𝑴𝑰𝑨 𝑹𝑨𝑮𝑨𝒁𝒁𝑨 ── ᴛʜᴇᴏᴅᴏʀᴇ ɴᴏᴛᴛ

31 ; s e e y o u i n h o g s m e a d e

La tarde caía, y el cielo comenzaba a teñirse de un gris oscuro que anunciaba la llegada de la noche. Las velas parpadeaban suavemente dentro de la sala común de Slytherin, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de piedra. El crepitar del fuego en la gran chimenea llenaba el espacio con un calor acogedor, mientras los estudiantes, tras un largo día de clases, se permitían un momento de descanso.

En el centro de la sala, los sofás de cuero negro estaban ocupados por un grupo de amigos. Pansy Parkinson, con las piernas cruzadas y una taza de té en las manos, narraba con dramatismo una historia mientras sus ojos brillaban con emoción.

— Y entonces, el tonto gryffindor simplemente dejó caer todo el caldero en el suelo. ¡Fue un desastre total! — exclamó, gesticulando exageradamente con una sonrisa que no dejaba dudas de que estaba disfrutando del relato. — ¿Pueden creerlo? Toda la clase tuvo que evacuar porque el idiota no sabía distinguir entre un bezoar y un trozo de carbón.

— Oh, claro. Como si tu fueras una sabelotodo. — respondió Blaise desde el otro extremo del sofá, con un tono divertido. Se reclinó con elegancia, sosteniendo su propia taza de té. — Apenas diferencias la derecha de la izquierda.

— Yo diría que fue al revés.— saltó Adrian Pucey, quien estaba apoyado despreocupadamente en el reposabrazos de uno de los sillones, jugando con un terrón de azúcar entre los dedos. — Dime, Pans, no fuiste tú quien lo confundió a propósito. ¿No? — Su sonrisa traviesa traicionaba la falsa incredulidad de su tono.

Pansy se llevó la mano al pecho, fingiendo estar ofendida.

— ¡Yo nunca haría algo así! — declaró, aunque su risa ahogada hizo que los demás se miraran con escepticismo.

— Por supuesto que lo harías — intervino Cassie, que estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas frente a la mesa de té. Sostenía una galleta entre los dedos, observando a Pansy con una mezcla de diversión y resignación. — Lo harías, y luego te reirías durante una semana mientras el pobre chico trata de entender qué pasó.

— ¡Cassie! — chilló Pansy, dejando su taza en la mesa con un golpe suave. — ¡Eres mi amiga! ¡Deberías defenderme!

— Lo soy — replicó Cassie, encogiéndose de hombros mientras mordía su galleta. — Pero también soy realista.

— Admitámoslo, Pansy, te encanta el drama — dijo Blaise, alzando su taza en un gesto de brindis. — Sin él, probablemente morirías de aburrimiento.

— ¿Y tú no? — contraatacó Pansy, estrechando los ojos. — Tú no puedes pasar un día sin hacer un comentario despectivo sobre alguien.

— Tienes razón — admitió Blaise sin vergüenza, alzando una ceja. — Pero al menos no lo hago con intenciones maliciosas. Yo educo, no humillo.

La conversación del grupo fue interrumpida de pronto cuando la gran puerta de la sala común se abrió lentamente, dejando entrar a Theodore Nott. Su figura, alta y esbelta, captó inmediatamente la atención de quienes estaban cerca. Vestía el uniforme de Slytherin con una elegancia natural, la corbata floja alrededor del cuello y la túnica ligeramente arrugada, como si acabara de salir de una batalla con un libro de pociones. Su cabello castaño oscuro, perfectamente despeinado, caía justo sobre su frente, dándole un aire despreocupado y misterioso.

Blaise fue el primero en notar su llegada, y su rostro se iluminó con entusiasmo.

— ¡Theo! — gritó, levantando una mano como si quisiera asegurarse de que su amigo no pasara de largo. — Ven, siéntate con nosotros. ¡Ya era hora de que aparecieras!

Pansy, que había estado acomodando su cabello, hizo un gesto de fastidio al escuchar la voz de Blaise resonar en la sala.

— ¿Puedes no gritar como un loco? — se quejó, lanzándole una mirada irritada. — Estamos intentando tener una conversación civilizada aquí, Zabini.