06.

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— Guido, me da igual a quién te beses. De verdad, no te preocupes, tampoco me des explicaciones. —dijo mientras miraba su mochila y su cara cambió.

— ¿Qué pasa? —pregunté.

— Guido, me faltan cosas en la mochila. Me falta maquillaje.

— ¿Qué? Vanesa me dijo que vos le dijiste que le prestabas maquillaje.

— Guido, está todo mal con ella. —dijo mientras tiraba todas las cosas que tenía dentro de la mochila sobre la cama.

— Camila, ella te pidió perdón. Ayer hablaban muy bien en el boliche. —la miré algo preocupado.

— Guido, ¿qué carajos? Ella nunca habló conmigo. —me miró enojada.

— Camila, tomaste una BANDA.

— ¿Posta te estás poniendo del lado de ella? Me roba cosas, ¿le permitís entrar a nuestra habitación? Qué mal amigo sos Sos un hijo de puta si la querés encubrir Después de todo lo que te hizo esa mina, NOS hizo ¿Vas y fingís demencia?

— ¿Sabés que me tenés las pelotas llenas, Camila? ¿Lo sabías, no? —me acerqué a ella y la miré.

— Vos sos un estúpido de mierda. ¿Cómo vas a permitir que una mina le robe cosas a tu mejor amiga? Todo por ponerla, seguro. Si no podés estar ni dos segundos sin coger con una mina. —rodó los ojos, y yo la miré angustiado.

— ¿Yo desesperado? ¿Yo mal amigo? Puedo ser cualquier cosa, Camila, pero no soy ESO.

— Guido, demostrás siempre que sos un mujeriego de mierda.

— ¡Mentira! No soy mujeriego, y si lo llego a ser, ¿en qué te afecta a vos? —la miré serio.

— Lastimás, Guido, eso haces. Cada vez que andás con alguna, te ponés cortante conmigo, como si yo llegara a meterme en algo.

— Esto sabes que no tiene nada que ver con la situación. ¿Cuánto tomaste hoy, Camila? Porque no estás como "consciente."

Ambos nos quedamos mirando; nuestras miradas estaban conectadas. Ella estaba seria, al igual que yo. Era la primera vez que teníamos un silencio incómodo.

— Guido, yo sé que estuviste con mi hermana y que además estuvieron en mi cuarto. Vos rompiste nuestra promesa, Guido.

— ¿Qué? ¿Cómo podés suponer eso de tu hermana y yo?

— Porque los vi besarse en MI CAMA, GUIDO.

— Vos no podés decirme nada a mí si tenías una pinta de alzada cada vez que veías a Pato. Te besaba la mejilla y ya estabas como para pedirle matrimonio. Vos no podés venir a decirme que soy un forro hijo de puta porque no lo soy. ¿Por qué no pensás un ratito, Camila? Acordate que vos hablaste con Vanesa y le dijiste que le ibas a dar todo. O acaso todavía estás rompiendo las pelotas con ese beso de mierda. Dios, dale, amiga activa y volvé al mundo real. Un beso de mierda fue. —dije, y ella me empujó.

— Chupate una buena pija. ¿Quién te creés que sos para decirme a mí qué cosas tengo que hacer? No sos mi mamá, Guido.

— Y vos también tenés que pensar un poquito antes de estar agarrando y tomando todo lo que ves, porque después te olvidás de todos y querés dejar mal a otros.

— Sabés qué, Guido? Me harté porque no tiene sentido seguir hablando con vos. No quiero verte nunca más. ANDÁTE bien a la mierda, ¿sabés? Lo único que haces es traer quilombo; sos un fantasma. Con razón estás así como estás. —dijo ella mientras agarraba sus cosas, y yo la miré.

— ¿Así estoy como? —pregunté.

— Solo. Chau, Guido. Ojalá nunca más me cruce a una persona tan hija de puta. —dijo ella y se fue. Yo suspiré y me acosté en la cama. Mañana ya nos volvíamos a Don Torcuato.

———

Habían pasado diez días desde que vi por última vez a Camila, ya que cuando íbamos a volver a Don Torcuato, ella se tomó otro colectivo. Estaba enojada. Mientras tanto, le pregunté a Vanesa si era verdad lo de los maquillajes, y ella me mostró una captura donde Camila le había dicho que sí a lo de los maquillajes.

