La casa a la que llegamos no era la cabaña rústica que imaginé. En realidad, era una casa moderna, enorme, con varias habitaciones, piscina y un jacuzzi que ocupaba el patio. Las luces se encendían automáticamente cuando Richard aparcó el carro, iluminando la fachada elegante. A un lado, vi una terraza con un equipo de sonido listo para lo que claramente iba a ser una fiesta. El ambiente era de lujo total.
Jannia me recibió en la puerta con una sonrisa, pero apenas me estaba acomodando la mochila al hombro cuando escuché una risa familiar. Giré la cabeza y, efectivamente, ahí estaba su hermano, James Rodríguez, recostado en el marco de la puerta, con una sonrisa de lado que lo hacía ver relajado.
—¡Por fin llegaste! —exclamó Jannia, emocionada—. Pensé que te ibas a demorar más.
—Ey, pero llegaron enteros, ¿no? —dijo James, dándole un golpecito en el hombro a Richard, que se reía.
—De milagro —respondió Richard con su acento paisa, mientras bajaba la mochila del asiento trasero—. Pero bueno, vea, aquí estamos.
Cuando entramos a la casa, el ambiente cambió completamente. Nada que ver con una cabaña en el bosque. Era moderna, con una decoración minimalista, pero lujosa. Paredes de cristal que dejaban ver la piscina iluminada afuera, sofás de cuero blanco y un sistema de sonido que retumbaba con música chill de fondo. En la sala había más gente: varios amigos de James, algunos de los cuales también eran futbolistas. Ahí estaba Davinson Sánchez, Juan Guillermo Cuadrado, y hasta David Ospina.
—¿Y esto qué, un retiro espiritual o qué? —pregunté en tono sarcástico, mirando alrededor.
—Jajajaja, naaa, escarabajo, esto es solo para relajarnos un ratico antes de volver a las canchas —dijo Jannia, riendo mientras me llevaba hacia uno de los sofás.
James se acercó y me saludó con un abrazo.
—Hola, niña. ¿Todo bien? —me preguntó con su típico tono relajado.
—Sí, todo bien —le respondí, aún sorprendida por el lugar. James siempre había sido súper tranquilo, pero con su fama, ya me estaba acostumbrando a que las cosas a su alrededor fueran así de grandes y lujosas.
—¿Te llevo algo? ¿Agua, vino, o...? —dijo, guiñándome un ojo mientras se inclinaba hacia la cocina.
—Mmm, una agüita estaría bien, gracias —le contesté, intentando no parecer deslumbrada por todo.
Mientras me acomodaba en el sofá junto a Jannia, Richard se quedó de pie, observando el ambiente. Parecía cómodo, pero al mismo tiempo noté que me lanzaba miradas de reojo, como si estuviera asegurándose de que todo estuviera bien conmigo. La verdad, el lugar era imponente.
—Vení, les muestro las habitaciones —dijo Jannia, poniéndose de pie de repente.
Nos llevó por un pasillo que daba a varias habitaciones. Las camas eran grandes, con sábanas blancas impecables y ventanas que daban hacia el patio. Al final del pasillo, había una terraza con vista a la piscina, donde algunos de los chicos ya estaban preparando tragos y música.
—Esta es tu habitación, escarabajo —dijo Jannia, señalando una de las puertas—. Si no te gusta, podemos cambiar, pero creo que esta es la mejor porque tiene vista al jacuzzi.
—Está perfecta —le respondí, dejando mi mochila en una esquina.
Mientras hablábamos, James entró con mi botella de agua y una sonrisa.
—Entonces, ¿planeás nadar hoy o qué? —preguntó, levantando una ceja.
—No traje vestido de baño para nadar —mentí, aunque había empacado uno por si acaso.
—Mirá que no te creo mucho —dijo James, riendo.
Richard apareció detrás de él, apoyándose en el marco de la puerta. Ya se veía más relajado, pero seguía lanzándome esas miradas que conocía demasiado bien.
—¿Todo bien o qué? —me preguntó con su acento paisa, acomodándose las manos en los bolsillos.
—Todo súper, solo que no sabía que íbamos a terminar en un sitio tan... pro —le dije, mirando alrededor.
—Ah, esto es relajado, pues —respondió él, sonriendo—. Vea que yo traje hasta crocs.
—Ah, entonces ya sé que sos parte de la élite —bromeé, mientras Jannia y James se reían.
El resto de la tarde la pasamos tranquilos, comiendo, bebiendo y escuchando música mientras algunos ya se metían al jacuzzi y otros, como Cuadrado, se la pasaban contando anécdotas de los entrenamientos. Yo estaba sentada con Jannia, riéndonos de todo mientras los tragos comenzaban a hacer efecto.
Después de un rato, Richard se acercó y se sentó a mi lado, con esa expresión de tranquilidad que siempre tenía.
—Y Sofia? —me preguntó.
—Ay, no —le dije, suspirando—.
—Jum... —dijo Richard, dándome un leve empujón en broma.
—Donde dejó a natalia —le respondí, empujándolo de vuelta, mientras ambos reíamos, pero ignoró mi pregunta.
—Pues... cuando salgás de tu castigo, miramos si te invito a más paseos o no —dijo él, guiñándome un ojo.
La noche recién empezaba, y aunque la casa estaba llena de risas, música y buenos momentos, algo me decía que las cosas con Richard iban a ponerse interesantes.