La música retumbaba en mis oídos mientras me acomodaba mejor en la silla, sintiendo los mojitos que empezaban a subir. Cada vez que movía la cabeza, las luces rojas de la discoteca me parecían más intensas, como si el mundo entero estuviera envuelto en ese brillo borroso. Jannia me dio un codazo y me pasó un vaso lleno de trago , porque después de los 100 mojitos que me había tomado empecé a toma también de la botella que ellos habían comprado—¿Qué, ya te emborrachaste o qué?— se rió ella.
—Yo... yo no sé qué me pasa, mk. Este trago está fuerte, ¿no?— dije, sintiendo la risa burbujeando en mi pecho.
Lucho se inclinó hacia mí desde el otro lado de la mesa.
—Te dije que te iba a dar fuerte, niña. ¿Estás bien?— me preguntó con una ceja levantada.
—¡Claro que sí! ¡ Como Kitty gatita siempre calentita cuando cojo botellita botellita botellita!— exclamé, levantándome de golpe. Pero cuando lo hice, casi pierdo el equilibrio.
James, que estaba sentado al lado de Jannia, se echó a reír.
—Oye, Richard, ¿tu amiga va a aguantar esta noche o qué?— dijo en tono burlón.
—¡Yo no soy la amiga de Richard!— dije, intentando mantenerme firme. Luego me reí de mi propio drama.
Richard, que hasta ese momento había estado más callado, se acercó un poco más a mí. Lo miré y, por algún motivo, verlo tan cerca me hizo sentir mariposas en el estómago.
—Tienes que tener cuidado, o mañana no vas a recordar nada— me dijo él con una sonrisa calmada, aunque sus ojos brillaban divertidos.
—No te preocupes por mí, que yo soy fuerte...— traté de sonar convincente, pero mi lengua ya estaba un poco suelta. Me tambaleé un poco y él extendió la mano para sostenerme por el brazo.
—Mejor siéntate antes de que te caigas— dijo Richard, sin soltarme.
Me dejé caer en la silla con un suspiro y, sin pensarlo mucho, me volví hacia él.
—¿Tú siempre eres tan serio?— le pregunté de repente, y todos en la mesa rieron.
—Depende. Cuando alguien se toma un mojito fuerte y se tambalea, sí— dijo él con una sonrisa más amplia.
—Ay, ya, no me molestes... yo sé lo que hago, ¿sabes?— dije mientras sacudía la cabeza, pero me reí al mismo tiempo.
Carrascal me miraba desde el otro lado, aguantando la risa.
—¿Seguro que vas a aguantar hasta el final de la noche?— me dijo con esa mirada traviesa.
—¡Claro! Yo nunca me rindo, mk— dije, levantando el vaso como si fuera una copa de victoria.
—A ver si es verdad— respondió Lucho, chocando su vaso con el mío. Al hacerlo, casi tiro mi mojito, lo cual provocó más risas.
—Oye, no me estés desafiando, ¿eh? Que yo puedo con todo— respondí, pero de inmediato sentí que la cabeza me daba vueltas otra vez.
Jannia me miraba con una mezcla de preocupación y diversión.
—Mira que te estás poniendo bien borracha. Si te pasa algo, me van a echar la culpa— dijo riendo, aunque estaba un poco más seria.
Me encogí de hombros.
—¡Nah! Yo... yo estoy bien, ¡tú tranquila!
Richard se acercó de nuevo, esta vez más cerca que antes, y susurró:
—Tal vez deberías tomar un poco de agua.
Levanté la cabeza y lo miré fijamente.
—¿Qué? ¿Ahora eres mi niñera o qué?— le dije, medio bromeando, pero sintiéndome un poco acalorada por su cercanía.
—No, pero no quiero que te desmayes aquí— dijo él, riendo suavemente.
—Yo no me voy a desmayar...— respondí, aunque en ese momento todo el lugar empezó a girar. Me aferré a la mesa, tratando de recuperar el control.
Jannia se inclinó hacia mí.
—Mk, mejor escúchalo. No queremos que termines dormida en una esquina— dijo.
—Pffff, no va a pasar...— dije, aunque dentro de mí ya sabía que estaba en el borde de algo.
Justo en ese momento, Richard se levantó y fue a buscar una botella de agua. Cuando volvió, me la pasó y yo la tomé agradecida, aunque no sin algo de resistencia.
—Ay, gracias— murmuré, tomando grandes tragos mientras el frío del agua bajaba por mi garganta.
Me recosté en la silla, sintiendo que la borrachera me estaba ganando, y lo último que quería era hacer el ridículo. En ese momento, Richard se acercó un poco más.
—Si te sientes mal, me avisas— me dijo con un tono más suave, sus ojos fijos en los míos.
Lo miré por un momento, y aunque sentía que la habitación seguía girando, su presencia me hacía sentir un poco más tranquila.
—Gracias... en serio— respondí, un poco más calmada, aunque todavía sintiendo la mezcla de emociones.
Pasaron unos minutos y la música seguía, las conversaciones a nuestro alrededor parecían un murmullo lejano. De repente, Richard se inclinó un poco más hacia mí, su brazo rozando el mío, y me susurró:
—Sabes, a pesar de todo el caos, me alegra que hayas venido.
Me sorprendió su comentario, pero antes de poder responder, sentí un escalofrío recorriéndome la espalda.