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Ya había pasado como una semana y media desde esa borrachera en la discoteca, y aunque el recuerdo me seguía atormentando, había logrado mantenerme ocupada. El gimnasio se había vuelto mi refugio, una manera de despejar mi mente de todo. Sofía, para mi sorpresa, no se había comportado como la maldita que siempre había sido. Aunque claro, yo hacía todo lo posible por no cruzármela. No me interesaba descubrir si su "nueva actitud" era real o solo una fachada.

Esa tarde, después de un entrenamiento agotador, llegué a casa y busqué a mis padres. Caminé por toda la casa, pero no estaban. Qué raro. Finalmente, decidí llamarlos.

—Hola, ma. ¿Dónde están? —pregunté mientras revolvía el refrigerador en busca de algo para picar.

—Hola, hija. Estamos haciendo unos mandados en el centro comercial. No creo que regresemos por ahora. Dejé dinero para que compres algo de comer. —Su voz sonaba relajada, como si fuera un día más.

—Está bien, ma. —respondí, colgando y sintiendo cómo mi estómago rugía.

Busqué la plata que mi mamá había dejado y, sin pensarlo dos veces, me quité los tenis para ponerme unas chancletas. Tenía unas ganas locas de comerme una salvajada. Así que me dirigí al lugar donde vendían las mejores salchipapas del barrio.

Al llegar, Sandry, la chica que siempre me atendía, me saludó con una sonrisa.

—Hola, Sandry. —dije, levantando la mano en un saludo amigable.

—¿Lo de siempre? —preguntó, ya conociendo mi respuesta.

—Sí, porfa, una salvajada con todo. —le respondí, y me quedé esperando.

Las comidas rápidas en este lugar eran las mejores, pero también las más demoradas. Tenían que valer la pena.

Me di la vuelta, buscando un lugar donde sentarme mientras esperaba, y justo en ese momento, mi estómago se hizo un nudo. Ahí estaba Richard. De entre todas las personas que podía haber encontrado, tenía que ser él. Pero no estaba solo. Estaba con una chica, una pelinegra que se veía mayor que yo.

Intenté ignorarlos, pero no pude evitar sentir su mirada sobre mí. Y efectivamente, él giró la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Me hizo una seña para que me acercara. ¿En serio? Intenté desviar la mirada, pero su insistencia era imposible de ignorar.

—Siéntate. —dijo cuando llegué a su mesa.

—No, ya me iba. —respondí, con la esperanza de zafarme de esa situación incómoda.

—Mientras llega tu comida. —replicó con ese tono autoritario que no dejaba lugar a discusión. Qué manía tenía con eso.

Tragué en seco y me senté a su lado, frente a la chica.

—Hola. —dije, intentando romper el hielo, aunque la atmósfera ya estaba más que incómoda.

Ella apenas asintió, mirándome con una mezcla de curiosidad y molestia.

—Ella es Natalia. —dijo Richard, mirándome.

—Su novia. —añadió la chica rápidamente, antes de que él pudiera decir algo más. Su tono era firme, como si quisiera marcar territorio.

Richard tragó en seco, desvió la mirada, y mi corazón se hundió un poco más.

—Yo soy la mejor amiga de Jannia, seguro la conoces. —intenté seguir la conversación, aunque las palabras me salían forzadas.

—Sí, sé quién es. —dijo Natalia, pero su tono no mostraba ningún interés real.

—Ella es como mi hermanita. —añadió Richard de repente, y me revolvió el cabello con una mano, como si fuera una niña pequeña

Eso dolió. "Hermanita". Esa palabra resonó en mi cabeza, apuñalando lo poco que quedaba de mi dignidad. Pero antes de que pudiera decir algo, gracias a Dios, Sandry se acercó con mi pedido.

—¿Para llevar o para comer acá? —preguntó, ajena a la tensión en la mesa.

—Para llevar, amor, por favor. —respondí rápidamente, ansiosa por salir de ahí.

Carraspeé y me levanté de la mesa. Necesitaba irme antes de que la situación se volviera aún más insoportable.

—Puedo llevarte. —dijo Richard, poniéndose de pie también.

—No, gracias. Estoy cerca. —respondí sin mirarlo. No necesitaba más de su "amabilidad".

—Pero estás sola, y yo traje el auto. Además, nuestro pedido aún se demora. Estoy seguro de que, para cuando vaya y regrese, todavía no nos han servido. —insistió, acercándose.

Natalia rodó los ojos y bufó, sin disimular su irritación, mientras sacaba el celular y comenzaba a revisar algo en la pantalla.

Finalmente, cedí. No tenía ganas de discutir. Caminé hasta el auto y me monté en el asiento del copiloto. El trayecto era corto, pero el silencio en el coche era pesado, opresivo. No tenía ganas de hablar con él. El aire estaba cargado de palabras no dichas.

Cuando llegamos a mi casa, me apresuré a abrir la puerta.

—Buenas noches, Richard. —dije, con la esperanza de terminar ese incómodo encuentro.

—Ey, espera. —dijo, deteniéndome antes de que pudiera salir por completo del auto.

—¿Qué? —respondí, cruzándome de brazos, tratando de ocultar mi incomodidad.

—Ella y yo... estamos mal. Solo vino aquí de visita, vive en Brasil. —explicó, como si eso lo justificara todo.

—No tienes que darme explicaciones, Richard. Somos amigos. Y además, soy tu "hermanita", ¿recuerdas? —respondí con un sarcasmo que apenas pude contener, dándome la vuelta para salir.

Antes de que pudiera decir algo más, cerré la puerta del auto y caminé rápidamente hacia mi casa, con el corazón latiendo desbocado. Hermana... claro que sí.

Snapchat - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora