39 ; m a l f o y ' s m a n o r

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Por poco olvidaba lo temible y abrumadora que podía ser la mansión Malfoy.

Al acercarse en carruaje, sus ojos recorrieron las torres puntiagudas que parecían tocar el cielo encapotado, las sombras que se cernían sobre los jardines perfectamente recortados pero inquietantemente oscuros a esta hora de la noche, y esa arquitectura gótica que imponía respeto más que belleza. Era una de esas construcciones que parecían haberse edificado con orgullo y con sangre, con siglos de tradición mágica grabada en cada piedra pulida, en cada arco elevado que recordaba la gloriosa —y muchas veces siniestra— historia de la familia Malfoy.

Mientras aguardaban con modales impecables frente a la inmensa puerta de roble ennegrecido, su madre se ocupaba de enderezar la corbata de su padre como si lo estuviera ajustando para una ejecución en lugar de una cena.

Cassie, en cambio, se encontraba demasiado ocupada fingiendo tranquilidad como para notar el leve temblor en sus propios dedos. Cada parte de ella dolía: los tacones de aguja comenzaban a ser una tortura que ya no podía ignorar, y el vestido negro de mangas largas y cuello de tortuga, ceñido como una segunda piel, si bien era una obra de arte de la moda francesa, la hacía sentir atrapada, como si no pudiera respirar con libertad, como si su imagen fuera más importante que su comodidad. Lo era. En esta casa, todo lo era.

—No quiero ningún drama esta noche, Cass —murmuró su madre en tono bajo, con una sonrisa gélida grabada en el rostro, mientras disimulaba la reprimenda entre sonrisas y caricias en el brazo.

Ella asintió, como siempre. Un movimiento pequeño, mecánico, aprendido. Y si bien por dentro hervía de fastidio, no dijo nada.

La puerta se abrió con un crujido seco. Del otro lado apareció un elfo doméstico nuevo, visiblemente más pequeño y malhumorado que el anterior. Tenía orejas largas que caían como trapos y ojos hundidos, y ni siquiera intentó esconder su desagrado al verlos. Este debía ser el reemplazo de Dobby. Pobre criatura. Aunque bueno... si alguien merecía la libertad, era ese rebelde cabezón.

—La familia Harrington —anunció el elfo con voz nasal y desagradable, antes de dar paso.

El vestíbulo de los Malfoy era como siempre: imponente, helado, perfectamente decorado con alfombras de tonos oscuros, candelabros flotantes y retratos encantados que apenas murmuraban su desaprobación al ver entrar a los invitados. Cassie sintió que cada paso resonaba como una advertencia, como si los muros susurraran: "Sé cuidadosa con lo que dices. Sé cuidadosa con lo que haces."

Narcissa apareció desde una sala contigua, envuelta en un vestido entallado con perlas mágicas brillando sutilmente en el dobladillo. Estaba impecable, como siempre, con ese aire de dama antigua que se había convertido en su escudo y en su trampa.

—¡Charles, Eleonor! —dijo dulcemente, abrazando a mi madre con una calidez que rozaba lo teatral—. Me alegra que hayan podido venir esta noche.

— A nosotros nos alegra acompañarlos en esta velada, Cissy.— respondió mi madre pareciendo agradable.

—¡Oh, Cassie! ¡Estas maravillosa como siempre!— saludó la señora rubia.

—Gracias, señora Malfoy. Usted igual —respondió Cassie con una sonrisa elegante y fingida, midiendo cuidadosamente el tono, el gesto, la mirada. Todo tenía que ser perfecto en esta casa.

—Draco está en su cuarto, si quieres subir a saludarlo. La cena estará lista en unos minutos —añadió Cissy, lanzando una mirada a su nuera no oficial con ese dejo de complicidad maternal que solo era verdadero si lo observabas desde el ángulo adecuado.

Cassie sintió de inmediato la mirada de su madre clavada como un puñal en la espalda y un ademán sutil con su mirada hacia la gran escalera central, esa que se abría en dos alas doradas como si llevara directamente al cielo... o al infierno.

𝑴𝑰𝑨 𝑹𝑨𝑮𝑨𝒁𝒁𝑨  ──  ᴛʜᴇᴏᴅᴏʀᴇ ɴᴏᴛᴛDonde viven las historias. Descúbrelo ahora