𝑴𝑰𝑨 𝑹𝑨𝑮𝑨𝒁𝒁𝑨 ── ᴛʜᴇᴏᴅᴏʀᴇ ɴᴏᴛᴛ

35 ; v a c a t i o n

Las vacaciones de invierno llegaron a Hogwarts con un manto de nieve cubriendo el castillo y el lago, mientras una brisa helada anunciaba la inminente llegada de la Navidad. La estación de tren de Hogsmeade estaba repleta de estudiantes envueltos en abrigos gruesos y bufandas de sus casas, algunos despidiéndose con entusiasmo, otros con evidente melancolía. La locomotora escarlata del Expreso de Hogwarts soltaba columnas de vapor blanco que se mezclaban con el aire gélido, mientras los alumnos subían a los vagones con baúles en mano y mascotas inquietas en jaulas.

Dentro del tren, el ambiente era un caos como cada año. Estudiantes corrían por los estrechos pasillos en busca de compartimentos libres, arrastrando maletas y empujándose entre risas y quejas. Más adelante, el carrito de golosinas avanzaba lentamente, rodeado de manos ansiosas que compraban grageas de todos los sabores, ranas de chocolate y calderos de azúcar. El murmullo de conversaciones animadas llenaba el espacio, acompañado por el sonido de puertas corriéndose y baúles colocados torpemente en los compartimientos superiores.

La emoción de la partida se sentía en el aire, aunque para algunos, como aquellos que se quedaban en Hogwarts durante las vacaciones, la sensación era diferente. Mientras el tren se preparaba para partir, un silbato agudo resonó en la estación, y poco después, con un leve tirón y un chirrido de ruedas sobre los rieles, el Expreso de Hogwarts comenzó su viaje de regreso a Londres.

En un compartimento algo apartado del bullicio del tren, las cortinas estaban corridas y el frío del exterior empañaba los cristales, creando un ambiente de intimidad resguardada del resto del mundo. Dentro, la calidez contrastaba con el gélido clima invernal, pero no solo por la temperatura del lugar, sino por el fuego latente que ardía entre los dos jóvenes que se encontraban allí dentro.
Cassie estaba atrapada entre los brazos de Theodore, con sus dedos enredados en la tela de su abrigo, mientras sus labios se buscaban con desesperación. Cada beso era profundo, lento y a la vez hambriento, como si intentaran memorizarse el uno al otro antes de que el tren llegara a su destino. El roce de sus labios se mezclaba con el sonido apagado del tren avanzando sobre los rieles, creando un ritmo en el que ambos parecían moverse.

Entre risas entrecortadas, Cassie intentó separarse, apoyando las manos en su pecho con suavidad.

—Nuestros amigos deben estar buscándonos —murmuró con la voz todavía cargada de emoción.

Theodore, lejos de ceder, esbozó una sonrisa ladeada antes de bajar lentamente los besos por la línea de su mandíbula hasta su cuello. Sus labios rozaron su piel con un leve cosquilleo antes de susurrar contra ella:

—No me importa.

El estremecimiento involuntario de la muchacha solo pareció divertirlo más. El castaño deslizó las manos por su cintura con un gesto posesivo, asegurándose de que ella tampoco tuviera intención de alejarse. Afuera, el tren seguía avanzando a toda velocidad, pero allí dentro, en aquel pequeño compartimento oculto del resto del mundo, el tiempo parecía haberse esfumado.

Apoyó sus delicadas manos firmemente en los hombros del muchacho y, entre risas entrecortadas, lo alejó con suavidad.

—A mí sí —susurró, su voz aún teñida de diversión, aunque en sus ojos brillaba una pequeña advertencia.

Theodore, sin oponer resistencia, dejó que el impulso de la muchacha lo hiciera caer ligeramente sobre el asiento acolchado del compartimento. Su cuerpo se hundió en el mullido respaldo mientras alzaba la mirada para encontrar la de la chica, quien seguía de pie frente a él, su respiración aún alterada por el frenesí de los besos robados.

Por un instante, se limitó a observarla con una expresión indescifrable, su semblante entre relajado y travieso. Luego, con esa calma arrogante tan suya, ladeó una sonrisa antes de dejar caer su cabeza contra el respaldo, como si estuviera profundamente decepcionado.