Enzo Lombardi
El sótano olía a humedad y encierro. Cada paso que daba resonaba con una lentitud calculada, el crujido de las suelas sobre el concreto acentuando el eco de mi respiración contenida. El aire se sentía más pesado cuanto más me acercaba a Aron, y el peso de lo que estaba a punto de hacer se asentaba sobre mis hombros. No podía perder el control. No podía dejar que la rabia me cegara, aunque las ganas de destrozarlo por lo que le había hecho a Eva y por el peligro que había puesto sobre todos nosotros me quemaban por dentro.
Cuando llegué, Matthew me recibió con un gesto de cabeza. Sabía por su mirada que Aron estaba despierto y consciente de lo que venía. No había piedad en los ojos de Matthew, solo el profesionalismo frío de alguien que ya había hecho esto muchas veces. Abrí la puerta y entré en la penumbra. La luz amarillenta que colgaba del techo oscilaba levemente, proyectando sombras que parecían bailar en las paredes de concreto.
Allí estaba él, atado a la silla, su cuerpo inclinado hacia adelante, pero su sonrisa maliciosa todavía en su lugar. No parecía alguien que acababa de ser atrapado y retenido contra su voluntad. Me miraba como si todo esto fuera un espectáculo diseñado exclusivamente para su entretenimiento.
—Enzo, finalmente decidiste unirte a la fiesta —dijo Aron, con un tono que me helaba la sangre. Su voz estaba cargada de una satisfacción enfermiza, como si ya hubiera ganado. Sus labios ensangrentados se curvaron en una sonrisa despectiva.
Lo ignoré, caminando lentamente alrededor de él, dejando que la tensión creciera con cada segundo. Mis manos se cerraron en puños a mis costados, la ira burbujeando bajo la superficie, pero no podía dejar que me controlara. Todavía no. Cada palabra que iba a decir tenía que tener el peso justo. Esto no era solo una conversación; era una partida de ajedrez, y yo no podía permitirme cometer errores.
—Vamos a hacer esto sencillo, Aron —le dije, mi voz baja y controlada, aunque dentro de mí el volcán estaba a punto de estallar—. ¿Dónde está el hijo de Eva?
Su sonrisa se ensanchó, sus ojos brillando con una malicia casi infantil. Esa sonrisa, ese gesto, me decía que para él todo esto era un juego, una manera de probar cuánto podía resistir antes de que yo perdiera la cabeza.
—Oh, eso... —Aron suspiró teatralmente, inclinando la cabeza como si lo considerara por un momento—. ¿De verdad crees que voy a decírtelo? No eres tan ingenuo, ¿verdad, Enzo?
Me acerqué más a él, deteniéndome justo enfrente. Sentía la sangre bombeando con fuerza en mis sienes, pero mantenía mi rostro impasible. Aron sabía cómo presionar los botones correctos, cómo provocar para obtener una reacción. Esta vez, no iba a dársela.
—Voy a hacerte una sola pregunta más —dije, mi voz en un tono mortalmente tranquilo, sabiendo que no podía seguir jugando este juego por mucho tiempo—. Y vas a responderla. ¿Dónde está el hijo de Eva?
El silencio en la habitación era denso, como una cuerda tensada al límite. Por un momento, Aron no dijo nada. Solo me miró, midiendo mis palabras, saboreando el poder que creía tener. Esa pausa se alargó hasta lo insoportable, y por un segundo sentí que estaba a punto de perder el control.
Finalmente, se rió. Una risa baja, casi gutural, que parecía salir desde lo más profundo de su pecho. El sonido rebotó en las paredes, envolviéndonos en una atmósfera aún más cargada de tensión.
—Eres un hombre interesante, Enzo. Lo que haces por ella, por Eva... pero te diré algo, solo porque me divierte verte luchar con esta verdad —se inclinó hacia adelante, su sonrisa ahora era una mueca cruel, casi grotesca—. El niño… está lejos. Y solo yo sé dónde. Tal vez esté vivo, tal vez no. Quizás lo encuentres, quizás no. Pero lo que sí sé es que nunca tendrás lo que quieres. Eva siempre volverá a mí.
Esa última frase fue el detonante. Sin pensarlo dos veces, mi mano se movió antes de que pudiera detenerme. Lo golpeé con todas mis fuerzas en el rostro. Sentí el crujido de su mandíbula bajo mi puño, y su cabeza se ladeó violentamente hacia un lado. El eco del golpe resonó en el sótano, rompiendo el silencio que había envuelto la conversación hasta entonces.
Aron escupió sangre, pero para mi sorpresa, se rió. Una risa sádica, llena de desprecio y dolor, como si no importara cuántas veces lo golpeara; en su mente, él ya había ganado.
—¿Es todo lo que tienes? —dijo con la voz temblorosa, sus palabras goteando veneno—. ¿Un simple golpe? Vamos, Enzo, puedes hacerlo mejor que eso.
Me incliné hacia él, acercando mi rostro al suyo, mis manos aferrando su camisa ensangrentada. Podía oler la mezcla de sangre y sudor en su piel, y por un instante, quise romperle cada hueso. Pero sabía que no podía perderme en esa rabia. Tenía que sacarle lo que quería saber, y matarlo no me iba a llevar más cerca de encontrar al hijo de Eva.
—Dime dónde está el niño —gruñí, esta vez con una furia contenida—. O te juro que no saldrás vivo de aquí.
Sus ojos buscaron los míos, pero no vi el miedo que esperaba. En lugar de eso, había un brillo peligroso, una chispa de desafío que me provocaba aún más. ¿Por qué no estaba aterrorizado? ¿Qué sabía que yo no?
—Oh, pero ya estás tan cerca, Enzo. Lo único que necesitas es pedirlo como corresponde —murmuró, su sonrisa deformada por el dolor.
Le di otro golpe, esta vez en el abdomen, sintiendo cómo el aire se le escapaba de los pulmones. Su cuerpo se contrajo, pero su maldita sonrisa permaneció. Cada golpe que le daba parecía fortalecer su resistencia, como si se alimentara de mi rabia.
—No vas a ganar —dijo entre jadeos, su voz quebrada—. No mientras yo tenga lo que tú quieres. Porque te haré una cosa, Enzo... Eva nunca estará a salvo. Aunque encuentres al niño, aunque me mates, siempre habrá alguien más. Siempre.
Me detuve, respirando con dificultad, mis puños aún cerrados. Sabía que no podía perder más el control. Tenía que jugar esta partida con la mente fría. Si perdía la cabeza, perdía a Eva. Y eso no iba a suceder.
—La dirección. Ahora —dije con la mandíbula apretada, mis palabras saliendo entre dientes.
Aron me miró durante lo que parecieron minutos interminables. Finalmente, soltó un suspiro pesado, como si por fin se hubiera dado cuenta de que no iba a salir de esta situación como esperaba.
—Bien, ya veo que no vas a rendirte. Te diré dónde está el niño —susurró con una voz baja, como si estuviera revelando un gran secreto—. Pero no te prometo que te guste lo que encontrarás.
Con un último suspiro, Aron me dio una dirección. Apenas lo hizo, me alejé, mi mente ya calculando los próximos pasos. Sabía que no podía confiar del todo en él, pero al menos era un punto de partida. Mientras salía del sótano, sus palabras seguían resonando en mi cabeza. Sabía que él no se detendría. Esto no terminaría hasta que uno de los dos estuviera acabado.
Cerré la puerta del sótano tras de mí, dejando a Matthew vigilando a Aron. Mi corazón latía con furia, pero tenía un objetivo claro. Subí las escaleras rápidamente y me encontré con Eva en la sala de estar, sus ojos ansiosos al encontrarse con los míos.
—¿Lo encontraste? —preguntó, su voz temblando ligeramente.
Asentí, intentando mantener la calma.
—Tengo la ubicación. Lo encontraremos.
Los ojos de Eva se llenaron de esperanza, pero también de miedo. Sabía lo que estaba en juego. Yo también lo sabía. Pero no importaba. Con o sin Aron, íbamos a traer de vuelta a su hijo. Y haría lo que fuera necesario para que ella pudiera abrazarlo.
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Códigos de sangre
RomanceEva Smith, una mujer con carácter, no se deja dominar por nadie, pero tiene un pasado que aún la atormenta. Enzo Lombardi, el mafioso más temido de la ciudad, está en busca de un heredero para su legado, y teme morir sin tener a alguien a su lado.