La noche avanzaba, la música retumbaba en cada rincón de la fiesta , y entre tragos y risas, el alcohol ya me tenía completamente mareada. Estaba pegada a Richard desde que bailamos, como si no existiera nadie más. Jannia, con sus propios amigos, me sonreía de lejos, y Carrascal seguía con sus ocurrencias, metiéndose en conversaciones, pero yo ya estaba en otro mundo.— Oye, vámonos de aquí —me dijo Richard de repente, acercándose al oído para que lo escuchara bien.
— ¿A dónde? —pregunté, con el equilibrio apenas manteniéndose en mis tacones.
— A mi casa, estás borracha, y no me parece que te quedes más tiempo aquí. —No fue una pregunta, fue una afirmación.
Normalmente me hubiera puesto a discutir, pero la cabeza me daba vueltas y el sonido ensordecedor del lugar ya me estaba saturando. Sentí la mano de Richard tomarme de la cintura, su piel cálida me transmitía una sensación extraña, algo entre seguridad y tentación. Le hice una seña rápida a Jannia desde lejos, quien alzó una ceja pero me devolvió un pulgar arriba.
— Vale, vamos —respondí, sabiendo que no tenía fuerzas para resistirme.
Salimos y el aire frío de la noche me pegó en la cara, dándome un pequeño alivio a la cabeza embotada. Caminamos hacia su coche, y antes de darme cuenta, ya estábamos en marcha hacia su casa.
Cuando llegamos, la casa de Richard estaba oscura y tranquila. Él vivía solo desde hace un tiempo, así que no había nadie más allí, lo cual, en mi estado, me tranquilizó. Subimos las escaleras y, al entrar a su cuarto, sentí ese aire fresco que me encantaba. El cuarto frío de Richard me gustó , era como si el tiempo se detuviera ahí.
— Siéntate en la cama, voy a traerte agua —me dijo, y me dejé caer en su colchón suave mientras él iba a la cocina.
Me quité los tacones y me quedé en ropa interior, disfrutando del fresco en mi piel. Todo estaba borroso, pero esa sensación de estar tan a gusto me invadió por completo. Richard volvió, me pasó un vaso de agua, y luego se quitó la camiseta y se sentó a mi lado.
— Bebe —dijo, y yo obedecí sin rechistar.
Bebí un poco, pero luego dejé el vaso en la mesita y me eché hacia atrás. Él me miró con una sonrisa medio divertida, medio tierna.
— Sabes que siempre terminas conmigo , ¿verdad? —dijo él, metiéndose bajo las sábanas conmigo.
— Es cómodo —respondí, casi con una risa, apoyando mi cabeza en su pecho desnudo.
— Más te vale que no estés buscando que duerma en el suelo —se burló, acercándose un poco más.
Nos acomodamos, sin prisa, y aunque no pasaba nada más allá, la cercanía era demasiado íntima para ignorarla. Mi mano recorrió su abdomen, y sus dedos jugaban con las tiras de mi ropa interior. No hacía falta más, solo esa cercanía, esa tensión en el aire que se quedaba suspendida, sin romperse.
— Te debo una por cuidar de mí esta noche —le dije, con la voz algo apagada por el cansancio y el alcohol.
— Lo tomaré en cuenta —contestó, con una sonrisa que no llegué a ver bien antes de que el sueño me venciera.
***
Desperté sobresaltada, la luz del día atravesaba las cortinas y me cegaba. Miré alrededor, y el cuarto de Richard seguía en su calma habitual, frío y acogedor, pero algo andaba mal. ¡Era tardísimo! Busqué mi teléfono en el bolso que había dejado tirado en el piso. Aldesbloquearlo, la pantalla estaba completamente apagada. Muerto.
— ¡No! —me quejé en voz alta.
Miré el reloj en la pared. ¡Eran las dos de la tarde!
— ¡Mierda, mierda, mierda! —Me levanté de un salto, buscando mi ropa, que estaba esparcida por la habitación.
— Ey, tranquila —dijo Richard, apenas despertando—. ¿Por qué tanto drama?
— ¡Me quedé dormida! ¡Mis papás me van a matar! —contesté mientras me abrochaba el vestido y me subía el cierre a toda prisa.
Él soltó una risa, medio adormilado todavía, y se levantó también, poniéndose una camiseta.
— Te llevo a casa —dijo, como si fuera lo más simple del mundo.
Salimos rápido de su casa, y el camino de regreso fue un completo silencio. Mi cabeza no dejaba de pensar en la cara de mis papás cuando llegara. Entré corriendo a casa, y tal como lo temía, ahí estaba mi papá, en la sala, sentado con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
— ¿Dónde estabas? —preguntó con voz dura.
— salí con Jannia y luego... luego me quedé a dormir en casa de un amigo... —respondí, sabiendo que no tenía excusa.
— ¿Un amigo? ¿Y por qué no contestaste el teléfono? ¡Estábamos preocupados! —gritó mi papá, poniéndose de pie—. No puedo creer que sigas saliendo de fiesta como si no tuvieras responsabilidades. ¡Vas a volver a la universidad pronto, y lo único que haces es estar de parranda todos los días!
— ¡No es para tanto, papá! —respondí, pero me callé de inmediato al ver su cara.
— ¡Claro que sí es para tanto! —intervino mi mamá, que también había aparecido en la sala—. Te la pasas bebiendo, saliendo y haciendo lo que te da la gana. ¿Cuándo vas a ponerte seria?
Sentí una mezcla de culpa y rebeldía, pero sabía que en ese momento no podía decir nada que calmara la situación. Bajé la cabeza y suspiré.
— Tienen razón, me descuidé —admití, aunque por dentro quería discutir—. Lo siento, de verdad.
Mi papá soltó un resoplido, y mi mamá se cruzó de brazos, mirándome con preocupación más que con enojo.
— Esto tiene que parar —dijo ella—. La universidad no es un juego, y no podemos permitir que sigas así. Queremos lo mejor para ti.
Asentí, sintiendo la presión en el pecho.
— Lo sé... voy a ponerme las pilas, lo prometo.
Mi papá me miró por un momento más antes de hablar.
— Más te vale, porque si sigues así, no te vamos a dejar salir más. Y no te lo estoy diciendo por decir, esto es en serio.
Sabía que no era solo una advertencia vacía, y aunque me dolía escucharlo, también entendía que tenían razón.
— Está bien, papá. —Murmuré, sabiendo que había cruzado la línea.
Me retiré a mi cuarto, sintiéndome agotada, no solo por la resaca, sino por todo lo que había pasado. Mi teléfono seguía muerto, y ni siquiera tenía ganas de cargarlo. Me dejé caer en la cama, cerrando los ojos, sabiendo que debía cambiar muchas cosas, pero también con la sensación de que nada