38 ; 'm e r r y c h r i s t m a s'

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Cassie caminaba lentamente por uno de los pasillos laterales de la mansión Harrington, con los tacones resonando suavemente sobre el mármol pulido. A cada paso, sus dedos se deslizaban con disimulo por los rizos de su cabello, tratando de devolverle su forma natural después de la tormenta de caricias que minutos antes había desatado un huracán de apellido Nott. Su vestido de satén oscuro, aunque aún perfecto a los ojos ajenos, llevaba consigo una arruga sutil en la cadera, un testigo callado de lo que había sucedido tras las puertas de aquella oficina familiar. Pero ella no caminaba con vergüenza. Caminaba con poder.

Una sonrisa se había instalado en la comisura de sus labios, una que no había forma de borrar ni con el frío invernal que asomaba desde los ventanales del gran corredor. Por dentro, su cuerpo aún vibraba como si su alma danzara al compás de una melodía secreta que sólo ella y él podían oír.

Había estado con Theodore.

No con un muchacho cualquiera, sino con él. Y no sólo con su cuerpo, sino con esa parte sutil e invisible que sólo se entrega cuando el deseo arde al mismo tiempo que algo más profundo —más peligroso— se enciende también. Fue fuego, fue tacto, fue pausa y fue urgencia. Una sinfonía de cuerpos escritos como poesía sobre madera noble, suspiros encajados en el mármol de los recuerdos.

Pero justo cuando Cassie se disponía a recuperar la compostura del todo y regresar al salón, como si nada hubiese ocurrido —como si no hubiera sentido la boca de Theo dibujar constelaciones entre sus piernas—, una voz conocida quebró el momento.

—¡Oh, Cassie! —entonó, como un susurro elegante pero firme, la voz de Narcissa—. Una velada espléndida, ¿no cree?

Cassie se volvió lentamente, aún con la sonrisa en los labios, pero esta vez más social, más medida. Narcissa y Lucius Malfoy estaban frente a ella nuevamente, caminando con la gracia de dos esculturas de porcelana envueltas en terciopelo oscuro, y acercándose con ese aire de supremacía tranquila tan característico.

—Sra. y Sr. Malfoy —saludó Cassie con una leve inclinación de cabeza y la elegancia innata que corría por su sangre. Se detuvo frente a ellos, con los hombros erguidos y los labios aún pintados de rojo suave, como si no hubiera estado jadeando minutos antes.

—Debemos agradecerles por una noche maravillosa —añadió Lucius, asintiendo levemente con esa sonrisa comedida, casi altiva—. Como siempre, los Harrington son insuperables como anfitriones.

—Gracias, Sr. Malfoy. Me aseguraré de hacerles llegar sus palabras a mis padres.

Pero antes de que pudiera girarse para despedirse, Narcissa dio un paso al frente, sus ojos grises centelleando con esa astucia que sólo las madres puristas sabían esconder entre sonrisas delicadas.

—Y, por cierto, querida —añadió con un tono cómplice que hizo a Cassie arquear una ceja—. Espero verte la próxima semana en casa. No sabes cuánta ilusión me hace tenerte con nosotros para cenar con tus padres. Será algo íntimo, pero con las familias que realmente importan, ya sabes.

Cassie parpadeó. La sonrisa se le congeló en los labios como si alguien hubiese lanzado sobre ella un encantamiento de parálisis momentáneo. Por supuesto. Ante el mundo, ellos seguían siendo "Cassie y Draco". Los favoritos. La pareja dorada de la aristocracia mágica. ¿Cómo podría arruinar el rubio semejante imagen confesando que ella lo había dejado hacía meses?

La joven tragó saliva, deseando, por una vez, que el mundo se detuviera unos segundos para dejarla pensar. Estaba a punto de aclarar las cosas, de decirlo de una vez por todas, de liberarse del peso que ya no le correspondía.

Pero fue entonces cuando una mano se posó en su cintura con suavidad pero firmeza, y esa presión conocida en la curva de su cadera la hizo saber, antes incluso de verlo, de quién se trataba.

𝑴𝑰𝑨 𝑹𝑨𝑮𝑨𝒁𝒁𝑨  ──  ᴛʜᴇᴏᴅᴏʀᴇ ɴᴏᴛᴛDonde viven las historias. Descúbrelo ahora