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Kunimi no es de los que expresan sus emociones hasta que es realmente necesario. Es perezoso y reserva su energía hasta que realmente la necesita.
"Me das asco."
En realidad no quiere decirlo así, pero las palabras ya están ahí y no puede dejarlas flotando en el aire de esa manera, con el ceño fruncido y el dolor en los bordes.
"No puedo dormir cuando me escribes por la noche. Pero si no me escribes, tampoco puedo dormir porque me pregunto por qué no me escribes. Y el fin de semana pasado compré Dango porque recordé que dijiste que te gustaba y esa mierda es repugnante, pero me comí la caja entera porque quería que me gustara también. ¿Por qué te gusta esa cosa de todos modos?"
El ceño fruncido de tu rostro se ha aliviado un poco, pero no del todo. Hay algo así como risa donde antes había dolor y él realmente quiere dejar de hablar, pero las palabras ahora brotan de él como pelotas de voleibol cuando pateas el carrito de voleibol. No le preguntes cómo sabe cómo se ve eso. Él ha visto cosas.
"Cada vez que tomo el autobús para volver a casa te busco y ayer choqué con la cadera a alguien que ni siquiera conozco porque llevaba la misma chaqueta que tú. Tuve que bajarme del autobús y tomar el siguiente solo por ti".
Ahora estás sonriendo, el ceño fruncido ha desaparecido. Tu mano agarra su mano izquierda, entrelazando los dedos mientras él sigue divagando, su mano derecha vuela por el aire mientras hace gestos.
"Me haces sentir mal de la cabeza y en lugar de hacer algo al respecto, ¿tienes una cita con Akaashi? ¡Ni siquiera se parece a mí!"
—No voy a tener una cita con Akaashi. —Tu voz se suaviza con la risa que acompaña tus palabras. Tu otra mano está ahora en su mejilla, pellizcándola mientras él gruñe.
"Es mi primo y se está graduando".
—Aún así —se queja, sabiendo perfectamente lo patético que está siendo—. Eres mía y yo soy tuyo y trabajé muy duro para llegar hasta aquí, ¿y qué obtengo a cambio de todo su esfuerzo? ¿Que tú te vayas el fin de semana y yo esté completamente enamorado de ti? Eso es injusto.
"¿Quieres venir conmigo?", le ofreces y resoplas al ver la sonrisa que crece en su rostro.
—¡Kunimi! —le dices, pero no logras ocultar la sonrisa que se abre en tu rostro—. No puedes jugarme así todo el tiempo.
"¡Puedo si funciona!"
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