La resaca me golpeó como una ola imparable la mañana siguiente. Me desperté con el sonido del ventilador girando en el techo y la luz del sol filtrándose por las cortinas. Mi cabeza palpitaba y todo mi cuerpo dolía. Apenas abrí los ojos, sentí la incomodidad de mi vestido apretado, y recordé vagamente lo que había sucedido la noche anterior. Me senté en la cama, tratando de organizar mis pensamientos.Richard.
Cerré los ojos y suspiré. ¿Qué demonios había hecho? Recordaba su mano, el calor en el auto, los susurros entrecortados. Pero lo peor no era lo que había pasado físicamente, sino el revoltijo de emociones que había quedado. Sabía que no podía ser solo "nada", como ambos habíamos dicho. Había más detrás de todo eso, más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Mi celular vibró en la mesa de noche, y cuando lo tomé, vi varios mensajes de Jannia.
"Llamame cuando te despiertes, mija. ¿Qué pasó anoche? ¿Dónde te metiste con Richard?"
Rodé los ojos, no estaba lista para hablar con ella todavía. No sabía cómo explicar lo que había pasado sin sentir que me traicionaba a mí misma. En ese momento, no quería lidiar con las preguntas de Jannia ni de nadie. Solo quería enterrar la cabeza en la almohada y olvidar.
Pero el sonido de la puerta principal abriéndose me sacó de mi desconexión. Mi prima, Sofía, estaba aquí desde hacía un par de semanas, y aunque habíamos logrado no matarnos en ese tiempo, su presencia no me ayudaba en este momento. Podía escuchar sus pasos por el pasillo, y luego, el golpe de la puerta de su cuarto al cerrarse con fuerza.
"Genial", pensé, levantándome lentamente. Tenía que salir de mi habitación, encontrar algo para despejarme. Necesitaba una ducha y, sobre todo, pensar en qué hacer con todo esto.
Me dirigí al baño y me miré en el espejo. El maquillaje de la noche anterior estaba corrido, mis ojos hinchados y mi cabello hecho un desastre. Abrí el grifo de la ducha y me metí debajo del agua caliente, dejando que me cubriera por completo, esperando que también se llevara mis pensamientos. Pero claro, eso nunca es tan fácil.
Cuando terminé, me puse un short y una camiseta, con el pelo aún húmedo, y bajé a la cocina. Apenas abrí la puerta del refrigerador para buscar algo, mi madre entró, hablándome sin detenerse.
—¿Te levantaste ya? ¿Cómo te fue anoche, mi amor?— preguntó, pero su tono era despreocupado, como si no esperara una respuesta seria.
—Normal, ma'— respondí, intentando sonar lo más neutra posible.
—Ah, bueno, menos mal, porque viste que Sofía se va a quedar unos días más, ¿no?— dijo mientras revolvía algo en la cocina.
—Sí, claro, no hay problema...— murmuré, tratando de enfocarme en mi desayuno. Pero apenas había terminado de hablar, escuché la voz de Sofía desde la sala.
—¿Todavía con resaca, prima? Te ves fatal.— dijo, sonriendo con esa expresión de superioridad que me irritaba.
—Gracias, Sofía, qué amable eres como siempre.— le respondí con sarcasmo, mientras la miraba de reojo.
—No es mi culpa que no sepas manejar tus tragos.— agregó, antes de sentarse en el sofá con el celular en la mano.
Rodé los ojos, sabiendo que si empezaba a discutir con ella, no terminaría bien. Decidí ignorarla y terminé mi desayuno en silencio. Pero justo cuando me estaba levantando de la mesa, mi celular vibró de nuevo. Esta vez, no era Jannia.
Era Richard.
El estómago se me hizo un nudo. Lo miré durante unos segundos antes de abrir el mensaje.
"¿Estás bien?"
Suspiré profundamente. ¿Qué se suponía que iba a responder? Sí, todo bien, solo estoy aquí procesando cómo anoche nos metimos en algo que ninguno de los dos parece querer aceptar. Claro, todo normal.
"Sí, estoy bien." Fue lo único que pude escribir antes de bloquear la pantalla y dejar el teléfono sobre la mesa.
