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Iba saliendo de la universidad con Juan, Alexa y Julia mientras la noche caía y nos reíamos, recordando cómo una chica en clase se había quedado dormida y se cayó de la silla.

—Pero marica, ¡ella estaba roncando! —se rio Alexa, tratando de imitar el sonido.

—Uy, pero ¿vió cómo se dio de duro? Esa tipa se despertó directo pa' otro lado —contestó Juan, soltando una carcajada.

Me uní a las risas, sintiéndome al fin algo relajada, cuando de repente escuchamos el frenazo de un carro justo en la puerta de la universidad. Miré hacia el carro y mi corazón dio un vuelco.

—Mierda... —susurré, reconociendo de inmediato quién era.

—La vinieron a buscar —susurró Juan con una sonrisa burlona.

La puerta del carro se abrió, y ahí estaba Richard. Despelucado, ebrio, con una botella en la mano y el olor a trago y perfume impregnando el aire. Estaba descalzo, con la ropa desordenada, tambaleándose, y sus ojos conectaron con los míos antes de que intentara mirar a otro lado. Pero no sirvió de nada; él estaba frente a mí, y no podía ignorarlo.

—Emma, hablemos, ¿sí? —dijo él con una voz que mezclaba súplica y torpeza—. Hola, Juan. Hola, Alexa. Hola, Julia.

—¿Cómo mierda te sabes los nombres? —le pregunté, arqueando una ceja.

—Eso no importa —dijo él, sacudiendo la mano como si fuera irrelevante—. Desbloquéeme.

No le respondí, y de repente, él se arrodilló en el piso y empezó a gritar, atrayendo miradas de todos alrededor.

—¡Escarabajo, la amo! ¡La amo con todas las fuerzas de mi corazón!

—Richard, cállese, ¡la gente nos está viendo! —le dije, bajando la voz pero mirándolo con desesperación mientras intentaba levantarlo—. ¡Hágame el favor!

Pero cuanto más intentaba calmarlo, más alto gritaba.

—¡Perdóneme, la amo!

Miré a mi alrededor, sintiendo que todos los ojos estaban puestos en nosotros, y en medio de mi frustración, le agarré el brazo y lo arrastré hacia la camioneta.

—No me voy a ir sin usted —insistió, tambaleándose, pero sin oponer resistencia.

Con esfuerzo, pasé su brazo por mis hombros y lo subí a la camioneta casi por completo sola. Lo acomodé en el asiento, le abroché el cinturón, y él comenzó a quedarse dormido. Saqué las llaves del contacto y, nerviosa, me senté al volante. No sabía manejar muy bien, pero no tenía opción.

Respiré profundo y encendí el carro, programando la dirección en el GPS. Salí de la universidad torpemente, casi atropellando a una muchacha que cruzaba, y manejé con una mezcla de miedo y adrenalina. El trayecto se sintió eterno, pero finalmente llegué y estacioné a como pude.

Lo bajé del carro, arrastrándolo una vez más, y lo llevé a su casa. Al llegar a su cuarto, lo dejé caer en la cama y di la vuelta para irme, pero él me jaló del brazo con fuerza, haciéndome caer sobre él. Su mano subió a mi espalda y me sostuvo, impidiendo que me moviera.

Antes de que pudiera decir algo, me sujetó con ambas manos por la espalda, acercándome, presionándome contra su pecho. La sensación de sus manos firmes y el olor a alcohol y perfume inundaron el aire entre nosotros, acelerando mi respiración. Intenté apartarme, pero él me sostenía con fuerza, como si dejarme ir significara perderme para siempre.

—Richard... suélteme —le dije, en un intento de sonar firme, aunque mi voz apenas era un susurro.

Él acercó su rostro al mío, mirándome a los ojos, sus pupilas dilatadas, su expresión cargada de un deseo desesperado.

—Quédese conmigo esta noche —susurró, su aliento caliente rozando mis labios.