Hoy era nuestra entrega de diplomas, nuestra fiesta de egresados, por así decirlo. Estaba nervioso.

Patricio sabía sobre la situación y me cagó a pedos por no haberla calmado, porque ella estaba en pedo, que por qué no la besé. Si ese día tuvimos una distancia muy rara, pero a ella le pareció dar igual. A mí también me mataba esa tensión de estar cerca de ella y, a la vez, peleando.

Pero en esa situación uno no piensa, no piensa lo que dice. Y eso me pasó. Le dije miles de cosas a Camila que ella no merecía.

De a poco, la tarde empezó a caer. Me fui a bañar, salí y empecé a prepararme para el egresado. Me puse el traje, me acomodé la camisa y la corbata. Tenía unos nervios increíbles; quería llegar al colegio, verla y pedirle perdón. Gastón me dio la idea del ramo de flores cuando ella baje a buscar su diploma, así que ahí estaba el ramo de flores arriba de la mesa.

Quería aprovechar para pedirle perdón y decirle lo que siento; quería explicarle lo del beso. En estos diez días, pensé con claridad sobre todo lo que pasó y creo que ambos necesitamos el perdón del otro.

Mi familia y yo nos dirigimos al colegio. Me bajé primero y fui al patio, donde estaban todos mis compañeros, algunos hablando con sus amigos y otros con sus parejas. Busqué con la mirada a Camila, pero no la encontraba; capaz llegaba tarde. Me apoyé en el fierro de la bandera y solo podía pensar. Cuando suba a buscar mi diploma y después me baje, Gastón me dé el ramo de flores esperando a Camila, voy a parecer un ridículo.

Las preceptoras nos indicaron que fuéramos al gimnasio. La decoración era hermosa. Cada uno se sentó en su respectiva silla, y el acto empezó. Los profesores dieron su discurso y mi compañera electa pronunció un discurso para todos nuestros compañeros.

Me empecé a poner tenso, ya que miraba todo el lugar y no encontraba a Camila. Hasta que llegó mi momento de subir a buscar mi diploma. Sonreí falsamente y posée con los preceptores. Desde el escenario se veía toda la gente que había: los chicos de la mañana, mis compañeros y, por supuesto, los padres. Pero entre toda esa gente no estaba Camila.

Me bajé con la desilusión de mi vida. Me senté en la silla y me quedé mirando cómo subían otros chicos. Gastón se acercó a mí y me preguntó dónde estaba Camila, a lo que negué con la cabeza. Si llegaba a hablar, me iba a largar a llorar.

La ceremonia terminó; mis compañeros aprovecharon para sacarse fotos entre sí, pero yo me sentía para el orto. Miré a mis viejos y a mis hermanos y quise irme de ahí lo antes posible.

Ella y yo hablábamos con tanta felicidad sobre lo que iba a ser este día. Lo describíamos como el mejor día de nuestras vidas. Me sentí traicionado de cierta forma. Quedé plantado en el día de mi graduación, y ahí me cerró todo: ella no iba a volver, ella se alejó.

Con mi familia decidimos ir a comer a un restaurante. Me puse a mirar alrededor y vi a una chica de espaldas, con una remera igual a la que usaba muy seguido Camila, el pelo desmechado y morocho. ¿Y si era ella?

Por un momento sentí alegría. ¿De seguro ella estaba bien? Si me acercaba a hablarle y a pedirle perdón... fue lo que pensé. Mientras pensaba en las miles de opciones, veo que esta chica se levanta y le veo la cara: no era Camila.

Tal vez estaba alucinando. Tenía un poco de esperanza de que quizás mañana aparecería en mi casa y arreglaríamos las cosas. Tal vez me estaba ilusionando para ocultar la verdad. No quería lastimarla con todo lo que dije.

𝐃𝐢𝐞𝐳 𝐝𝐢𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐮𝐞𝐬. || 𝐆𝐮𝐢𝐝𝐨 𝐀𝐫𝐦𝐢𝐝𝐨 𝐒𝐚𝐫𝐝𝐞𝐥𝐥𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora