Él y El Verde

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Verde en Burundi, vida que asoma,

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Verde en Burundi, vida que asoma,

hojas y ríos, la esperanza brota.

En cada sombra, una nueva aroma,

fuerza en la tierra que nunca se agota.

El verde había sido un hermoso color.

El verde había sido un hermoso color

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El verde ha sido un hermoso color.

Sin embargo, para Burundi nunca fue un color tan simple.

Apenas conservaba recuerdos de la época antes de los europeos, fragmentos rotos que el tiempo y la tragedia le habían arrancado. A veces, en sueños, se deslizaban imágenes que no podía asegurar si eran reales, y siempre en ese verde brillante de la hierba y la selva. Un recuerdo en particular lo perseguía: la voz de su padre gritándole que corriera, que se hundiera en el follaje y no mirara atrás.

Ese verde fue su refugio, la salida de un niño pequeño que solo entendía que correr lo salvaría del peligro. Años después, en las sombras de su mente, dudaba si aquel grito había sido el eco de su salvación o el inicio de su tragedia. Porque después de ese momento, cuando miró hacia atrás, su mundo ya estaba lleno de sufrimiento y de un verde de la selva nunca volvió a ser el mismo. Era un color que se tornó amargo, el verde donde su padre había quedado atrás, donde el eco de su vida se apagó por siempre bajo las botas de Bélgica.

Burundi creció en un mundo donde siempre fue pequeño. Su nación apenas existía en los mapas y en los planes de los grandes. Frente a gigantes como Estados Unidos y Rusia, su vida era la de una hoja que el viento llevaba de un lado a otro, sin destino propio. La violencia se había convertido en el pulso de su vida, esa violencia invisible que siempre supo que existía, y que él era incapaz de cambiar. Solo podía sobrevivir. Mientras el tablero de ajedrez de las potencias se llenaba de sus movimientos enloquecidos, Burundi se arrastraba, cuidándose de no llamar la atención y asegurándose de mantenerse en la periferia.

Burundi nunca había hecho algo importante. 

Había aprendido a moverse entre las sombras de los poderosos como una rata, adaptándose al juego que otros dominaban. Años de ser un espectador forzado lo habían convertido en alguien paciente, alguien que entendía que su papel en el mundo no era ser el centro de nada, sino un observador insignificante. Esa insignificancia, sin embargo, le había dado una ventaja: nadie lo miraba dos veces. Nadie lo tomaba en cuenta. Mientras las potencias se quebraban por dentro, Burundi podía quedarse quieto, en silencio, y observar cómo las decisiones caían como grandes olas, destruyendo a quienes se enfrentaban a ellas. Él, en cambio, había aprendido a sobrevivir, y eso debía bastar.

Estrellita [Countryhumans]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora