Eva Smith
El silencio de la habitación es ensordecedor. Emilio duerme plácidamente, su pequeña figura parece insignificante entre las sábanas, pero su respiración suave, rítmica, apenas audible, le da una serenidad que yo no puedo alcanzar. Lo miro, vulnerable y hermoso, sin tener ni la más mínima idea del caos que nos rodea. Me pregunto cómo es posible que, después de todo lo que ha sucedido, después de tanto miedo, él logre dormir con esa paz.
Mi mente, en cambio, sigue atrapada. Como un animal herido que no deja de revolverse, mis pensamientos recorren una y otra vez las últimas horas. Las imágenes de lo que pasó —y peor aún, de lo que pudo haber pasado— me atormentan. Intento encontrar calma, una brizna de alivio, pero cada vez que cierro los ojos, los recuerdos me asaltan. No puedo escapar de ellos.
A mi lado, Enzo también está despierto. Puedo sentir su presencia, el calor de su cuerpo a centímetros del mío. No dice nada, pero sé que me observa. Lo conozco lo suficiente como para entender que está esperando algo. Tal vez que me derrumbe, que finalmente libere el peso que llevo acumulando desde que encontramos a Emilio. Siento su mirada, como si intentara leerme, penetrar esa coraza que me he obligado a mantener. Pero no puedo. No aquí. No ahora. No con Emilio a solo unos metros.
El silencio entre nosotros es denso, cargado de todo lo que no decimos. Me incorporo lentamente, con cuidado, procurando no despertar a Emilio. Mi cuerpo se siente pesado, como si cada movimiento requiriera una fuerza que no tengo. Sin embargo, mis pies se mueven casi de manera automática hacia la puerta de la habitación. Necesito espacio, aire… cualquier cosa que me ayude a disipar la presión en mi pecho.
—¿A dónde vas? —La voz de Enzo rompe el silencio, apenas un susurro, pero en la quietud de la habitación parece un trueno. Se levanta también, observándome con esos ojos profundos que siempre han logrado atravesarme.
—No puedo… no puedo quedarme aquí —respondo, y mi voz suena quebrada, tan ajena a mí misma que casi me asusta—. Necesito salir, aunque sea por un momento.
Enzo no dice nada más. Simplemente se levanta y me sigue. Su silencio me reconforta, aunque también es un recordatorio de la tensión latente entre nosotros. Hay algo en el aire, algo que no hemos abordado, que evitamos porque el mundo ha estado colapsando a nuestro alrededor. Es como si, en medio de todo el caos, estuviéramos buscando algo más allá de la simple seguridad. Necesitamos conectar, encontrar algo que nos devuelva a la vida, algo que nos haga sentir más que miedo y desesperación.
Caminamos en silencio por el pasillo, dejando atrás la habitación donde Emilio sigue durmiendo, ajeno a nuestras luchas internas. Mis pies, como si supieran el camino, me guían hasta la cocina. No sé por qué, pero la cocina siempre ha sido un refugio para mí. Quizás sea el lugar donde la rutina tiene sentido, donde el caos del mundo exterior no puede entrar. Sin embargo, cuando llego, el ambiente es diferente. La paz que solía encontrar allí no está. En cambio, siento una energía cargada, una tensión invisible, como si todo lo que hemos reprimido estuviera a punto de estallar.
Enzo se detiene detrás de mí. Siento su mano rozar mi espalda. Es un toque leve, pero enciende algo dentro de mí, algo que ni siquiera sabía que estaba buscando. Me giro para mirarlo, y en sus ojos veo el mismo deseo que empieza a quemarme por dentro. Es un fuego que no tiene que ver con el caos que hemos vivido, sino con la urgencia de escapar de él. Ambos lo necesitamos.
—Eva… —su voz es baja, grave, cargada de emociones que lleva demasiado tiempo guardando.
No necesito más. Lo beso, de manera urgente, descontrolada. Mis manos buscan su piel, su calor, mientras sus dedos trazan el contorno de mi cintura y bajan hasta mis caderas. Me levanta con facilidad, apoyándome sobre la encimera fría. El contraste entre el mármol helado y el calor de su cuerpo es casi abrumador, pero no me detengo. Mi cuerpo reacciona automáticamente mientras desabrocho sus pantalones, mis dedos acarician su miembro, que responde bajo mi toque.
Él me levanta de la encimera y me recuesta sobre la mesa de la cocina. Lentamente, baja mi ropa, deslizando la tela suave por mis piernas hasta que quedo completamente expuesta frente a él. No hay palabras entre nosotros, solo respiraciones entrecortadas y el latido rápido de nuestros corazones.
—Por Dios… —jadeo, incapaz de contener el gemido que escapa de mis labios.
—No, Eva. Di mi nombre —dice, su voz ronca mientras me empuja suavemente, pero con una firmeza que me hace estremecer.
Empuja su cuerpo contra el mío, cada embestida más profunda, más intensa. Sus labios recorren mi cuerpo, mis piernas, mi pecho, mi cuello, cada beso es una promesa de que, por este momento, estamos a salvo. Cada movimiento me lleva más cerca del límite, y el placer se mezcla con la desesperación de querer aferrarme a este instante. Porque fuera de esta cocina, fuera de este pequeño refugio, el mundo sigue siendo un lugar peligroso.
De repente, la puerta de la cocina se abre de golpe, y un grito ahogado escapa de mis labios. La realidad parece invadirnos de golpe, pero Enzo es rápido. Con un movimiento ágil, empuja una silla con el pie, cerrando la puerta de nuevo. El susto nos acelera el pulso, pero no quiero que este momento se acabe. No todavía.
—¿Estás bien? —me pregunta, con su voz baja, tensa, mientras asegura la puerta.
—Sí… solo fue un susto. Pero…
Él sonríe, y esa chispa de diversión en sus ojos me relaja. La tensión desaparece por un segundo, y me doy cuenta de que incluso en medio de la locura, aún podemos encontrar alivio.
Nos perdemos de nuevo el uno en el otro. Enzo me sostiene firme, sus manos recorriendo mis muslos mientras su boca encuentra la mía de nuevo. La química entre nosotros es palpable, y la cocina, con su aire fresco y aromas familiares, se convierte en nuestro pequeño mundo. Todo lo demás desaparece.
Finalmente, cuando el clímax nos alcanza, siento cómo toda esa energía se transforma en algo diferente. Es una conexión más profunda, una reafirmación de que, a pesar de todo lo que hemos pasado, seguimos aquí, juntos.
Regresamos a la habitación, donde Emilio sigue durmiendo plácidamente. Nos acostamos a su lado, y por primera vez en mucho tiempo, siento una calma que no había experimentado en días. Me acurruco junto a Enzo, y mientras él me rodea con sus brazos, dejo que el peso del día desaparezca.
El silencio ahora es diferente, se siente reconfortante. Mientras observo a Emilio, tan tranquilo, siento una chispa de esperanza. La vida, aunque caótica y aterradora, aún nos regala momentos de luz. Y en esos momentos, mientras miro a Enzo y a Emilio, me doy cuenta de que juntos, podemos enfrentar cualquier cosa.
Sin embargo, no podemos permitirnos relajarnos demasiado. El peligro sigue acechando. Aron está ahí afuera, una amenaza constante. La noche se convierte en un recordatorio de que la batalla aún no ha terminado. Enzo y yo lo sabemos. Pero por ahora, el amor que compartimos y la conexión que hemos forjado nos dan la fuerza para seguir adelante.
—No importa lo que pase, Enzo —le susurro mientras nos acomodamos junto a Emilio—. Siempre estaremos juntos en esto.
—Siempre —responde él, con una firmeza que no deja lugar a dudas.
Y en ese momento, con la certeza de que, pase lo que pase, no estaremos solos, siento una nueva fuerza creciendo dentro de mí. Aferrada a ellos, sé que soy capaz de enfrentar lo que venga.
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Códigos de sangre
Storie d'amoreEva Smith, una mujer con carácter, no se deja dominar por nadie, pero tiene un pasado que aún la atormenta. Enzo Lombardi, el mafioso más temido de la ciudad, está en busca de un heredero para su legado, y teme morir sin tener a alguien a su lado.