Capítulo 6

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18  de abril

Enzo Lombardi

Pensar en Eva me está matando la cabeza, lo poco que la conozco me ha flechado, es una mujer increíble, no puedo dejar de pensar en ella. Ayer, cuando la veía comprar su ropa, no podía dejar de mirarla. Me he dado cuenta de que tiene un buen trasero, pero eso no es lo único bueno que tiene esa mujer, todo en ella es perfecto.

Voy camino al centro comercial de ayer para comprar el vestido que no podía dejar de ver. Cuando llego, voy a la tienda para comprar el lindo vestido para Eva.

—Buenos días —me saluda la empleada, sin sospechar lo que está a punto de pasar.

—Buen día —le respondo—, necesito el vestido con flores que está en el mostrador —le digo, directo y sin rodeos.

—Señor, ese vestido no está a la venta. Es una pieza de muestra, y es el último que nos queda —responde con una sonrisa profesional.

—Necesito el maldito vestido —le digo, esta vez dejando caer un poco de la autoridad que suelo imponer. La empleada me mira, confundida por un momento, pero sigue firme en su respuesta.

—Lo siento, no puedo vendérselo.

Mis manos se aprietan sobre el mostrador. La paciencia no es una de mis virtudes, y mucho menos cuando se trata de algo que ya decidí obtener. Bajo la voz, dejándola más grave, más amenazante.

—Mire, me vende el maldito vestido o le quemo la tienda, usted decide.

La empleada me mira, claramente asustada, pero tratando de mantener la compostura.

—Usted no puede hacer eso —responde, aunque su voz tiembla un poco.

Me acerco más, sin quitar la mirada de sus ojos. Quiero que entienda que no estoy bromeando.

—Si quiero, puedo. Mi nombre es Enzo Lombardi, el líder de la mafia francesa. Me da el vestido o la agrego a la lista de las personas que tengo que matar.

Es sorprendente cómo ese nombre tiene el poder de cambiar el semblante de las personas. La chica retrocede un poco, asustada, y rápidamente asiente con la cabeza.

—Ya le traigo el vestido.

—Gracias —le digo, con una sonrisa falsa que solo añade a su terror.

Cuando subo al auto con el vestido en el asiento trasero, mi mente sigue fija en Eva. Todavía no sé si se lo voy a dar de inmediato o si esperaré el momento perfecto. Lo cierto es que nunca antes había hecho algo así. Yo, un hombre acostumbrado a controlar el destino de las personas, estoy aquí pensando en un simple gesto que la haga sonreír. Es ridículo y fascinante al mismo tiempo.

Al llegar a casa, la risa de Eva inunda el ambiente. Nunca la había escuchado reír antes, y eso me sorprende. Al principio, esa risa dulce y despreocupada me hace sentir algo cálido en el pecho, pero luego me doy cuenta de que no está sola. James está con ella. Me detengo en seco antes de entrar a la sala. Desde la puerta, los veo conversando, y hay algo en la cercanía entre ellos que no me gusta. Esa maldita familiaridad. Las manos de James gesticulan animadamente mientras habla, y Eva responde con una sonrisa genuina. Esa misma sonrisa que quiero que me dedique a mí.

Por un segundo, un impulso irracional me invade. Quiero apartar a James, ponerlo en su lugar. Pero en lugar de hacer una escena, opto por girarme y dirigirme a mi oficina. La ira no me llevará a nada ahora mismo, me digo. Sin embargo, ese ligero dolor en mi pecho, esa sensación de estar fuera de control, no desaparece.

Más tarde, cuando dejo el vestido sobre la cama de Eva, siento una mezcla de emociones. Es ridículo, lo sé. Un mafioso dejando notas cursis para una mujer. ¿En qué me he convertido? Pero no puedo evitarlo. Quiero verla feliz, quiero que piense en mí cuando vea ese vestido, que me recuerde cada vez que lo use. Y más allá de eso, me doy cuenta de algo aterrador: creo que me estoy enamorando.

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