɴᴏᴛᴛDonde viven las historias. Descúbrelo ahora