RÓQUISTAL. La increíble historia de un hada, un pirata y un robot.

8. EL VALLE DE LAS MARIPOSAS - Parte 1

 El pirata, el hada y el robot salieron de la cueva por el estrecho agujero de la pared. El valle estaba rodeado de montañas y cascadas enormes, cuyas aguas caían con fuerza desde las alturas. Quedaron impresionados por la belleza y serenidad que les transmitía. El sol estaba saliendo por el horizonte, lo que hacía que todo el paisaje se viera dorado y hermoso. El río emitía un sonido suave, sus aguas cristalinas reflejaban el cielo y se podía oler el dulce aroma de las flores que cubrían el valle.

Pero lo que más los sorprendió fue la gran cantidad de mariposas que había. ¡Por todas partes! Eran de muchos colores y volaban juntas como si estuvieran bailando al ritmo de una música que solo ellas podían oír. ¡Un espectáculo multicolor! Nunca habían visto algo así y la danza de las mariposas parecía tan coordinada que por un momento se preguntaron si no serían mensajeras de algo más grande, algo que aún no podían entender.

De pronto, algo increíble sucedió. Miles de mariposas empezaron a agruparse y posarse tranquilamente en las flores y en el camino. Lo cubrían todo con sus alas, lo que hacía que el paisaje pareciera más bello y mágico.

—¡Guau, nunca había visto tantas mariposas en mi vida! —expresó Celesteris con asombro.

—Observad cómo se mueven todas juntas. Ahora están descansando en el suelo, formando una alfombra de colores vibrantes—comentó Sirox, analizando cada uno de sus movimientos con precisión—. Nos están indicando el camino a seguir.

—¡Vamos por aquí, entonces! —ordenó el pirata entusiasmado—. Estoy seguro de que nos conducirán a La Fuente de los Tres Manantiales. ¿Adónde más podrían llevarnos?

—Sí, sí, tienes razón —asintió el hada—. Sigamos por el sendero que nos han marcado.

Caminaron durante varias horas.

Y en este momento os estaréis preguntando si las mariposas que se habían posado en el camino podían ser pisoteadas. ¡Pues no! Eran tan veloces que siempre se apartaban antes de ser aplastadas. Además, una vez que habían pasado, volvían a su posición original, como si estuvieran guardando cuidadosamente el sendero para ellos.