(Empezó a sonar , duerme conmigo esta noche.... te amo diomedes)

—No... —intenté decirle, pero sus labios ya estaban sobre los míos, besándome con una intensidad que no podía ignorar. Al principio, quise resistirme, quería decirle que no, pero su calor y la forma en que sus manos recorrían mi espalda me fueron desarmando.

Su beso era exigente, lleno de una mezcla de arrepentimiento y necesidad. Poco a poco, sentí cómo mis propias defensas se iban derrumbando. Me odiaba por ello, pero lo dejé. Él aprovechó mi debilidad y profundizó el beso, mientras sus manos comenzaban a bajar lentamente, hasta llegar a mis caderas. Al sentir cómo sus dedos se apretaban contra mi piel, no pude evitar que un suave gemido escapara de mis labios.

—Mmm...

Él sonrió entre el beso, satisfecho, y sus manos continuaron descendiendo hasta el borde de mi falda, deslizándola suavemente hacia arriba. Su mirada era intensa, fija en mí, buscando cualquier señal que le diera permiso de continuar, como si intentara asegurarse de que yo también lo deseaba.

—Escarabajo... —susurró, su voz ronca y apenas audible, mientras sus labios bajaban hasta mi cuello, dejando besos suaves y desesperados que me hacían estremecer. El calor de su aliento, su cercanía, todo me hacía perderme un poco más.

Intenté contenerme, pero cuando sus manos se deslizaron bajo mi falda y llegaron a mi ropa interior, sentí cómo la fuerza de voluntad que me quedaba se desvanecía. Sus dedos rozaron mi piel, y un gemido más fuerte escapó de mí, sin que pudiera evitarlo.

—Mmm... Richard...

Él levantó la mirada hacia mí, con una sonrisa ladeada, complacido. Metió sus dedos con delicadeza, explorando, mientras sus ojos seguían fijos en los míos, disfrutando cada sonido que me arrancaba, cada suspiro entrecortado que no podía controlar.

—¿Siente eso? —murmuró, sin dejar de mirarme—. Es porque todavía me necesitas.

Su voz era suave, y la forma en que sus palabras se mezclaban con sus caricias solo intensificaba la presión en mi pecho y mi deseo de detener el momento y, al mismo tiempo, de perderme en él.

Su dedo comenzó a moverse con suavidad, arrancándome gemidos ahogados que apenas podía contener, mientras mis manos se aferraban a su espalda, buscando algo a lo que agarrarme para no perder el control. Sus labios volvieron a buscar los míos, y esta vez no me resistí, correspondiendo al beso con la misma intensidad, dejándome llevar por el momento.

Sus manos recorrían mi piel con desesperación, como si intentaran memorizar cada centímetro de mí, y en ese instante, me olvidé de todo, de cada promesa que me había hecho. Me perdí en él, en su calor, en el roce de su piel contra la mía, en sus susurros que me volvían cada vez más vulnerable.

Pero entonces, algo en mi interior se activó, recordándome la realidad. Con un esfuerzo que parecía imposible, lo aparté, empujando su mano, y logré soltarme de su abrazo. Me incorporé, aún con el corazón latiendo con fuerza y la respiración entrecortada.

—No, Richard... —le dije, casi en un susurro, sin mirarlo.

Él se sentó, tambaleándose, y su expresión cambió al instante. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su rostro se desmoronaba frente a mí. Todavía estaba descalzo, con el cabello enredado y el rostro bañado en una mezcla de desesperación y tristeza.

—Escarabajo... yo la amo... —murmuró, y sus lágrimas comenzaron a caer mientras sus manos temblaban levemente.

No pude soportar mirarlo. Me levanté, recogí mis cosas, y sin decir una palabra más, salí de su casa. El sonido de su voz resonaba en mi cabeza, y mientras tomaba un taxi para regresar a mi casa, sentí el peso de nuestras decisiones y la realidad de que lo nuestro, por mucho.

Snapchat - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora