El ambiente en la sala seguía cargado de tensión después de lo que acababa de decir. Mi papá, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada, no dejaba de mirarme, esperando que le dijera algo más. Sofía, con su típica sonrisa burlona, se cruzó de brazos también, como si hubiera ganado alguna especie de batalla. No iba a darle ese gusto.
— A ver, escarabajo, a su cuarto — repitió mi papá, su tono más grave que nunca.
Suspiré y me levanté del sofá, sintiendo las miradas de todos clavadas en mí. Pero antes de que pudiera subir las escaleras, mi papá alzó la voz con ese tono autoritario que siempre usaba cuando algo grave estaba por venir.
— Un momento. ¿Cómo es eso de que metes a Richard a la casa para... pichar? — preguntó, dejando la palabra colgando en el aire como un golpe seco.
Sentí como si la tierra se abriera bajo mis pies. No esperaba que mi papá tocara ese tema frente a todos, y menos con esa franqueza. Los demás amigos intercambiaron miradas incómodas, mientras yo tragaba saliva, sintiendo cómo mis mejillas se encendían.
— Papá, no es lo que parece... — intenté defenderme, pero su mirada severa me cortó en seco.
— ¡No me venga con eso de que no es lo que parece! — me interrumpió, elevando la voz. — ¡Esta es mi casa, y no quiero que usted ande trayendo a ningún hombre a dormir aquí sin mi permiso! ¡No me importa si es Richard o quien sea! ¡Hay límites que se respetan, y usted ya los pasó!
Me quedé de pie, temblando de la rabia y la vergüenza. Sofía, desde su lugar, observaba con esa mirada satisfecha, como si hubiera logrado exactamente lo que quería. Richard estaba completamente en silencio, evitando el contacto visual con mi papá, pero podía sentir su incomodidad en el ambiente.
— Y a ver si se deja de estar en esas, que a mí no me crie una hija para que ande con ese comportamiento. ¡Si quiere pichar, se consigue un lugar, pero no en mi casa! — agregó mi papá, apuntando hacia las escaleras. — ¡Ahora sí, a su cuarto! ¡Ya mismo!
— Que no me lo comí — grite sin más
Esta vez no discutí. Me di la vuelta, sintiendo el peso de su mirada en mi espalda, y subí las escaleras rápidamente, sin mirar atrás. Apenas podía procesar lo que acababa de pasar, y la vergüenza me inundaba el cuerpo. Todo el mundo abajo seguía en silencio, y podía escuchar sus murmullos mientras me alejaba. La verdad es que mi papá tenía razón en estar molesto, pero no podía soportar que todo esto hubiera salido así, de la manera más humillante posible.
Cuando cerré la puerta de mi cuarto, me tiré en la cama, cubriéndome la cara con las manos. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que me iba a explotar en el pecho. Sabía que había metido la pata, pero lo último que quería era enfrentarme a la mirada de juicio de mi papá, o peor, darle más motivos a Sofía para seguir molestándome.
Unos minutos después, escuché que alguien tocaba suavemente la puerta...
Subí las escaleras y, antes de entrar a mi cuarto, pude escuchar los murmullos de la conversación que empezaba a formarse abajo. Sentí un nudo en el estómago al imaginar lo que estarían diciendo. Mi papá, mi mamá... y, sobre todo, Sofía, con su actitud de sabelotodo.
Cerré la puerta con un golpe seco y me tiré en la cama, sintiendo que mi cabeza daba vueltas. ¿Cómo habíamos llegado hasta este punto? Lo de Richard y yo se estaba descontrolando, y ahora encima Sofía estaba metida en el medio, haciendo todo más complicado.
Unos minutos después, alguien tocó suavemente la puerta.
— ¿Quién es? — pregunté, sabiendo que no tenía ganas de hablar con nadie.
— Soy yo... — respondió la voz de mi mamá desde el otro lado.
Suspiré, sabiendo que no podría evitar la conversación. Me senté en la cama mientras ella abría la puerta y entraba en la habitación.
— ¿Qué está pasando contigo y Sofía? — me preguntó, sentándose a mi lado. Su tono no era de reproche, sino de preocupación.
— No sé, mamá. Ella... — me detuve un momento, sintiendo que no quería cargarle más problemas a mi mamá. — Es que se pasa. Siempre está metiéndose en todo.
— Pero no puedes responderle de esa manera, hija. Te escuchas como si estuvieras perdiendo el control — me dijo mientras me acariciaba el cabello.
— Es que no aguanto, ma. Ella sabe cómo molestarme y... y lo de Richard... — no pude terminar la frase.
— Ahí está el problema, ¿cierto? — preguntó ella con una pequeña sonrisa, pero con ese tono de madre que lo sabe todo. — Sofía sabe cómo tocarte la fibra sensible. Y Richard... bueno, es evidente que tienen algo, aunque ni ustedes lo tengan claro.
Me quedé en silencio, jugando con los bordes de la sábana, sin saber cómo responderle. Mamá siempre sabía exactamente qué decir.
— No sé qué hacer con todo esto — confesé finalmente, dejando caer la cabeza entre las manos.
— Tienes que calmarte, y pensar bien en lo que quieres, hija. Sofía puede ser difícil, pero no puedes dejar que te saque de quicio. Y con Richard... — hizo una pausa, buscando las palabras correctas. — Solo tú sabes lo que está pasando entre ustedes, pero sea lo que sea, tienes que hablarlo. No dejes que las cosas se acumulen hasta que exploten.
— Ya explotaron, mamá... — murmuré.
— Entonces, tal vez es hora de recoger los pedazos y ver si vale la pena reconstruirlos — me dijo con una sonrisa suave, antes de besarme en la frente y levantarse. — Descansa, escarabajo. Todo se ve más claro después de dormir.
La vi salir de la habitación y cerré los ojos, deseando que todo se solucionara con un simple descanso. Pero sabía que lo de Richard, lo de Sofía y, en general, todo este lío, no sería tan fácil de resolver.
Esa noche me costó dormir. Las palabras de mi mamá resonaban en mi cabeza, mezclándose con la tensión que sentía por todo lo que había pasado. Al final, después de mucho dar vueltas en la cama, el sueño finalmente me venció.