Quería mantenerme firme en la idea de que lo que pasó no significaba nada, pero la verdad era otra. Las cosas estaban lejos de ser simples, y Richard y yo estábamos cruzando una línea peligrosa. Pero ahora mismo no quería pensar en eso. Me levanté y, sin decirle nada a Sofía, salí de la casa, con la única intención de caminar y despejar mi cabeza.
Horas más tarde...
El sol comenzaba a caer cuando recibí una llamada. Esta vez no era Jannia, ni Richard. Era Carrascal.
—¡Ey, pilla!— dijo su voz animada con ese inconfundible tono costeño— ¿Qué vas a hacer hoy? Hay una fiesta en casa de un amigo. ¡Animáte, pelaíta!
—No sé...— respondí dudosa, aunque la idea de una nueva fiesta empezaba a sonar tentadora. Necesitaba olvidar todo lo que había pasado la noche anterior.
—Dale, no te pongás de jodía. Esta vez va a estar más relax, más trankila, ya tú sabe.— insistió él, riéndose.
—Está bien, ¿a qué hora?— cedí, sabiendo que no tenía ganas de quedarme en casa otra vez con mis pensamientos.
—A las diez, ñerita. Nos vemos allá, te mando la ubicación.—
Colgué y me quedé mirando el celular. Esta noche sería diferente, o al menos, eso me decía a mí misma. Otra fiesta, otro intento de olvidar, otro intento de perderme en el caos.
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La música en la casa sonaba bajito, un fondo perfecto mientras nosotras estábamos sentadas en el balcón, Jannia y yo, compartiendo una botella de vino. La brisa suave de la noche movía ligeramente las cortinas mientras yo trataba de explicarle lo que había pasado la noche anterior con Richard.
— Oye, pero cuéntame bien, ¿qué pasó al final? —me dijo Jannia, con esa mirada de curiosidad que siempre le sale cuando hay chisme jugoso de por medio.
— Ay, no te lo vas a creer —le dije riendo, pero con algo de nervios—, pero te tengo que contar desde el principio. ¿Te acuerdas que estaba bailando con el mesero ese lindo?
— Obvio, ¿cómo olvidarlo? Te vi muy pegadita. —Jannia levantó una ceja, con esa sonrisa pícara que ya me conocía de memoria.
— Pues todo iba bien, y de repente... —comencé a decir, pero me detuve para mirar si ella ya había captado la situación.
— ¡¿Richard?! —interrumpió ella, con los ojos bien abiertos— ¡¿Qué hizo ahora?!
— Se puso celoso, no sé... Es que yo estaba bailando con el mesero, y cuando me di la vuelta, ahí estaba Richard, mirándome como si yo fuera de él o algo.
— Uy, niña, eso está intenso. ¿Y qué hiciste tú?
Me eché hacia atrás en la silla, cogí un sorbo de vino y le conté la parte más jugosa.
— Pues, no te lo niego, ¡me gustó que se pusiera celoso! —dije riendo—. Pero el man estaba con su novia, o sea, ¡no entiendo por qué reacciona así!
— ¡Él es un descarado! —dijo Jannia, indignada—. No te vayas a dejar manipular por él. Y... espérate, ¿qué pasó después?
— Nos fuimos a la mesa con los chicos y luego... después de que dejó a su novia, volvió por mí cuando ya estaba un poquito... eh... más borracha —dije, bajando la voz y riéndome nerviosa.
—eso ya lo se ¿¡Y!? —Jannia ya estaba al borde de su asiento.
— Pues que... ¡me llevó a mi casa! —contesté, haciendo que Jannia soltara una carcajada.
— ¡No me jodas! —gritó entre risas—. Y no me digas que fue solo eso, ¡te conozco demasiado!
— Bueno... en el carro, hubo un... un toqueteo —confesé, sonriendo y sintiéndome un poco traviesa al contarle.
— ¡Ajá! Sabía que había algo más —dijo Jannia, dándome un codazo—. ¿Y qué tal?
— Pues... —me mordí el labio—. Estuvo... uff. La verdad es que el man sabe lo que hace con las manos.
Jannia soltó otra carcajada y levantó su copa.
— Brindemos por eso, niña. Por los rapidines y los hombres que saben usar las manos.