𝑴𝑰𝑨 𝑹𝑨𝑮𝑨𝒁𝒁𝑨 ── ᴛʜᴇᴏᴅᴏʀᴇ ɴᴏᴛᴛ

37 ; h a r r i n g t o n m a n o r

[Disclaimer; El siguiente episodio contiene lenguaje inapropiado +18, se recomienda leer bajo su criterio o saltearlo en caso de que no les guste!]

La Mansión Harrington se alzaba de piedra entre los campos nevados, su fachada iluminada por la cálida luz de cientos de velas encantadas que flotaban alrededor del gran portón de entrada. La Navidad no solo traía consigo el frío invernal, sino también la reunión de las familias más influyentes del mundo mágico, todas ataviadas con sus mejores galas para asistir a la fastuosa celebración de los Harrington.

Desde el gran vestíbulo, donde los abrigos de piel y las capas de terciopelo eran entregados a elfos domésticos diligentes, la opulencia reinaba en cada rincón. Altos candelabros de plata brillaban sobre mesas cubiertas de manteles bordados a mano, rebosantes de exquisitos manjares: fuentes de frutas encantadas que relucían como piedras preciosas, copas rebosantes de vino de elfo, y bandejas de entremeses encantados que cambiaban de sabor con cada bocado.

Las más antiguas y prestigiosas familias sangre pura se deslizaban por la estancia con la altivez propia de quienes habían sido criados en la cúspide de la sociedad mágica. Los caballeros, con túnicas impecablemente cortadas en tonos oscuros y brocados con hilos de oro y plata, hablaban en grupos cerrados sobre política, alianzas y los recientes movimientos dentro del Ministerio. Las damas, envueltas en vestidos de seda y tafetán que reflejaban la luz como si estuvieran hechas de estrellas, susurraban entre risas calculadas, sus abanicos de encaje ocultando sonrisas y secretos.

En el centro del salón, la pista de baile de ónice negro parecía un espejo oscuro bajo la luz de los candelabros flotantes. Allí, las parejas giraban al compás de un vals hechizado, ejecutado por una orquesta invisible que tocaba desde algún punto indescifrable de la mansión. El roce de las telas, el murmullo de conversaciones estratégicas y el tintineo de copas al chocar en brindis elegantes se entremezclaban en un eco armonioso de lujo y poder.

Cassie se movía entre los invitados con la soltura de alguien que dominaba aquel mundo a la perfección. Su vestido, una obra de arte en terciopelo azul medianoche con sutiles bordados plateados, abrazaba su figura con precisión impecable. Cada joya que adornaba su piel había sido cuidadosamente seleccionada por su madre, y la tiara discreta que descansaba sobre su cabello trenzado en un recogido impecable era un recordatorio de su linaje.

—Hija, querida, has saludado ya a los Rosier, ¿cierto? —la voz de su madre llegó hasta ella con la dulzura medida de alguien que sabía perfectamente el peso de cada palabra.

Cassie, que sostenía una copa de champán burbujeante entre los dedos, sonrió con una inclinación leve de la cabeza.

—Por supuesto, madre. También he conversado con los Avery y los Selwyn.

—Maravilloso. Veo que esta noche será todo un éxito.— Eleonor asintió con satisfacción antes de deslizar la mirada por la multitud.

La joven Harrington asintió con cortesía, pero su mente estaba en otra parte. Entre la multitud de rostros familiares, había uno en particular que aún no había visto pero que esperaba con ansias.

Y como si el destino respondiera a su pensamiento, una repentina corriente de aire frío cruzó la sala cuando las puertas se abrieron nuevamente. Cassie no necesitó girarse para saber quién había llegado. Lo sintió antes de verlo.

Un perfume familiar, una presencia que, aunque sutil, tenía el poder de captar su atención entre la multitud.

Lentamente, con la calma de alguien que no quería parecer impaciente, giró la cabeza. Y allí, entre las sombras danzantes que proyectaban las velas doradas, estaba Theodore Nott, apoyado despreocupadamente contra una de las columnas de mármol y su típico cigarro, observándola con una media sonrisa ladina en los labios.