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Cuando volví del baño, con la cabeza tambaleándome y el coraje por dentro, no pude evitar mirar mal a esas tipas. A mí me importaba un carajo lo que pensaran. Sin pensarlo dos veces, me senté en las piernas de Richard, casi desafiando a la que estaba al lado, aunque por dentro estaba un poco incómoda. No quería moverme para no "molestar" ni a él ni a nadie, pero con tanto trago encima, cualquier cosa ya me daba igual.

Después de un rato, unos 30 minutos, la discoteca ya empezaba a vaciarse. El alcohol me había hecho tanto efecto que ya ni sabía dónde estaba. Todo era como un maldito sueño borroso. Jannia, como siempre la más seria, me tomó del brazo.

—Vamos, mija, te voy a sacar de aquí antes de que te caigas por ahí como un saco e'papas —dijo arrastrándome con fuerza hacia la salida.

—Móntate, yo te dejo en la casa —intervino James, con ese tono mandón que siempre tiene.

Yo asentí, sin ganas de discutir.

—No, tranquilo, yo me encargo —dijo Richard, cortando a James.

James lo miró con el ceño fruncido, dudando.

—¿Tú? ¿Seguro? —preguntó, visiblemente inseguro.

—Sí, todo bien. Yo la llevo —respondió Richard, con confianza.

James no parecía convencido del todo y lanzó una advertencia seria, mirándolo directo a los ojos.

—Te lo advierto, Ríos. Esa niña es como una hermana pa' mí. Si le pasa algo, te juro que te pico en 40 pedazos, ¿entendiste? —dijo, cruzándose de brazos, amenazante.

Richard levantó las manos en señal de paz.

—Tranqui, James. Todo bajo control.

Nos despedimos, yo moví la mano torpemente mientras me montaba en el carro de Richard. Él seguía hablando con James, pero justo cuando creí que ya nos íbamos, Jannia se acercó a la ventana del auto con una sonrisa pícara.

—Tal vez tengan tiempo de hablar sobre el tatuaje... o, mejor dicho, sobre la *foto* —susurró, y soltó una carcajada.

—¡Cállate, nojoda! —le dije, tapándole la boca rápidamente. Pero ya era tarde, la maldita lo había dicho.

Me reí nerviosa mientras ella se montaba en el carro de su hermano. Richard entró al auto y comenzó a conducir. El ambiente entre nosotros se sentía raro, como si ambos supiéramos de qué hablaba Jannia, pero nadie se atrevía a decirlo.

—Hace como calor, ¿no? —dijo Richard, desabotonándose un poco la camisa mientras ponía el aire acondicionado a tope.

Yo lo miré de reojo, tragando en seco.

—¿Puedo poner música? —pregunté, intentando romper la tensión.

—Claro, dale —me contestó él, sin quitar los ojos de la carretera.

Saqué mi teléfono, pero ni podía ver bien la pantalla. Solté una risita nerviosa, que se convirtió en una carcajada descontrolada. ¡Maldita sea! No podía parar de reírme, parecía una loca.

Richard me miró y se rió también, negando con la cabeza, pero no dijo nada. Al final logré conectar mi teléfono y puse la única canción que en ese momento resonaba en mi mente borracha.

"Doblexxo" de Feid empezó a sonar a todo volumen:

*"Cómo es, cómo sería
Pa' meterte todo, menos el cora
Bota el reloj que te dio ese cabrón, pa' qué va a mirar la hora..."

Empecé a cantar como si estuviera en mi propio concierto, sacando la mano por la ventana y moviéndola al ritmo de la música. Richard solo reía por lo bajo, pero no decía nada, dejándome en mi mierdero.

Llegamos a mi casa en cuestión de minutos. Me bajé del carro como pude, casi tropezándome, y Richard salió detrás de mí. Intenté sacar las llaves, pero las putas llaves no encajaban en la cerradura. No tenía paciencia.

—¿Te ayudo? —dijo él, viéndome luchar como si estuviera peleando con la puerta.

—¡No! Yo puedo sola —respondí, con el orgullo herido.

Después de varios intentos fallidos, él se acercó, riéndose.

—Ven acá, pequeña, déjame ayudarte —me dijo, quitándome las llaves y abriendo la puerta sin esfuerzo.

—Gracias... pero *pequeña la tuya* —le respondí, lanzando una mirada atrevida.

Richard soltó una risa.

—No diría eso si fuera tú —respondió, con una sonrisa traviesa.

Nos reímos, pero había una tensión en el aire. Él me siguió hasta la puerta de mi cuarto. Yo intenté no tropezar, pero las escaleras parecían moverse.

—Voy a acompañarte hasta arriba. No quiero que te mates y luego me toque a mí correr con el problema —dijo él, siguiéndome.

—¡Que James me mate a mí no más! —le contesté entre risas mientras casi me caigo subiendo el último escalón.

Entramos en mi cuarto y tiré mis cosas en cualquier lado. Al ver que el cuarto estaba impecable, sentí un alivio. Richard parecía que ya iba a irse, pero algo en mí lo detuvo.

—¿Puedes quedarte si quieres? Mis papás no están... —le solté, sin pensar mucho.

Él dudó un segundo, pero terminó aceptando.

—Está bien.

Se quitó los zapatos y la camisa, dejándolos a un lado. Yo, con la borrachera en su punto máximo, cometí el error más grande de la noche. Me empecé a quitar la ropa delante de él, como si nada. ¡¿Qué carajos estaba pensando?!

Richard, sin inmutarse demasiado, dijo:

—Creo que estás demasiado borracha...

—¡No me mires, Ríos! —le contesté, riéndome y metiéndome debajo de las sábanas, tapándome hasta la cabeza.

—Usas ropa interior de muñequitos —dijo él, soltando una risa baja.

—¡Te dije que no mires, malparido! —le grité, sintiendo que me ardía la cara de la vergüenza.

—Tranquila, no vi nada... —respondió, aunque ambos sabíamos que había visto de todo.

Él se acostó a mi lado, y yo prendí el aire acondicionado, sintiendo el fresco en la piel. Y en menos de un minuto, me quedé dormida, con la cabeza dando vueltas y la vergüenza asfixiándome lentamente.

...

Como 40 capítulos en la fiesta nojoda

Snapchat - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora