Tres

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Después de soltar la tabla en la cabaña, María se va a casa. La verdad es que no tiene muchas ganas de llegar, además hoy tiene que quedarse con su madre todo el día. Menudo plan. No es que no quiera a su madre, pero de pequeña siempre pensó que era rara; papá siempre la cuidaba y nunca se le podía echar nada en cara, había que hacer lo que ella quisiera y cómo quisiese. Cuando creció, se dio cuenta de que no es que fuera rara, sino que estaba loca. Según papá, cuando la conoció ya tenía algunos síntomas pero él se enamoró igual. Lo dejó todo en Estados Unidos para casarse con su madre. Vaya, ahora que lo piensa, eso es un amor de verdad. A medida que ella iba creciendo, mamá empeoraba pero lo peor vino cuando papá murió de un disparo mientras intentaba salvar a una mujer embarazada de un atracador. Después de esto, John dejó los estudios para ponerse a trabajar y así poder pagar los gastos de la casa, sin embargo no era suficiente. Al empeorar mamá, se iba más dinero en medicamentos y apenas quedaba para comer, así que ella tuvo que dejar también sus estudios y ponerse a trabajar. Como sólo tenía quince años, nadie quería contratarla hasta que encontró el bar de Terry en el cual sigue trabajando a día de hoy. John encontró otro trabajo y eso hizo que ella pudiese volver a clases. Por último, ella encontró a la familia O'Connor quienes necesitaban una niñera, y aunque no se le daban bien los niños, la contrataron.

Para cuando María llega a casa, John ya se ha ido a trabajar pero no sin antes dejarle una nota a su hermana:

"Eres la mejor hermana del mundo.
Volveré a las nueve.
Te quiero."

Su hermano y sus cursiladas. ¿Qué haría con él?

Ella deja la nota en la mesa, echa la toalla y el biquini a lavar y se va a su dormitorio. Deja la puerta abierta, por si su madre la llama y se tumba en la cama. Está cansada. Muy cansada. Así que no tarda en dormirse.


La voz de su madre la despierta. Carla está gritando mientras llora desconsoladamente. Llama a su marido, Max, a su hijo, John, a su hija, María. Pide ayuda. María se pone una camiseta y va a ver qué le pasa a su madre. Cuando entra en la habitación, Carla está tirada en el suelo arañándose la cara, llorando... María se le acerca lentamente, no quiere asustarla, no se ha dado cuenta de que ha llegado. Le pone la mano en el hombro. Su madre, asustada, se gira y la coge por el cuello. María apenas puede hablar, sólo la llama; "Mamá, mamá"; pero Carla no está en sí, sus ojos lo dicen todo. Es soledad, angustia, dolor, locura...

-Mamá – intenta decir –. Mamá, soy yo, María, tu hija. Mamá...

Y, de repente, todo cambia. Un segundo está agarrando a su hija por el cuello y al siguiente está pegándose ella misma. Sus ojos cambian, ahora son gris oscuro, tan oscuros que parecen negros. Ahora solo hay odio. Odio a su persona. Odio a lo que le ha hecho a su hija. Odios, odio y odio. María le coge ambas manos a su madre. "Mamá, mamá", la llama. "Mamá, estoy aquí, estoy bien.", dice. "Mamá, mírame a los ojos". Carla intenta zafarse de los brazos de María y evita su mirada. No, no quiere esto. Escucha como la llama, lo que le dice, parece desesperada. "Mamá". María le ha cogido ambas manos con una de las suyas y con la otra le coge la cara obligándola a que la mire. "Mamá". Los ojos de Carla vuelven a cambiar, ya no hay ni rastro de sentimiento salvo, tal vez, el vacío. Está vacía. Se siente vacía. Tiene la mirada perdida, y, por un momento, María teme haberla perdido.

-¿Mamá? ¿Estás ahí? – pregunta ella asustada.

Tras unos segundos de meditación, Carla asiente lentamente. María le suelta las manos y la cara, la coge del brazo y la lleva a la cama con cuidado, indicándole casi en susurros.

-Hija, duerme hoy conmigo – dice Carla cuando ya está acostada pero no mira a María.

-Iré a ponerme un pijama y vendré. Mientras, duerme – contesta ella tapándola con la colcha sin tocarla.

María sale de la habitación y en un largo suspiro expulsa toda la tensión que ha pasado ahí adentro. Cuando ya está algo más tranquila, respira hondo y vuelve a su cuarto. Necesita un par de horas más de sueño y aún son las doce y media de la mañana, le da tiempo.








Son las cinco de la tarde y John ya está listo para su cita. Como no quería llegar tarde, le pidió a un amigo poder ducharse en su casa para después salir disparado hasta el puerto donde habían quedado. Cuando llega ya está allí su cita, Beatha.

-Siento el retraso – dice él apurado –. Espero que no lleves mucho rato esperando.

-Tranquilo, yo acabo de llegar – comenta ella con una tímida sonrisa. "Guau, qué sonrisa", piensa John.

-Bueno, ¿y adónde quieres ir?

-Podríamos ir a tomar un café, ¿te apetece?

John asiente a la oferta y deciden ir a una pequeña cafetería de allí cerca. Ésta es acogedora y calentita con respecto al tiempo que hace fuera. No parece que sea verano.

Después de un par de horas hablando sobre todo y nada a la vez, Beatha dice que se tiene que marchar. Vienen a recogerla. John le pide el número de teléfono y otra cita a lo que ella acepta encantada. Se nota que se gustan mutuamente. Ambos se despiden con dos besos y cada uno toma un camino distinto. Él va directo a casa, está ansioso por contárselo todo a María. Le ha gustado de verdad.

Cuando llega a casa, se encuentra con una estampa algo inusual. Su hermana está tocando la guitarra y cantando. Pasmado y sin dejar de mirarla suelta las llaves en el cuenco de la entrada. Ese leve tintineo es suficiente para que María deje de hacer música y gire la cabeza hacia John. Rápidamente, coge la guitarra, la pone en su sitio y va directa a la cocina.

-Menos mal que ya has llegado. Terry me ha pedido que vaya antes. ¿Cómo te ha ido con...? ¿Cómo se llama? – ella habla mientras se pone a hacerse algo de comer.

-Beatha. Se llama Beatha y me ha ido bien, hemos quedado para el próximo viernes. Espero que no te importe.

-No, claro que no – dice María mientras mira su hermano que está plantado en el umbral de la puerta – Quiero que seas feliz. Te mereces ser feliz.

-Estabas tocando – él aún está asombrado. Al escuchar eso, ella gira sobre sus talones y sigue con su tarea. – No tocabas desde que papá... murió. – John niega con la cabeza, está estupefacto pero luego sonríe y abraza a su hermana por la espalda – Me alegro de que hayas vuelto a tocar. A lo mejor un día podemos hacer como antes, ¿sabes?

-¡No, John, no! – grita ella exasperada dándose la vuelta para mirar a su hermano. – Jamás volverá a ser como antes. Asúmelo. Papá no está, mamá empeora por momentos y yo... – baja el tono de voz – Yo cada día me parezco más a mamá.

Se siente abrumada. Quiere llorar y echar todo lo que tiene afuera. Pero no le salen las lágrimas, llevan demasiado tiempo sin salírseles.

-¿Qué ha pasado? – pregunta él cogiéndole la cara suavemente.

-Mamá empezó a gritar, me acerqué y me cogió por el cuello – María hace una pausa en la que suspira un par de veces –. Cuando conseguí calmarla y tumbarla en la cama, me pidió que durmiera con ella, le dije que iría a por el pijama y lo haría pero no volví – ella agacha la cabeza avergonzada por lo que ha hecho. – No quiero parecerme a ella, John, no quiero estar loca.

John abraza a su hermana y le dice palabras tranquilizadoras mientras le da besos en la cabeza y en la frente. Puede que sea mayor, que tenga diecisiete años pero aún no ha superado la muerte de su padre. Puede que lo aparente, pero no. Puede para él sí haya sido un buen día pero para María está claro que no y ahora ella lo necesita.

-Voy a ducharme, ¿puedes terminar de hacerme la cena?

Pero no lo quiere demostrar.

Todo es posible [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora