20.

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Guido y yo ya ni nos contábamos cosas por WhatsApp. Siempre que nos enviábamos mensajes, era con la excusa de juntarnos a chusmear, pero ambos sabíamos que era una mentira.

La verdad era que pasábamos horas juntos, besándonos. Solo besos. Eran momentos robados que se sentían furtivos. A veces, cuando él se iba de gira, me contaba un poco de su viaje, pero eso era todo. Facundo nunca sospechó nada, y me preguntaba si era una hija de puta por lo que estaba haciendo. ¿Realmente lo era?

Hoy, Guido volvía a Buenos Aires, y le había dicho que pase por mi departamento porque tenía algunas cosas que contarle. Sabía que eso era una excusa, una mentira que ambos estábamos dispuestos a creer. La razón real para juntarnos era más que obvia, y cada vez que lo hacíamos, el juego se volvía más peligroso.

Cuando llegó a mi casa, me quedé mirándolo unos segundos, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a correr por mis venas. Me hice a un lado para que él pase, cerré la puerta con llave y, en un instante, todo se volvió frenético. Tiró todo al piso y me besó desesperado. Correspondí a su beso. Caminamos hasta el sofá, donde él se sentó y yo me acomodé sobre él, mirándolo a los ojos y comenzando a darle picos mientras acariciaba su pelo.

Su expresión era la de un nene que acaba de recibir un regalo inesperado, y eso me hizo sonreír. Pero en un momento, decidí romper la magia.

— ¿Hablaste con Facundo? —pregunto, deteniéndome un instante.

Intenté sacarle la remera y besarle el cuello para evitar el tema, pero sabía que no podía escapar de la realidad para siempre. Guido me agarró la cintura y me clavó las uñas, mirándome fijamente.

— Contestame, Camila. —dijo, su voz era firme, pero había preocupación en su mirada.

— No, todavía no... —lo miré y le besé la mejilla, sintiéndome culpable por lo que estaba a punto de hacer.

— ¿Decís que hoy es la oportunidad? —se acercó a mi cuello, y yo mordí mi labio, sintiendo la tensión en el aire.

— No sé, Guido. Aprovecha ahora, porque después ni en pedo te voy a dejar. —sonreí mientras sentía sus besos en mi cuello, disfrutando del momento.

Estuvimos un rato boludeando, hasta que me atreví a dar un paso más.

— Guido, ¿será que puedo...? —le pregunté, y él entendió enseguida, asintiendo con la cabeza.

Empecé a manosear su pantalón mientras él movía un poco mis caderas. El deseo se apoderaba de nosotros, y no podía evitar reírme cuando él dijo:

— Sabes qué cosa quiero ahora, ¿verdad? —me miró con picardía.

— ¿Qué cosa? —pregunté, intrigada.

— Dejarte marcas. —dijo, y no pude evitar reír de nuevo antes de volver a besarlo.

Estuvimos un rato así, disfrutando de la proximidad y la calidez del momento, hasta que de repente escuchamos golpes en la puerta. El corazón se me detuvo, y me separé del beso, mirando a Guido con preocupación. Me levanté del sofá, y él se vistió rápidamente mientras yo acomodaba mi ropa.

Por suerte, siempre dejaba algo sobre la mesa, como el mate y las galletitas, así que fui rápida a abrir la puerta. Al hacerlo, me encontré con Facundo, quien me sonrió de la manera más tierna.

— Amorrrrr miooo —exclamé, sonriendo mientras lo besaba.

— Eeeh, Guido, no sabía que venías hoy. Si no, te traía algo, boludo. —dijo Facundo, abrazando a Guido con una sonrisa despreocupada.

Guido me miró de reojo, y yo suspiré internamente, deseando que en ese momento no supiera lo que realmente estaba pasando. A pesar de que el corazón me latía con fuerza y la culpa comenzaba a asomarse, traté de actuar con normalidad.

𝐝𝐢𝐞𝐳 𝐝𝐢𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐮𝐞𝐬. || 𝐠𝐮𝐢𝐝𝐨 𝐚𝐫𝐦𝐢𝐝𝐨 𝐬𝐚𝐫𝐝𝐞𝐥𝐥𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora