Mientras terminaba de hacer la tarea para mi clase de marketing, mis ojos ya no aguantaban más. El tema era sobre estrategias de posicionamiento de marca en medios digitales, y llevaba horas pegada a la pantalla. El cerebro ya no me daba para más, pero me faltaban algunos detalles para cerrar la presentación. Había cenado temprano, pero el cansancio me tenía con antojo de algo más, aunque no sabía exactamente qué.De repente, el celular vibró y vi el mensaje de Richard.
—¿Quieres Takis? —escribió.
Sonreí al ver su mensaje. Era como si me hubiera leído la mente.
—Si 🙄 —le respondí al instante.
Ya sentía que el día mejoraba. Terminé los últimos detalles de la tarea, cerré la laptop, y justo en ese momento, otro mensaje apareció.
—Estoy afuera.
Miré hacia la ventana. No estaba mintiendo. Ahí estaba su carro. Me levanté sin pensarlo, y aunque estaba en pijama, eso no me detuvo. Al fin y al cabo, ya me había visto en otras situaciones más... "descomplicadas". Ni las chanclas me puse; bajé corriendo las escaleras y abrí la puerta. Para mi suerte, mis papás no estaban en casa.
Salí y ahí estaba él, sonriendo con una bolsa gigante de Takis en la mano.
—Gracias —le dije, arrebatándole la bolsa.
—¿Gracias? Credí cuerpo, algo me debés por esto —dijo con su acento paisa y esa sonrisa de niño travieso.
—Gracioso —le respondí, sacándole el dedo de en medio—. ¿Querés pasar? —le pregunté, viendo cómo su mirada se iluminaba.
—Pero no para nada raro, Ríos. No te hagás ilusiones.
—N'hombre, tranquila. No soy tan fácil —respondió, riéndose.
Lo dejé entrar y nos dirigimos hacia la sala. De repente, la voz de Sofía nos sorprendió desde las escaleras.
—¿Ya trayendo amiguitos a la casa? —dijo, mirándonos con desdén.
Me detuve en seco. Sofía, con su actitud venenosa, como siempre.
—Sofía, podés irte pa' tu cuarto, que aquí nadie te invitó —le contesté con mi tono más cortante, cruzándome de brazos.
—Tranquila, yo no vine a quedarme. Solo digo que... con esa pinta —hizo un gesto señalando mi pijama—, no sé qué va a pensar tu amiguito.
Sentí el calor subiéndome por la cara. Claro, estaba en pijama, pero Richard no se iba a sorprender por eso.
—Ná, pues yo ya la he visto en pijama antes, ¿cierto? —dijo Richard, metiendo las manos en los bolsillos y sonriendo con esa naturalidad que siempre tenía.
Sofía rodó los ojos, lanzando una mirada de desprecio antes de darse media vuelta y desaparecer por las escaleras. Richard y yo nos quedamos en silencio por un segundo, hasta que no pude evitar soltar un suspiro frustrado.
—Esa niña siempre tiene algo que decir... —murmuré, cruzando los brazos mientras miraba hacia la dirección en la que se había ido.
—Dejala, amor. No dejés que te dañe el rato. Vení, más bien comemos y nos relajamos —me dijo Richard, dándome un pequeño empujón con el hombro mientras abría la bolsa de Takis.
Nos sentamos en la sala y empezamos a comer, dejando que el mal rato con Sofía pasara. Él empezó a hablarme de sus entrenamientos, de lo pesado que había estado el día, y poco a poco fui sintiendo cómo la tensión se desvanecía.
—¿Y vos qué? ¿Cómo te fue con la tarea? —me preguntó, mirándome curioso.
—Uf, fue una matada. Nos dejaron esta presentación sobre estrategias de marketing digital... y ya sabés que esas cosas me gustan, pero esto fue demasiado. Casi me quedo dormida frente a la compu —le expliqué, haciéndole una mueca de cansancio.
—Esos trabajos tan largos sí son duros. Pero vos sos buena en eso, siempre te sale todo bien —dijo él, sonriendo con esa calma que a veces me hacía sentir mejor sin siquiera intentarlo.
—Ay, no sabés. Además, he estado en la casa todo el día. Mis papás me tienen castigada. Ya van dos semanas así, porque me la pasé de fiesta y me están diciendo que tengo que concentrarme en la universidad —le conté, llevándome otro puñado de Takis a la boca.
—Ya dos semanas? Sigues castigada?¿En serio? ¿Y por qué no me habías dicho? —preguntó, sorprendido.
—Pues... no sé. Me da rabia. Pero es que tienen razón. Este semestre no puedo andar descontrolada, porque si no, me va a ir mal. Y la verdad es que ya no sé cómo lidiar con Sofía y con todo lo demás.
Richard me miró por un momento en silencio, como si estuviera pensando en qué decir.
—Bueno, si querés despejarte, yo te puedo ayudar. No tenés que hacerlo todo sola. Sabés que te apoyo en lo que necesités. Solo no dejés que todo te consuma, ¿listo? —me dijo, estirando su mano para darme un apretón suave en el hombro.
Sonreí, agradecida. No era que necesitara que alguien me solucionara la vida, pero tener a Richard ahí, escuchando, ayudaba más de lo que pensaba.
—Gracias, Ríos —le dije, sonriendo de lado.
Nos quedamos así un rato, comiendo y charlando hasta que me olvidé por completo del estrés de la tarea, de Sofía, de todo.