capítulo 16

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Enzo Lombardi

No soy de los que suelen tener dudas. Mi vida siempre ha estado regida por la certeza. Tomo decisiones rápidas y sin mirar atrás. Así he conseguido llegar a donde estoy. Pero desde que Eva apareció en mi vida, todo eso ha cambiado. No sé qué está pasando con ella, y me está volviendo loco no poder arreglarlo como hago con todo lo demás. Hay algo en sus ojos que no puedo descifrar, una tristeza, un peso que no me comparte, y lo peor es que no sé cómo sacarla de ese abismo sin empujarla más lejos.

Dos semanas han pasado desde lo de James. Desde entonces, las cosas entre nosotros no han sido las mismas. Trato de acercarme, pero ella está más distante. No baja a cenar como antes. Se encierra en su mundo, y yo respeto su espacio. Ayer, la vi llorar en la habitación cuando pensaba que no la veía. Me quedé en la puerta, queriendo entrar, queriendo abrazarla, pero temiendo que al hacerlo la lastimaría más.

Hoy, decido que no puedo seguir así. No puedo seguir siendo el tipo que se guarda todo. Eva merece más. Necesito saber qué la atormenta, qué la aleja, y cómo puedo ayudarla. Pero sé que no puedo enfrentarla como suelo hacer con los demás, porque ella no es "los demás". Ella es mi debilidad, y no quiero perderla.

La encuentro en la sala, sentada con las piernas cruzadas, mirando su teléfono. Me acerco despacio, intentando no perturbar su calma, pero ella me siente antes de que pronuncie palabra. Alza la vista, y veo que sus ojos están enrojecidos, como si hubiera estado llorando de nuevo.

-Eva -murmuro suavemente, tomando asiento a su lado-. Sé que algo te está molestando, pero no voy a presionarte. Solo quiero que sepas que estoy aquí, para lo que sea.

Ella me mira, sorprendida por mis palabras. Casi parece esperar una reacción distinta, más agresiva. Tal vez eso es lo que espera de mí, lo que piensa que soy. Pero quiero demostrarle que puedo ser algo más. Ella necesita un hombre que la escuche, no un tipo que la domine.

-No tienes que decirme nada si no estás lista -añado, viendo cómo aparta la mirada-. Pero cuando quieras hablar, estaré aquí.

Eva parece luchar con algo dentro de sí. La veo respirar profundo, como si estuviera debatiendo si abrirse o no. Por un segundo, pienso que va a contarme lo que le está pasando, pero en lugar de eso, me mira con una tristeza que me desarma.

-Gracias, Enzo -susurra, apenas audible-. Solo... solo necesito un poco de tiempo.

Asiento, aunque cada fibra de mi ser quiere empujarla a decirme más. Pero no lo hago. Me levanto lentamente, dejándola con su espacio, aunque cada paso que doy lejos de ella se siente como un peso insoportable en el pecho.

Más tarde, decido revisar algunos papeles en mi oficina para distraerme. Pero no puedo concentrarme. Mis pensamientos siguen volviendo a Eva, a su mirada perdida, a la barrera que parece haberse levantado entre nosotros.

Después de un rato, escucho el crujido de pasos acercándose a mi puerta. Eva aparece en el umbral, sosteniendo un sobre en la mano. Su rostro está pálido, como si hubiera visto un fantasma. No puedo leer sus emociones, pero hay algo en la forma en que sujeta ese sobre que me pone en alerta.

-¿Qué es eso? -pregunto, intentando mantener la calma.

Ella se acerca lentamente y me entrega el sobre. Lo abro, y lo que veo dentro me deja helado. Fotos. Fotos de nosotros. En momentos íntimos, pero hay una en particular que llama mi atención. Un niño. Un niño que nunca había visto antes.

-¿Quién es este niño? -le pregunto, aunque mi voz suena más suave de lo que esperaba. No es una acusación, es una pregunta genuina. Necesito saber qué está pasando.

Eva se sienta, con la cabeza entre las manos, mientras las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. Mi corazón se hunde al verla así, y me acerco, poniéndome a su lado sin tocarla, esperando que ella quiera compartir lo que le duele.

-Es... es mi hijo -susurra entre sollozos.

Me congelo. Las palabras me golpean con fuerza, pero no como una traición, sino como una verdad que desconocía, algo que ella había estado guardando en silencio todo este tiempo. La miro en shock, pero no digo nada. Solo dejo que hable.

-Creí que estaba muerto -continúa, su voz rota-. Cuando lo perdí, pensé que jamás lo volvería a ver. Pero ahora... no sé quién me envió estas fotos o qué significa todo esto.

Mi mente corre en mil direcciones. Quiero hacer algo, quiero arreglarlo, quiero encontrar a ese niño y devolverlo a su madre, pero también sé que no puedo actuar sin entender completamente lo que está pasando. Respiro hondo y me inclino hacia ella, intentando ofrecerle consuelo.

-Lo encontraremos -le digo, esta vez con más firmeza-. Lo que sea que esté pasando, no tienes que enfrentarlo sola.

Eva me mira, y por primera vez en semanas, veo una chispa de esperanza en sus ojos. Le acaricio la mejilla con cuidado, queriendo transmitirle que estoy aquí, que no la dejaré caer.

-Gracias, Enzo -dice, su voz temblando, pero sincera.

Me quedo a su lado, sin decir nada más. El silencio entre nosotros ya no es incómodo, sino un pacto tácito de que enfrentaremos lo que venga juntos. Tal vez no sé cómo manejar cada situación, tal vez no puedo controlar lo que siente, pero estoy dispuesto a aprender, a ser el hombre que ella necesita, y no el que piensa que debe ser.

Y mientras la veo recuperar fuerzas, me doy cuenta de que, por primera vez, no tengo miedo de lo que el futuro pueda traer. Porque sé que, pase lo que pase, no voy a dejarla ir.

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