18

747 61 10
                                    



La noche avanzaba, la música retumbaba en cada rincón de la fiesta , y entre tragos y risas, el alcohol ya me tenía completamente mareada. Estaba pegada a Richard desde que bailamos, como si no existiera nadie más. Jannia, con sus propios amigos, me sonreía de lejos, y Carrascal seguía con sus ocurrencias, metiéndose en conversaciones, pero yo ya estaba en otro mundo.

— Oye, vámonos de aquí —me dijo Richard de repente, acercándose al oído para que lo escuchara bien.

— ¿A dónde? —pregunté, con el equilibrio apenas manteniéndose en mis tacones.

— A mi casa, estás borracha, y no me parece que te quedes más tiempo aquí. —No fue una pregunta, fue una afirmación.

Normalmente me hubiera puesto a discutir, pero la cabeza me daba vueltas y el sonido ensordecedor del lugar ya me estaba saturando. Sentí la mano de Richard tomarme de la cintura, su piel cálida me transmitía una sensación extraña, algo entre seguridad y tentación. Le hice una seña rápida a Jannia desde lejos, quien alzó una ceja pero me devolvió un pulgar arriba.

— Vale, vamos —respondí, sabiendo que no tenía fuerzas para resistirme.

Salimos  y el aire frío de la noche me pegó en la cara, dándome un pequeño alivio a la cabeza embotada. Caminamos hacia su coche, y antes de darme cuenta, ya estábamos en marcha hacia su casa.

Cuando llegamos, la casa de Richard estaba oscura y tranquila. Él vivía solo desde hace un tiempo, así que no había nadie más allí, lo cual, en mi estado, me tranquilizó. Subimos las escaleras y, al entrar a su cuarto, sentí ese aire fresco que me encantaba. El cuarto frío de Richard me gustó , era como si el tiempo se detuviera ahí.

— Siéntate en la cama, voy a traerte agua —me dijo, y me dejé caer en su colchón suave mientras él iba a la cocina.

Me quité los tacones y me quedé en ropa interior, disfrutando del fresco en mi piel. Todo estaba borroso, pero esa sensación de estar tan a gusto me invadió por completo. Richard volvió, me pasó un vaso de agua, y luego se quitó la camiseta y se sentó a mi lado.

— Bebe —dijo, y yo obedecí sin rechistar.

Bebí un poco, pero luego dejé el vaso en la mesita y me eché hacia atrás. Él me miró con una sonrisa medio divertida, medio tierna.

— Sabes que siempre terminas conmigo , ¿verdad? —dijo él, metiéndose bajo las sábanas conmigo.

— Es cómodo —respondí, casi con una risa, apoyando mi cabeza en su pecho desnudo.

— Más te vale que no estés buscando que duerma en el suelo —se burló, acercándose un poco más.

Nos acomodamos, sin prisa, y aunque no pasaba nada más allá, la cercanía era demasiado íntima para ignorarla. Mi mano recorrió su abdomen, y sus dedos jugaban con las tiras de mi ropa interior. No hacía falta más, solo esa cercanía, esa tensión en el aire que se quedaba suspendida, sin romperse.

— Te debo una por cuidar de mí esta noche —le dije, con la voz algo apagada por el cansancio y el alcohol.

— Lo tomaré en cuenta —contestó, con una sonrisa que no llegué a ver bien antes de que el sueño me venciera.

***

Desperté sobresaltada, la luz del día atravesaba las cortinas y me cegaba. Miré alrededor, y el cuarto de Richard seguía en su calma habitual, frío y acogedor, pero algo andaba mal. ¡Era tardísimo! Busqué mi teléfono en el bolso que había dejado tirado en el piso. Aldesbloquearlo, la pantalla estaba completamente apagada. Muerto.

— ¡No! —me quejé en voz alta.

Miré el reloj en la pared. ¡Eran las dos de la tarde!

— ¡Mierda, mierda, mierda! —Me levanté de un salto, buscando mi ropa, que estaba esparcida por la habitación.

— Ey, tranquila —dijo Richard, apenas despertando—. ¿Por qué tanto drama?

— ¡Me quedé dormida! ¡Mis papás me van a matar! —contesté mientras me abrochaba el vestido y me subía el cierre a toda prisa.

Él soltó una risa, medio adormilado todavía, y se levantó también, poniéndose una camiseta.

— Te llevo a casa —dijo, como si fuera lo más simple del mundo.

Salimos rápido de su casa, y el camino de regreso fue un completo silencio. Mi cabeza no dejaba de pensar en la cara de mis papás cuando llegara. Entré corriendo a casa, y tal como lo temía, ahí estaba mi papá, en la sala, sentado con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

— ¿Dónde estabas? —preguntó con voz dura.

— salí con Jannia y luego... luego me quedé a dormir en casa de un amigo... —respondí, sabiendo que no tenía excusa.

— ¿Un amigo? ¿Y por qué no contestaste el teléfono? ¡Estábamos preocupados! —gritó mi papá, poniéndose de pie—. No puedo creer que sigas saliendo de fiesta como si no tuvieras responsabilidades. ¡Vas a volver a la universidad pronto, y lo único que haces es estar de parranda todos los días!

— ¡No es para tanto, papá! —respondí, pero me callé de inmediato al ver su cara.

— ¡Claro que sí es para tanto! —intervino mi mamá, que también había aparecido en la sala—. Te la pasas bebiendo, saliendo y haciendo lo que te da la gana. ¿Cuándo vas a ponerte seria?

Sentí una mezcla de culpa y rebeldía, pero sabía que en ese momento no podía decir nada que calmara la situación. Bajé la cabeza y suspiré.

— Tienen razón, me descuidé —admití, aunque por dentro quería discutir—. Lo siento, de verdad.

Mi papá soltó un resoplido, y mi mamá se cruzó de brazos, mirándome con preocupación más que con enojo.

— Esto tiene que parar —dijo ella—. La universidad no es un juego, y no podemos permitir que sigas así. Queremos lo mejor para ti.

Asentí, sintiendo la presión en el pecho.

— Lo sé... voy a ponerme las pilas, lo prometo.

Mi papá me miró por un momento más antes de hablar.

— Más te vale, porque si sigues así, no te vamos a dejar salir más. Y no te lo estoy diciendo por decir, esto es en serio.

Sabía que no era solo una advertencia vacía, y aunque me dolía escucharlo, también entendía que tenían razón.

— Está bien, papá. —Murmuré, sabiendo que había cruzado la línea.

Me retiré a mi cuarto, sintiéndome agotada, no solo por la resaca, sino por todo lo que había pasado. Mi teléfono seguía muerto, y ni siquiera tenía ganas de cargarlo. Me dejé caer en la cama, cerrando los ojos, sabiendo que debía cambiar muchas cosas, pero también con la sensación de que nada

Snapchat - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora