Eva Smith
El peso en mi pecho era insoportable. Lo había llevado conmigo durante tanto tiempo, tratando de enterrarlo en lo más profundo de mi ser, pero hoy, todo estaba a punto de salir a la luz. Sabía que ya no podía seguir ocultándolo, no de Enzo. Él merecía saber la verdad, pero el miedo me paralizaba.
Estábamos en casa, su casa, que ahora también era mía. Enzo estaba en el sofá, distraído con el televisor, pero yo no podía concentrarme en nada más que en las palabras que había estado evitando pronunciar durante años. Las mismas palabras que lo cambiarían todo.
"Es ahora o nunca", pensé.
Respiré profundamente y me acerqué al sofá, sentándome a su lado. Mis manos temblaban, y aunque intentaba mantenerme calmada, sabía que la tormenta estaba por desatarse.
—Enzo —mi voz salió apenas en un susurro, pero él apagó el televisor y me miró de inmediato, dándome toda su atención—. Hay algo que necesitas saber. Algo que he guardado durante mucho tiempo.
Él no dijo nada, solo me miró con esa mezcla de preocupación y paciencia que siempre me desconcertaba. Sabía que estaba dispuesto a escuchar, pero ¿cómo podría siquiera empezar?
Bajé la mirada a mis manos, entrelazadas y temblorosas. Sentía como si el aire se volviera más denso a mi alrededor, dificultando cada respiración. Pero ya no había vuelta atrás.
—Hace unos años… fui secuestrada —dije, mi voz temblando con cada palabra—. Me retuvieron durante meses.
Sentí su cuerpo tensarse a mi lado, pero él no dijo nada. Sabía que me estaba dejando continuar, que me daba el espacio para desahogarme, aunque podía sentir su furia contenida, su necesidad de protegerme incluso de un pasado que no podía cambiar.
—No entendía por qué me habían escogido a mí —continué, con los ojos fijos en mis manos—. Pensaba que había sido un error, que alguien vendría a buscarme, a salvarme, pero… nadie lo hizo. Estaba sola. Completamente sola.
Me costaba hablar, cada palabra me dolía en lo más profundo, pero sabía que debía seguir. No había más tiempo para esconderme.
—El hombre que me secuestró… abusó de mí. Me usó de formas que no puedo ni describir. Y durante esos meses, quedé embarazada.
Sentí que mi garganta se cerraba. Las lágrimas, que había estado luchando por contener, empezaron a caer. No me atreví a mirar a Enzo. Tenía miedo de lo que pudiera ver en su rostro, miedo de que la versión que él tenía de mí se rompiera con esta confesión.
—El niño que viste en las fotos… es mi hijo. El hijo que creí haber perdido para siempre. Me lo arrebataron al nacer, y durante años pensé que había muerto. Pensé que… era mejor creer eso que seguir con la incertidumbre de no saber nada.
El silencio que siguió fue insoportable. Las lágrimas caían libremente por mis mejillas mientras esperaba su reacción, temiendo lo peor. ¿Cómo podía amarme después de saber esto? ¿Cómo podía mirarme igual después de conocer los horrores que había sufrido?
Finalmente, sentí su mano en la mía. Era un toque suave, lleno de compasión y fuerza. Me obligué a mirarlo, y lo que vi me dejó sin aliento.
En sus ojos no había juicio, ni rechazo. Solo había dolor, el dolor de saber por lo que había pasado, y la ira silenciosa por no haber estado allí para protegerme.
—Eva… —su voz era baja, cargada de emoción—. No puedo imaginar lo que has vivido. No puedo ni empezar a entender tu dolor. Pero quiero que sepas que estoy aquí. No tienes que pasar por esto sola. Nunca más.
Sus palabras me desarmaron. Solté un sollozo que había estado reteniendo y me dejé caer en sus brazos. Sentir su calor, su protección, era algo que nunca pensé que merecería después de todo lo que había pasado. Pero ahí estaba, abrazándome como si nada en el mundo pudiera cambiar lo que sentía por mí.
—¿Cómo puedes mirarme igual? —pregunté, mi voz rota por las lágrimas—. Después de saber todo esto… no soy la misma persona, Enzo. Todo esto me destruyó.
Me aparté un poco para mirarlo a los ojos, queriendo entender cómo podía aceptarme aún.
—Te amo, Eva —me dijo con una firmeza que me dejó sin aliento—. Lo que te hicieron no te define. Lo que has vivido no cambia la mujer increíble que eres. Todo esto solo me hace admirarte más por la fortaleza que has tenido. Y no hay nada en tu pasado que me haga dejarte, jamás.
Lo miré, tratando de procesar lo que acababa de decir. ¿Era eso posible? ¿Podía alguien amarme a pesar de todo? Enzo me sostuvo con tanta delicadeza, con tanto amor, que comencé a creer que tal vez sí era posible.
—Encontraremos a tu hijo —dijo de repente, con una firmeza que no había escuchado antes—. Lo que sea que esté pasando, lo enfrentaremos juntos. No estás sola en esto.
Su promesa me dio una chispa de esperanza que no había sentido en años. No sabía lo que el futuro nos deparaba, pero una cosa era segura: ya no estaba sola. Enzo estaba conmigo, y enfrentaría todo lo que viniera con él a mi lado.
Le acaricié el rostro, sintiendo una paz que no había conocido en mucho tiempo. Tal vez no todo estaba bien todavía, pero por primera vez en años, sentí que tenía una oportunidad. Una oportunidad de sanar, de vivir, y de ser amada por alguien que veía más allá de mis cicatrices.
—Gracias —susurré, mi voz rota, pero llena de gratitud—. Gracias por no dejarme caer.
Nos quedamos así, abrazados en el sofá, en silencio. Pero esta vez, el silencio no estaba lleno de miedo o angustia. Estaba lleno de promesas.
Hola como estas, espero te guste la historia, próxima actualización lunes gracias por leer.
Gabriela.
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Códigos de sangre
Roman d'amourEva Smith, una mujer con carácter, no se deja dominar por nadie, pero tiene un pasado que aún la atormenta. Enzo Lombardi, el mafioso más temido de la ciudad, está en busca de un heredero para su legado, y teme morir sin tener a alguien a su lado.