Capítulo 30

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Eva Smith

Despierto lentamente, como si mi cuerpo apenas estuviera reaccionando al peso de la realidad. Todo me duele, pero de una manera apagada, adormecida. A mi alrededor, el ambiente frío y aséptico me recuerda dónde estoy: el hospital. Al abrir los ojos, veo la luz suave que se filtra por la ventana, señal de que el amanecer apenas comienza. Mis recuerdos se mezclan con la penumbra, y una oleada de alivio me invade al darme cuenta de que estoy a salvo, de que he sobrevivido a la pesadilla.

Al girar la cabeza, lo veo. Enzo está dormido en una silla junto a la cama, la cabeza inclinada hacia un lado y el cabello desordenado. Apenas lleva unas horas ahí, pero su postura encorvada y su respiración profunda delatan su cansancio. Por un momento, solo lo observo, memorizando los rasgos de su rostro en ese estado vulnerable. Hay algo en su expresión relajada que me llena de una tranquilidad que no había sentido en mucho tiempo. No esperaba verlo aquí, pero ahora que está a mi lado, no quiero que se vaya.

-Enzo... -susurro, apenas atreviéndome a interrumpir su descanso.

Él reacciona de inmediato, como si hubiera estado esperándome. Sus ojos se abren lentamente, y cuando me encuentra despierta, veo una mezcla de alivio y preocupación en su mirada. Toma un segundo para asimilar que estoy consciente y despierta, pero pronto endereza su postura, tratando de enmascarar su cansancio.

-Eva... ¿estás despierta? -Su voz suena profunda, y noto cómo intenta suavizarla-. ¿Cómo te sientes?

Intento sonreírle, aunque sé que mi rostro todavía refleja el dolor de todo lo que he pasado.

-Estoy bien -murmuro, aunque ambas sabemos que no es del todo cierto-. Gracias por estar aquí.

Él se queda en silencio por un momento, como si estuviera tratando de procesar mis palabras. Veo la sombra de algo en sus ojos, tal vez culpa o dolor, y sé que él también carga con el peso de lo que pasó.

Observo el lugar donde está sentado, y el espacio vacío a mi lado se me hace insoportablemente solitario.

-Ven... acuéstate aquí conmigo -le digo, señalando la parte vacía de la cama. Necesito que se acerque, que me haga sentir que no estoy sola.

Él niega con la cabeza, mirándome con un gesto de preocupación.

-No quiero lastimarte, Eva. Apenas puedes moverte, y si me acuesto aquí, podría empeorar las cosas -responde, como si fuera lo más obvio del mundo.

Aun así, no puedo dejar de sentir la necesidad de tenerlo cerca. Su presencia ha sido la única constante que me ha dado paz, y ahora que estoy despierta, me resulta insoportable tenerlo a distancia.

-Por favor, Enzo... -le digo, mirándolo a los ojos con determinación-. Solo quiero que estés aquí, conmigo. No me vas a lastimar.

Él vacila un momento, observándome como si intentara medir si realmente lo digo en serio. Finalmente, después de un suspiro resignado, se levanta de la silla y se sienta en el borde de la cama. Con lentitud y cuidado, se acomoda a mi lado, dejando un espacio para no presionar mi cuerpo. Aunque sigue siendo cauteloso, rodea mis hombros con su brazo, y el calor de su cercanía me hace sentir más segura de lo que he estado en mucho tiempo.

Nos quedamos en silencio durante unos instantes. Me apoyo en él, descansando mi cabeza en su hombro, y dejo que la calma de este momento se apodere de mí. Su brazo me rodea con suavidad, y en su respiración pausada encuentro un ritmo que me tranquiliza.

-¿Emilio está bien? -pregunto en voz baja, temerosa de la respuesta, aunque algo en mi interior me dice que él ha cuidado de todo.

Enzo asiente suavemente, sin dejar de mirarme.

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